Iraq: Las mujeres iraquíes en estado de sitio

Por Marjorie P. Lasky (con las aportaciones de Medea Benjamin y Andrea Buffa) Un informe de CODEPINK: Women for Peace and Global Exchange

Resumen de contenidos

Durante la etapa comprendida entre los años 1958 y 1990, Iraq fue reconociendo más derechos y libertades a las mujeres y niñas de su país que la mayoría de sus estados vecinos. Si bien el gobierno dictatorial de Saddam Hussein y los doce años de graves sanciones redujeron esas oportunidades, las mujeres iraquíes mantenían aún una presencia activa en muchas áreas de su sociedad antes de que comenzara la ocupación. La situación ha cambiado ahora de forma dramática. Aunque las mujeres del Kurdistán iraquí han ido consiguiendo algunos avances desde que se produjo la invasión estadounidense, en el resto del país las mujeres tienen que enfrentar a diario violencia, durísimas condiciones de vida y temor, y su futuro se presenta más incierto que nunca.

Inseguridad y miedo. El gobierno de Hussein, aunque brutal y violento, actuaba bajo cierto estado de derecho donde la agresión y sus derivas podían de algún modo preverse. Ese estado de derecho ha saltado hecho añicos con la ocupación. Saqueos, violencia e inseguridad ponen en peligro especialmente a las mujeres, que se ven expuestas a ataques y violaciones. Las mujeres que circulan por las calles tienen que enfrentarse a menudo con violencia indiscriminada, agresiones, secuestros o con la muerte, que les puede llegar de manos de los suicidas-bomba, de las fuerzas ocupantes, de la policía iraquí, de los grupos religiosos extremistas y de los delincuentes locales.

Destrucción de infraestructuras. Desde la invasión estadounidense, las infraestructuras fundamentales, que se encontraban ya francamente deterioradas, se han venido prácticamente abajo. Los iraquíes tienen que enfrentarse con la escasez de medicamentos, alimentos, refugio, agua potable, electricidad y otros servicios básicos. Las mujeres luchan por mantener a sus familias en medio de ese caos, ellas mismas acosadas por un desempleo vertiginoso, por pobreza, malnutrición y escasez de servicios sociales tales como colegios dignos y atención sanitaria adecuada.

Acceso limitado a puestos de trabajo y a la educación. La violencia constante ha dejado confinadas a las mujeres y a sus hijos –particularmente a las niñas- en sus hogares. Pocos niños se atreven a arriesgarse por las calles para asistir a clase. El analfabetismo aumenta. Además, a pesar de las iniciativas para introducir a las mujeres en el mundo laboral e implicarlas en la reconstrucción, de los 260.000 contratos de reconstrucción concedidos en Iraq, menos de 1.000 han ido a parar a manos de mujeres.

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EEUU es parte del problema. Algunos integrantes del ejército estadounidense han cometido delitos de abusos sexuales y asaltos físicos contra las mujeres. Han sido muchas las mujeres que han contado historias de violaciones y humillación sexual ejecutadas de forma rutinaria, especialmente en los centros de detención. Este es un hecho especialmente horrendo en un país donde las mujeres, especialmente en las áreas rurales, pueden ser vulnerables a los asesinatos “por honor”, que se producen cuando los parientes masculinos matan a una mujer que ha “profanado” el nombre de la familia. Las tácticas militares estadounidenses han convertido también en víctimas a las mujeres y a sus familias – desplazándolas de sus hogares, sometiéndolas a ataques aéreos y, en ocasiones, utilizando a las mujeres como objeto de chantaje para intercambiarlas por hombres de los que sospechan que pueden pertenecer a la resistencia.

Los islamistas conservadores van ganando terreno. Los grupos islámicos conservadores han conseguido un poder inmenso en el Iraq post-invasión. Aunque en un aspecto positivo la nueva constitución iraquí garantice que las mujeres deben ocupar el 25% de los escaños de la Asamblea Nacional, también mantiene que no se aprobará ninguna ley que contradiga las normas islámicas. En determinadas circunstancias, esta última disposición podría reducir los derechos y libertades de las mujeres en aspectos tales como los relativos al matrimonio, el divorcio y la herencia.

Hay muchas formas de apoyar a las mujeres iraquíes. Deberíamos permanecer vigilantes para controlar e informar al mundo de cualquier deterioro de sus derechos. Deberíamos responder con prontitud a cualquier petición de apoyo de los grupos de mujeres iraquíes. Para poner fin a la violencia, deberíamos exigir la retirada de todas las fuerzas extranjeras de Iraq así como negociaciones de paz que incorporen a las mujeres al proceso de paz. Y deberíamos insistir en que los países que han destruido la economía y la infraestructura de Iraq paguen e indemnicen para que sean los propios iraquíes quienes lleven a cabo la reconstrucción.

“Trabajo en una peluquería de señoras. No hay electricidad, no hay agua, el calor nos está matando. Las clientas, cuando escudriñan el interior, no ven más que oscuridad. Se alejan asustadas, ¿y cuál es la quintaesencia para una peluquera? La electricidad. Para utilizar un generador se necesita petróleo… No soy la dueña por eso no puedo comprarlo. La paradoja es que cuando la dueña… ve… que no tenemos clientas se niega a pagarnos… No hay seguridad, las amenazas te llegan por doquier. Gracias a Dios, nuestro salón no ha sido objeto de ningún atentado – pero… ¿qué impediría lanzar una bomba contra nosotras? Es un riesgo que tenemos asumido. Es nuestra forma de vida… de nosotras, de todas las mujeres iraquíes. La mayoría de nuestros hombres se tienen que quedar sentados en casa. Mi marido sale a buscar trabajo en vano todos los días. Esa es la clase de vida que las mujeres iraquíes estamos llevando en este momento.”
Um Mustafa, peluquera
Bagdad, 7 de junio de 2005 (1)


Esas espantosas y tristes frases sobre la lucha diaria de las mujeres iraquíes bajo la ocupación sólo cuentan una parte de la historia. Este informe explorará los efectos que sobre las mujeres ha tenido la invasión de 2003 y la posterior ocupación aún en curso. A fin de proporcionar un contexto y poder entender mejor las consecuencias de ambas Guerras del Golfo y de la ocupación actual, examinaremos el camino plagado de baches por el que los derechos y libertades de las mujeres iraquíes han ido desplazándose desde 1958 hasta los años de la década de 1990.

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Prefacio

No hay mucho que celebrar

Mientras las mujeres estadounidenses celebraremos el 8 de marzo el Día Internacional de la Mujer, las mujeres iraquíes tienen poco que celebrar. Esta es realmente la situación de las mujeres iraquíes, cuyas vidas diarias se han visto reducidas a una lucha encarnizada por la supervivencia. Cuando una mujer sale de su casa en el Iraq de hoy en día, abraza a sus seres queridos como si pudiera no regresar nunca. Y así ocurre en muchas ocasiones. Las mujeres iraquíes se enfrentan con los misiles y los tiroteos indiscriminados de las fuerzas estadounidenses y británicas, con los terroristas kamikazes y con las bandas criminales de tipo mafioso que secuestran de forma habitual a hombres, mujeres y niños iraquíes.

En efecto, las mujeres sufren, al igual que todos los iraquíes, no sólo por la total ausencia de seguridad, por el irregular suministro eléctrico, por la escasa agua potable, por el mínimo sistema de alcantarillado, por la inadecuada sanidad y por los escasos puestos de trabajo en el contexto de una crisis económica sin límites. Además, también están expuestas a la violencia de género y a un conservadurismo social en aumento, en gran medida consecuencia de la forma en que los dirigentes políticos están manipulando, en función de sus propios objetivos, las cuestiones que afectan a las mujeres.

En cualquier lugar del mundo, las mujeres y las ideologías de género se utilizan para mostrar la diferencia entre 'nosotras y ellas': ‘nuestras mujeres son mujeres liberadas mientras que vuestras mujeres son mujeres oprimidas’. O, con otra variante: ‘vuestras mujeres están moralmente perdidas mientras que nuestras mujeres son mujeres honradas’. Precisamente ahora, las mujeres iraquíes se encuentran atenazadas entre la retórica de la Casa Blanca sobre la liberación de las mujeres y los llamamientos de los islamistas conservadores a un retorno a la denominada tradición. El aspecto a destacar aquí es que de la ocupación de Iraq no se ha derivado una mayor igualdad y libertad para las mujeres. Al contrario, ha fortalecido las fuerzas que trataban de reprimir los derechos de las mujeres. De manera simbólica, las imágenes de mujeres-soldado torturando y abusando de los prisioneros masculinos en la prisión de Abu Ghraib podría, a largo plazo, afectar negativamente las percepciones que tienen los iraquíes sobre la esencia de los derechos de las mujeres en Occidente. Por desgracia, las mujeres estadounidenses que con más fuerza promueven los derechos de las mujeres en Iraq y los iraquíes perciben ese aspecto como un elemento incluido también en la agenda de la ocupación: potenciar las actitudes y reacciones negativas contra las mujeres en Iraq.

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Pero hay algo que no ofrece duda: las mujeres iraquíes no son meras víctimas que se limitan a observar pasivamente lo que está sucediendo en su país, lo que está ocurriendo con sus familias, con sus niños y con ellas mismas. Las mujeres iraquíes han desempeñado siempre papeles importantes en la sociedad; se han educado, han trabajado y se han organizado a nivel político. Las mujeres iraquíes fueron las primeras en movilizarse una vez que cayó el régimen de Saddam, uniéndose como mujeres, como profesionales, como activistas, tratando de mejorar las condiciones de vida de todos, así como de defender sus derechos. Aunque el caos y la violencia restrinjan sus actividades y movilidad, siguen luchando, reuniéndose en las casas de unas y de otras, estableciendo refugios donde las mujeres puedan aprender habilidades para seguir viviendo, proporcionando cuidados sanitarios gratuitos, asesoramiento legal y labores de alfabetización y clases de informática. Las mujeres iraquíes también organizan talleres, conferencias, sentadas y manifestaciones para hacer oír sus voces y tratar de influir en el proceso político.

La información contenida en el presente informe, que ha sido investigada cuidadosamente, intenta abordar algunos de los mitos, equivocadas ideas e incluso descaradas mentiras sobre los roles y derechos de las mujeres iraquíes. A pesar de la innegable y sistemática opresión de la dictadura de Saddam Hussein, las mujeres iraquíes fueron una vez las más educadas de la región, participando en todos los sectores de la vida laboral y jugando un papel importante en la vida pública. No eran simples criaturas oprimidas sin instituciones, sentadas en casa, enteramente veladas y aisladas. Si cabe, esa imagen describe más bien su difícil situación actual. Este informe también desafía la vulgar generalización de que las ‘mujeres iraquíes’ son una especie de masa homogénea, un concepto que a menudo se aplica a las mujeres en los países destrozados por la guerra. El lector conocerá las diversas y accidentadas formas en que las mujeres se han visto afectadas por la represión y las atrocidades del régimen baazista, por las guerras, por las más despiadadas sanciones jamás impuestas a un país y por la ocupación actual. Las mujeres de Code Pink intentan proporcionar a las activistas de todo el mundo una herramienta llena de matices, pero convincente, que nos ayude a educarnos a nosotras mismas, a un público más amplio, y, con un poco de suerte, que pueda influir en los políticos que ocupan el gobierno estadounidense.

Dra. Nadje al-Ali
Catedrática de Antropología Social
Instituto de Estudios Árabes e Islámicos
Universidad de Exeter
Miembro fundador de Act Together: Women’s Action on Iraq

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Período anterior a la guerra

Desde 1958 hasta que dio comienzo la década de 1990, Iraq proporcionó relativamente más derechos y libertades a sus mujeres y niñas que la mayoría de sus estados vecinos. Iraq, creado en la década de 1920 y como estado islámico adherido en sus comienzos a las interpretaciones de la Sharia, se convirtió en república en 1958 (2). En aquel momento, el gobierno legisló con independencia de los tribunales de la Sharia sobre muchos aspectos de la vida de las mujeres. Es más, incluso una vez que Saddam Hussein se convirtió en presidente en 1979, durante la guerra con Irán y durante los períodos de represión política, el acceso de las mujeres a la educación y al trabajo asalariado continuó creciendo – debido principalmente a que la economía en expansión necesitaba cada vez más de sus aportaciones. No obstante, los derechos legales de las mujeres y la posición económico-social se tambaleaban por todas partes en una difícil relación con la tradición que aparecía representada por la fundamental importancia de la familia tradicional patriarcal, por las ideologías religiosas y por las normas acerca de la reputación y del “honor” familiar. Cuando el conflicto con Irán avanzó, esas ideas tradicionales reconquistaron algo del terreno perdido; Hussein buscó aliados entre grupos religiosos sunníes conservadores, así como entre líderes tribales, y los derechos y libertades de las mujeres empezaron a sufrir recortes. Esa tendencia se aceleró durante los trece años de sanciones de Naciones Unidas.

En 1959, Iraq quebrantó algunas normas de la Sharia al introducir una Ley de Estatuto Personal (LEP) que garantizaba la igualdad de derechos en cuanto a la herencia y al divorcio, relegaba el divorcio, la herencia y el matrimonio a la competencia de los tribunales civiles en lugar de los religiosos y proporcionaba protección a los niños. A la Sharia sólo se le permitía ocuparse de aquellos casos que la LEP no cubría y sólo se permitía la poligamia en determinadas circunstancias (3).

En 1968, el recién formado partido Baaz aprovechó el trabajo femenino para ponerlo al servicio de la próspera economía iraquí. En 1972, una vez que se nacionalizó la industria del petróleo, la floreciente economía iraquí, impulsada por la sed petrolífera occidental, tuvo que enfrentarse con un problema de escasez de mano de obra, por lo que se animó a las mujeres a cubrir el vacío (4). La zanahoria que se ofreció fue una gran cantidad de leyes laborales y de empleo que incluían igualdad de oportunidades de género en la educación, puestos de trabajo en el servicio civil, igual salario por igual trabajo, beneficios para la maternidad y libertad para cambiar de puesto de trabajo. El éxodo de hombres para luchar en la guerra Irán-Iraq (1980-88) provocó una demanda aún mayor de trabajadoras. Las mujeres ocuparon más puestos como fuerza laboral, particularmente en el servicio civil y en profesiones anteriormente dominadas por los hombres, tales como delineantes de proyectos petrolíferos, supervisoras de la construcción, científicas, ingenieras, doctoras y contables (5). Sin embargo, en los últimos años de la guerra, aumentaron las reacciones en contra de las mujeres que ocupaban puestos de trabajo – un movimiento que creció de forma significativa cuando, en 1988, los hombres regresaron de la guerra para tratar de reinsertarse en una economía vacilante.

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Como es lógico, los valores patriarcales y conservadores de la mayoría de los iraquíes no cambiaron automáticamente a la par que las transformaciones acaecidas en la legislación y en la economía. El acceso de las mujeres a todos los derechos todavía dependía en gran medida de la clase social, de la religión y de la residencia rural/urbana (6). Por ejemplo, los valores religiosos y patriarcales tenían un peso mayor entre las mujeres empobrecidas y de zonas rurales que entre sus hermanas más laicas, educadas y residentes en zonas urbanas. Cuando exploremos el destino de las mujeres iraquíes en el tiempo, veremos cuán tenaces se muestran la división entre lo urbano y lo rural, los conflictos entre religión y laicidad y las diferencias de clase.

Aún así, el programa del partido Baaz, que perseguía cimentar la lealtad hacia el estado, penetró también en la educación, la política y en la sociedad. En los primeros años de la década de 1970, el partido estableció la Federación General de Mujeres Iraquíes (FGMI) para cumplir la política estatal. Como única organización de mujeres permitida, la FGMI actuaba en niveles primarios a través de los centros comunitarios femeninos ofreciendo programas educativos, formación laboral y otros programas sociales. También transmitía la propaganda estatal (7). El gobierno aprobaba leyes para fomentar la alfabetización de toda la población, femenina y masculina, en edades comprendidas entre los 6 y los 45 años. Se concedió el derecho al voto a las mujeres en 1980 y podían ser elegidas para la Asamblea Nacional y los órganos de gobierno locales, aunque el número de representantes femeninas era aún pequeño. Por la misma época, varias leyes regulando el divorcio, la poligamia y la herencia ampliaron aún más los derechos de las mujeres (8).

Aunque cuando Saddam llegó a la presidencia una gran cantidad de políticas y leyes continuaron dando ventajas a las mujeres, su voraz apetito de poder dictatorial sobre toda la población no podía sino socavar los beneficios conseguidos por las mujeres. Éstas, al igual que los hombres, fueron encarceladas, torturadas, violadas y asesinadas. Para conseguir información de los disidentes, de los sospechosos de disidencia y de los integrantes de la oposición en el extranjero, Hussein se aficionó a enviarles cintas de vídeo en las que aparecían miembros de la policía secreta violando a sus parientes femeninas (9).

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La guerra con Irán sometió a las iraquíes no sólo a las privaciones de una guerra sino también a graves violaciones de derechos, infligidas por su propio gobierno. Las mujeres fueron objeto de violaciones y tráfico sexual debido a su relación con activistas masculinos de la oposición; miles de mujeres, niños y hombres fueron expulsados debido a su real, o supuesta, ascendencia iraní; decenas de miles de kurdos desaparecieron y el gobierno iraquí utilizó armas químicas contra miles de kurdos (10).

En 1990, Hussein empezó a cortejar el apoyo de estados islámicos vecinos y de dirigentes tribales y religiosos para su régimen agotado por la guerra. La pública adhesión, por parte de Hussein, a la autoridad moral del Islam cambió muchas de las leyes que regulaban el divorcio, la custodia de los niños y los derechos de herencia, limitando los derechos y libertades de las mujeres. Se aprobaron leyes que restringían la capacidad de las mujeres para viajar al extranjero sin un pariente masculino y se reintrodujo la separación de sexos en la educación en los institutos. La FGMI no siguió promocionando los derechos de las mujeres al trabajo y a la educación y se centró fundamentalmente en la ayuda humanitaria y en los cuidados sanitarios. Los asesinatos por honor de mujeres que eran sospechosas de haber mantenido relaciones sexuales antes del matrimonio o que habían sido víctimas de violaciones, y por tanto habían “deshonrado” el nombre de la familia, aumentaron de forma dramática cuando Hussein redujo de ocho años a nada más que seis meses las sentencias de prisión para los hombres que los cometían – un castigo que casi nunca llegaba a imponerse (11).

Y el gobierno continuó tratando de embrutecer a las mujeres. La invasión iraquí de Kuwait en 1991 y la consiguiente guerra del Golfo terminó con el presidente estadounidense George Bush urgiendo a kurdos y a chiíes, cuyas actividades religiosas estaban reguladas de forma estricta por los baazistas, a levantarse contra el gobierno de Hussein. Así lo hicieron – infructuosamente. Durante y después de los levantamientos, las fuerzas del gobierno mataron a miles de personas, incluidas mujeres y niños, que fueron también supuestamente utilizados por las fuerzas gubernamentales como “escudos humanos”. En el año 2000, una milicia organizada por el hijo de Hussein, Uday, se dedicó a decapitar a mujeres en una campaña contra la prostitución (12).

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Según la OMS, anteriormente a la Guerra del Golfo de 1991, las condiciones higiénicas y el sistema sanitario de Iraq estaban entre los mejores de Oriente Medio. El sistema y la salud de la población empezaron a degradarse durante la guerra Irán-Iraq, acelerándose seriamente el deterioro durante los trece años de sanciones de Naciones Unidas que siguieron a la guerra de 1991. Entre 1991-1997, el gobierno sólo pudo responder del 10-15% de las necesidades médicas del país, materiales y humanas. El Programa Petróleo por Alimentos, instituido en 1997, permitió que el gobierno iraquí vendiera petróleo y utilizara los ingresos para obtener ayuda humanitaria (13). Pero el sistema sanitario no se recobró nunca y fueron las mujeres quienes pagaron el precio. Las iraquíes embarazadas pasaron a depender en gran medida de cuidados obstétricos de emergencia, la atención prenatal desapareció y apenas se disponía de personal preparado para atender los partos. No hay que extrañarse, pues, de que la mortalidad maternal se triplicara (14). Al mismo tiempo, aumentó la pobreza y la malnutrición socavó la salud de todas las mujeres, al igual que la de los hombres. Aproximadamente el 60% de la población llegó a depender de las raciones entregadas por el gobierno y pagadas con el programa Petróleo por Alimentos.

Las mujeres viudas y las que habían perdidos a sus padres, hijos o posibles maridos en las guerras se vieron especialmente empobrecidas. Encontrar un trabajo remunerado se convirtió en algo muy complicado para ellas y, por ende, si se ponían a trabajar el estado les retiraba los bonos para transporte o los cuidados gratuitos para los niños. Los salarios de las mujeres que aún trabajaban se redujeron a toda velocidad y muchas mujeres de clase media cayeron en la pobreza. El empobrecimiento obligó a las familias a sacar a las niñas de la escuela y el analfabetismo se disparó. La prostitución, los abusos domésticos y el divorcio se incrementaron en gran medida. Dos guerras y la migración económica de los hombres llevaron a un desequilibrio de género, por lo que el número de matrimonios descendió en gran medida mientras que la poligamia, que había sido por lo general confinada al área rural o a los iraquíes de más bajo nivel de educación, creció (15).

La deteriorada economía, las crisis sociales y el cortejo de Hussein a religiosos y líderes tribales se reflejaron en el apoyo por parte del gobierno al retorno de las mujeres al área doméstica. Se abrió una brecha generacional entre madres con buen nivel educativo y sus hijas, más conservadoras y con menor nivel de educación. A causa de factores diversos, jóvenes muchachas vistiendo la hijab dejaban sentir su presencia cada vez más por las calles iraquíes y no menos importante fue el aumento de la religiosidad y los valores morales y culturales en proceso de cambio (16).

Así pues, en 2003, la posición de las mujeres en Iraq había empeorado, especialmente para aquellas que no disfrutaban de privilegios de clase o de afiliación baazista o de los beneficios de la economía de mercado negro. Ante esta situación, se podría incluso haber llegado a comprender que hubiera grupos de mujeres que dieran la bienvenida a los “libertadores” estadounidenses y, en definitiva, que cuando Hussein fue apartado del poder, esa acción liberadora, si hubiera sido tal, se podía haber convertido en una realidad para mucha gente. Sin embargo, ese momento se perdió a la velocidad del rayo, como todo lo que pudo haberse hecho bien y en cambio se hizo tan espantosamente mal.

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El Kurdistán iraquí

Período anterior a la guerra
El estudio de las vidas de las mujeres iraquíes se complica por el hecho de que Iraq es un país conformado a partir de varias etnias, tribus, clases sociales, e incluso religiones, todo lo cual influye en sus vidas. Al ir siguiendo las vivencias de las mujeres iraquíes a través de la guerra y de la ocupación, debemos estar muy atentas tanto a las diferencias en sus experiencias como a aquellos aspectos de sus vidas que trascienden esas diferencias. Con ese objetivo, examinaremos el Kurdistán, situado al norte, de forma diferenciada del centro y sur árabe de Iraq, englobándolos cuando abordemos sus experiencias comunes.

En el norte, la inmensa mayoría de la población kurda iraquí, compuesta por seis millones de personas, habita el montañoso Kurdistán iraquí, una zona de unos 83.000 kilómetros cuadrados (17). Aunque la mayor parte de los kurdos son musulmanes sunníes, una minoría, los Failis, son chiíes; los kurdos tienen raíces indo-europeas y presentan diferencias, en cuanto a raza, historia y cultura, con los 19-20 millones de árabes semitas (18). Desde 1920 hasta 1991, los kurdos se rebelaron una y otra vez contra el gobierno central, que respondió destruyendo sus pueblos. Además, sus represalias contra los kurdos incluyeron deportaciones, detenciones, desapariciones, asesinatos y secuestros para tráfico sexual. El gobierno de Saddam Hussein utilizó armas químicas y biológicas; la campaña Anfal de 1988 exterminó segmentos enteros de población rural. Además, la política de arabización baazista expulsó a la fuerza a familias kurdas, turcomanas y asirias de sus hogares del norte, reemplazándolas con familias árabes provenientes del sur.

Después del levantamiento kurdo contra el gobierno de Saddam en 1991, el Kurdistán iraquí fue dividido en dos partes. Naciones Unidas declaró una zona de exclusión aérea sobre los tres gobernorados (provincias) del noreste y el gobierno iraquí retiró voluntariamente toda la administración civil que allí tenía. Los dos partidos políticos más importantes, la UPK (Unión Patriótica del Kurdistán) y el PDK (Partido Democrático del Kurdistán) gobiernan en los gobernorados autónomos – aunque desde bases administrativas rivales (19). En este momento, la mayoría de los kurdos vive en los gobernorados autónomos y en dos de las provincias cercanas que contienen las ciudades de Kirkuk y Mosul (20). En el Kurdistán viven también otros grupos étnicos, incluidos árabes, asirios-caldeos, armenios y turcomanos.

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La violencia, alimentada por un conflicto casi fratricida entre la UPK y el PDK, apenas se apaciguó después de 1991. Bajo las sanciones de Naciones Unidas y el embargo de Hussein al comercio con el norte, la crisis humanitaria en la zona empeoró. Sin embargo, las áreas de autogobierno tuvieron por lo general una represión, anarquía y caos mucho menor de los que el resto del país soportó, por lo que, comparado con el resto de Iraq, el Kurdistán prosperó (21).

Así, antes de 1991, las mujeres kurdas iraquíes sufrieron miedo, desplazamientos y violencia, además de las restricciones y brutalidad ocasional de su sociedad dominada por los hombres. Después de 1991, el dominio masculino persistió, pero las mujeres en la región autónoma consiguieron más libertad de movimiento y expresión y derechos humanos básicos que la mayoría de las mujeres de otras regiones de Iraq (22).

Dejando a un lado, por el momento, el relativo bienestar de las mujeres kurdas iraquíes, sus vidas estuvieron de alguna forma determinadas por las políticas de los dos partidos políticos, la UPK y el PDK. Los críticos de esos partidos afirman que, una vez que se hicieron con el poder, cientos de mujeres fueron asesinadas en asesinatos de honor, se convirtió en una obligación llevar el hijab y las niñas no pudieron asistir más a la escuela (23). Se cuenta con amplia información del desinterés de ambos partidos por las cuestiones que afectan a las mujeres y de sus intentos de suprimir sus formas de organización (24). Entre el 2000 y el 2002, ambos partidos prohibieron los asesinatos por honor en sus separadas bases administrativas, pero en general no hacen nada para que se apliquen las leyes. No obstante, hay aún unas cuantas mujeres que desempeñan puestos políticos y trabajan como juezas, y los gobiernos regionales y locales permiten el desarrollo de centros y organizaciones de mujeres (25). Wadi, una ONG alemana que trabaja localmente con las mujeres desde hace más de una década, ha establecido centros de apoyo a las mujeres con serios problemas sociales y psicológicos para reintegrarse en la sociedad, disponen de equipos itinerantes para tratar sanitariamente a las mujeres y han iniciado campañas de alfabetización (26).

Al igual que en otras sociedades restrictivas, las mujeres y niñas kurdas fueron navegando dentro de su mundo femenino hacia la autosuficiencia y la genuina expresión de sus necesidades. Crearon grupos de mujeres que actuaban con frecuencia clandestinamente y en zonas urbanas pudieron aprovechar algunos de los beneficios de la Ley de Estatuto Personal. Desde los primeros años de la década de 1990, las organizaciones que trabajaban en el área de los derechos de la mujer se hicieron más conscientes de los sufrimientos causados por la violencia contra las mujeres. En 1999, Wadi trabajó con las mujeres a nivel local para abrir el primer refugio para mujeres iraquíes víctimas de la violencia – un movimiento que posteriormente se fue extendiendo a otras ciudades del Kurdistán iraquí. Algunos clérigos musulmanes apoyaron también a los grupos de mujeres en su lucha contra la extendida mutilación genital femenina (27).

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Guerra y ocupación
Durante la última guerra, las fuerzas kurdas lucharon al lado de la coalición. Para la mayoría de los kurdos la guerra era una continuación del proceso de liberación. En los gobernorados del noroeste, los peshmerga (milicia kurda) vigilaban las calles y apenas se veían fuerzas de la Coalición. De esa forma, la mayoría de los kurdos, y las mujeres en particular, permanecieron de alguna manera a salvo del horror vivido en el sur y centro de Iraq. Sin embargo, todavía se informa que en el norte también se dan situaciones de terror, caos y privaciones – suicidas-bomba, especialmente fuera de los gobernorados autónomos; de combates entre las tropas de la coalición y la resistencia, principalmente en el noroeste, cerca de la frontera siria, y en las ciudades de Mosul y Kirkuk; de ataques kurdos a familias árabes tratando de enmendar la anterior política de arabización; y de privaciones diarias causadas por una infraestructura colapsada. Se informa que la Suleimaniya kurda es la ciudad más segura en Iraq, pero las familias kurdas expulsadas en el pasado que han regresado se lamentan aún por la falta de petróleo, electricidad, agua y por los precios cada vez más altos de las viviendas (28).

Con todo, la vida de las mujeres kurdas difiere actualmente de forma notable de las de sus hermanas del centro y sur de Iraq – excepto en la persistencia de una cultura dominada por los hombres y en las diferencias entre las zonas rurales y urbanas que abordaremos a continuación. Por tanto, y de cierta forma, ha habido mejoras de interés. Antes de la guerra, comparado con otras regiones de Iraq, el norte tenía los niveles más bajos de educación de las mujeres y niñas. Como las niñas en el norte pueden aventurarse ahora fuera de sus hogares sin temor por su seguridad personal, asisten a los colegios de enseñanza primaria y segundaria en cifras relativamente mucho mayores que las niñas en el centro y sur de Iraq (29). Se han abierto más centros para mujeres, las mujeres kurdas han ocupado puestos en los gobiernos interinos iraquíes y las mujeres kurdas de zonas urbanas protestaron con fuerza cuando en 2004 el Consejo de Gobierno Iraquí trató de deshacer las leyes laicas que regulaban la familia y reinstaurar la Sharia para regular los asuntos relativos a las mujeres (30). Con apoyo estadounidense, la Sra. Ala Talabani, miembro de la UPK, ha establecido varias ONGs dedicadas a atender las necesidades de las mujeres.

También han mejorado algo desde la invasión las vidas de las mujeres en los remotos pueblos kurdos cercanos a la frontera iraní. Antes de 2003, grupos radicales de islamistas habían obligado a las mujeres a vestir de negro, a no asistir a las escuelas, a tirar las televisiones y radios y a sufrir una vigilancia constante por parte de los que ocupaban el poder. Atacados por fuerzas kurdo-estadounidenses, los islamistas radicales huyeron. Las mujeres pueden vestir ahora como siempre lo habían hecho y las ONGs se apresuraron a construir escuelas, casas y proyectos que generaran ingresos, a ofrecer clases de alfabetización y a abrir centros para mujeres donde se ofrecen clases de costura e información acerca de los derechos de la mujer (31).

Sin embargo, persiste la división entre zonas urbanas y rurales que con tanta frecuencia influyó en el pasado en la posición de la mujer en la sociedad kurda. Como en el resto de Iraq, es probable que las mujeres y niñas de las zonas rurales sean analfabetas y que asistan menos al colegio que sus hermanas de las zonas urbanas. En las áreas rurales, los asesinatos por honor y mutilaciones, los matrimonios a la fuerza y la circuncisión femenina persisten en una escala mucho mayor que en los centros urbanos. La firmemente laica UPK y el más conservador PDK obtienen gran parte de sus apoyos de las ciudades, pero cada vez están siendo más desafiados por determinados partidos políticos islámicos con supuestos ideales democráticos, liberales pero con anacrónicas creencias que se oponen a cualquier cambio importante en el rol tradicional de la mujer (32).

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El sur y el centro de Iraq

Gran parte del centro y sur de Iraq aparece conformado por un terreno desértico entreverado de sistemas de ríos y humedales. Al igual que en la geografía, su perfil demográfico difiere radicalmente del norte del país. En el centro y sur de Iraq, predominan los sunníes y chiíes árabes iraquíes, salpicados de cristianos y otros grupos. La distribución de sunníes y chiíes es aproximadamente la siguiente: Los sunníes están mejor representados en el centro de Iraq, donde se sitúa Bagdad con una población de seis millones de personas, un gran porcentaje de las cuales son sunníes. El denominado triángulo sunní –el corazón de la resistencia iraquí- se sitúa en el oeste y norte de Bagdad.

El sur de Iraq, entre los ríos Tigris y Eúfrates (la antigua Mesopotamia) es predominantemente chií tanto en el campo como en las ciudades de Bufa, Nayaf y Kerbala. Pero los chiíes también viven fuera del área del Eúfrates, entre una minoría sunní; aproximadamente el 69% de los iraquíes en los nueve gobernorados del sur se identifican a sí mismos como chiíes. La segunda ciudad más grande de Iraq, el puerto de Basora, está en el sur (33).

La geografía y la demografía crearon más diferencias en las vivencias de las mujeres antes de la guerra y la presente ocupación que después. Antes de la guerra Irán-Iraq y de las sanciones, Bagdad era un enclave sumamente laico, modernizador y de creciente prosperidad. Había muchas mujeres con alto nivel de educación, profesional y político; en las calles de la ciudad se veían mujeres en mini-falda junto a otras con abayas. Basora era también bastante cosmopolita, con modernas tiendas cuyos propietarios eran comerciantes del sur de Asia, y locales nocturnos con barman de Egipto y clientes kuwaitíes (34).

Debido a las alianzas de Hussein, establecidas fundamentalmente con sunníes y con algunos dirigentes tribales y religiosos chiíes, en especial tras la guerra con Irán, muchas mujeres sunníes con buen nivel económico y que estaban afiliadas al Partido Baaz, y algunas mujeres chiíes con recursos, disfrutaron de privilegios de movilidad y estatus de los que no disponían la mayoría de las mujeres en Iraq. Durante la guerra del Golfo de 1991 y durante la época de las sanciones, las mujeres mantuvieron una presencia pública en las áreas urbanas. Cuando el gobierno reemplazó con hombres a las profesionales femeninas en muchos puestos de trabajo a causa de la debilitada economía, un gran número de esas mujeres se dedicó a establecer pequeños negocios en sus hogares. Con frecuencia, los inferiores ingresos de las mujeres representaron una parte esencial en la economía informal, sobre todo a través del comercio callejero. En las zonas rurales, las mujeres campesinas fueron alabadas por su productividad (35). La clase social, el lugar de residencia, la orientación política y la afiliación religiosa jugaron un papel importante a la hora de determinar el estatus de la mujer bajo el régimen baazista.

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Guerra, ocupación e inseguridad para la mujer
Consecuentemente, las atrocidades perpetradas por el gobierno de Hussein privaron de seguridad a sus opositores internos o supuestos enemigos. Sin embargo, a pesar de la brutalidad y las matanzas del gobierno y de los debilitadores efectos de las sanciones, existía un cierto estado de derecho, donde la violencia y sus derivas podían de alguna forma preverse (36). Con el colapso del gobierno de Hussein, ese estado de derecho desapareció. Existen pocas fuentes en lengua inglesa que informen detalladamente sobre las muertes y destrucción causadas por la invasión, aunque se ha escrito mucho sobre los extendidos tiroteos y caos que siguieron y el fracaso de las fuerzas de la coalición a la hora de establecer un gobierno estable. La conducta represiva y en muchas ocasiones abusiva de las fuerzas de ocupación y de sus aliados iraquíes, junto a la resistencia armada de grupos locales, milicias, e insurgentes individuales, iraquíes y no iraquíes, han conformado la carnicería que sufren actualmente los iraquíes.

Así pues, en la actualidad, el determinante más importante de las vidas de las mujeres iraquíes es la inseguridad. La vida diaria es caótica. Tan solo caminar por la calle, especialmente en áreas urbanas, expone diariamente a las mujeres a la posibilidad de sufrir violencia indiscriminada, asaltos, secuestros o muerte a manos de suicidas-bomba, de contratistas y fuerzas de ocupación, de la policía y guardia nacional iraquíes o de delincuentes locales. Como consecuencia de todo ello, la movilidad de las mujeres ha sufrido muchas más restricciones que durante el período de las sanciones y sus posibilidades se han reducido, especialmente si se las compara con las que muchas mujeres de la clase media urbana tenían antes de la guerra y de la ocupación.

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Fuerzas de la coalición como fuente de inseguridad
Numerosos testigos y víctimas han ofrecido testimonios, y los investigadores así lo han confirmado, de que las fuerzas de la coalición y los contratistas estadounidenses han cometido crímenes horrendos que han implicado abusos sexuales, torturas y ataques físicos. Hay copiosos informes sobre violaciones, incluso de violaciones colectivas, y humillación sexual cometidos de forma rutinaria, así como relatos de mujeres víctimas de los asesinatos por honor tras abandonar los centros de detención estadounidenses. Amal Kadhim Swadi, una abogada iraquí que representaba a las mujeres detenidas en Abu Ghraib, afirmó que la violencia sexual ejercida por las fuerzas estadounidenses se estaba “llevando a cabo por todo Iraq” y que no se reducía a unos cuantos casos aislados (37).

Mizal al-Hassan, un ingeniero de 55 años que fue arrestado por las fuerzas estadounidenses y estuvo retenido en un centro de detención durante 80 días, recordaba haber escuchado desde su celda a “una joven gritando, diciéndole a un soldado estadounidense que la dejara en paz. Ella decía ‘soy una mujer musulmana’. Su voz era desesperada y temblorosa. Su marido, que estaba en una celda a la entrada, gritó: ‘Es mi esposa. No tiene nada que ver con esto.’ Golpeó los barrotes de su celda con los puños hasta que se desvaneció. Los estadounidenses le arrojaron agua a la cara para reanimarle. Cuando los gritos de la mujer se hicieron más fuertes, los soldados pusieron música en los altavoces. Finalmente, se la llevaron a otra habitación. No pude escuchar nada más” (38). Incluso el informe del General Antonio Taguba confirmaba que un policía militar había violado al menos a una prisionera en Abu Ghraib y que los guardias habían grabado y fotografiado a detenidas desnudas (39).

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Los ataques de los estadounidenses contra mujeres iraquíes no se han reducido a abusos sexuales. Los soldados estadounidenses han utilizado a las iraquíes como “objetos de negociación” para conseguir que hombres iraquíes se entregaran o confesaran que estaban ayudando a la resistencia. Personal estadounidense ha atacado físicamente a detenidas. Huda Hafez Amad, una de las últimas prisioneras liberadas de Abu Ghraib, testificó que los interrogadores estadounidenses la habían golpeado en el rostro y le habían hecho estar de pie durante doce horas de cara a la pared. En 2003, a una mujer iraquí de unos 70 años de edad, tras ser arrestada, le pusieron arreos y se la llevaron como si fuera un burro. Selwa (un pseudónimo), una mujer detenida en Abu Ghraib, declaró: “En una ocasión ví como los guardias golpeaban a una mujer, probablemente de unos 30 años. La colocaron en una zona abierta y pidieron a todos que salieran a verla. La arrastraron por el cabello y le tiraron agua helada. Chillaba y lloraba cuando le metían agua por la boca. La dejaron allí toda la noche. Había también otra muchacha; los soldados decían que no estaba siendo honesta con ellos. Decían que les daba información equivocada. Cuando la ví, tenía quemaduras de descargas eléctricas por todo el cuerpo” (40).

No respetaron ni a las chicas más jóvenes. Un reportero de la televisión iraquí, Suhaib Badr-Addin al-Baz, pudo ver el ala para niños de Abu Ghraib tras ser arrestado por los estadounidenses. Al-Baz recordaba una noche en que los guardias metieron en la celda a una niña de doce años que gritaba: “Me han desnudado. Me han arrojado agua encima.” Declaró que la niña gritaba y se quejaba todos los días (41).

Sin importar quién perpetre la violencia sexual –las fuerzas estadounidenses, los contratistas o incluso hombres iraquíes-, es especialmente difícil poner remedio a esas situaciones en Iraq porque muchas mujeres y niñas no quieren contar sus experiencias. Las razones varían: el “perenne estigma cultural y vergüenza que va unido a las posiciones de las víctimas de violaciones y los agresores. Y también frecuentemente a las excusas o actitudes de indulgencia con quienes las cometen”; a los obstáculos para rellenar informes policiales o conseguir un examen forense; al temor a las venganzas bajo la forma de asesinatos por “honor” o a la estigmatización social; y a los relatos sobre mujeres que buscaron ayuda y que o bien se la negaron o fueron tratadas inadecuadamente, a causa algunas veces de la situación de desbordamiento del personal de los hospitales que hace que se dé muy escasa prioridad a los asaltos sexuales (42).

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Delincuentes locales como fuente de inseguridad
Las fuerzas de la coalición y los contratistas extranjeros no son los únicos que cometen actos de violencia contra las mujeres. En 2003, Human Rights Watch informó que bandas iraquíes de tipo mafioso vagabundean por Bagdad y otras zonas urbanas sobre todo por la noche acosando a los ciudadanos iraquíes. Un inspector de la policía iraquí testificó que “algunas bandas se especializan en secuestrar muchachas para venderlas en los países del Golfo. Esto también sucedía antes de la guerra, pero ahora se ha agravado, las pueden sacar del país sin pasaporte”. Otros entrevistados declararon que antes de la invasión no se producían raptos (43).

Grupos religiosos radicales como fuente de inseguridad
Algunos grupos religiosos radicales están utilizando supuestos principios de la Sharia para justificar los asaltos a las mujeres. Liberados del ojo vengativo de Hussein y controlando cada vez más los gobiernos regionales y locales y los recursos locales, varios clérigos radicales, partidos políticos conservadores chiíes y fuerzas paramilitares han conseguido adeptos e influencia en el centro y sur de Iraq. Como consecuencia, grupos religiosos radicales pueden acosar más abiertamente a las mujeres que desafían sus interpretaciones de la Sharia. Muchas niñas y mujeres de zonas urbanas que podían antes vestir ropas occidentales no se aventuran ahora fuera de sus hogares sin llevar la hiyab o la abaya. Aunque la elección de ropa no significa necesariamente inseguridad o pérdida de libertad, la abogada de los derechos de la mujer Yanar Mohammed afirma: “Si vas sin la protección de la pañoleta, [hombres armados] pueden pararte y puedes ser asaltada… Si eres buena y casta tienes que ponerte un velo. Te dicen que es voluntario, pero ¿cómo puede ser un acto voluntario con tanta presión alrededor tuyo? (44) Incluso las mujeres cristianas del sur han decidido llevar la hiyab (45).

Las tácticas de los chiíes radicales que se dedican a aterrorizar a los iraquíes, sobre todo en el sur, recaen a menudo con mayor dureza sobre las mujeres. En marzo de 1995, un grupo de milicianos chiíes con rifles, pistolas, gruesos cables y palos aparecieron en un picnic estudiantil muy numeroso en Basora. Las transgresiones de los estudiantes consistían en: hombres danzando y cantando, música sonando y parejas hablando juntas. La mayoría de las mujeres iban veladas, aunque algunas, incluidas algunas cristianas, estaban con la cabeza al descubierto. Especialmente duros con las mujeres, los milicianos que eran leales al clérigo militante chií Moqtada Sadr, dispararon perdigones, golpearon a los estudiantes y se llevaron a algunos de ellos en furgonetas (46).

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Los grupos religiosos son también aparentemente culpables de más crímenes graves contra las mujeres. Un grupo de hombres de Mosul lanzó ácido a la cara de una abogada cristiana a la que habían advertido previamente que se pusiera velo o tendría que enfrentarse con la muerte (47). En 2005, en una autopista cercana a Bagdad apareció el cuerpo de la farmacéutica y activista por los derechos de la mujer Zina Al-Qushtaini, diez días después de que unos agresores la raptaran a punta de pistola. Al-Qushtaini tenía dos agujeros de bala cerca de los ojos y según se informó estaba vestida con una abaya; normalmente, ella llevaba ropas occidentales. Prendido con alfileres a la abaya había un mensaje en el que se leía: “Colaboraba en contra del Islam.” En Latifya, una ciudad al sur de Bagdad, los radicales sunníes han cubierto paredes advirtiendo a las mujeres y a las niñas que no se presenten en público sin cubrir sus cabezas y rostros y amenazando de muerte a los violadores (48).

La violencia pública, las penurias económicas y una infraestructura desmoronada han transformado la vida laboral de las mujeres. La violencia pública ha provocado que las mujeres que tenían actividades comerciales en puestos callejeros hayan visto disminuidos sus ingresos y hayan tenido que volver a sus hogares, y pocos niños, especialmente las niñas, se arriesgan por las calles para asistir al colegio (49). Las mujeres de más edad, con buen nivel educativo, que habían creado pequeños negocios en sus hogares durante la época de las sanciones no pueden trabajar debido a la falta de electricidad. Las que eran cabeza de familia en sus hogares han perdido el trabajo, ya que los sectores económicos formales se han venido abajo. Es probable que las mujeres que más dinero estén ganando ahora sean las mujeres de la ciudad que tienen un nivel más alto de educación y que trabajan en la educación y en la administración pública, y las mujeres campesinas con poca o ninguna educación que llevan a cabo trabajos agrícolas. Sin embargo, se ha producido una ola no sectaria de asesinatos contra académicos, periodistas y científicos que no ha discriminado positivamente a las mujeres (50).

La privatización de los negocios y la introducción estadounidense de “reformas de libre comercio” están también haciendo pagar un peaje muy alto a las mujeres. En la fábrica de ropa Agras de Bagdad, 600 modistas que en su mayoría mantenían a sus familias han perdido su trabajo desde que en 2003 las autoridades estadounidenses rebajaron drásticamente las tarifas que cobraban por sus trabajos. Agras envía ahora sus diseños a China e importa el producto terminado. Como las políticas de libre mercado van a pegar duro el próximo año incidiendo sobre el fuel barato, las materias primas baratas y los puestos de trabajo en el sector público, están condenados a desaparecer todos aquellos aspectos del régimen baazista que suponían antes de la guerra un contrato social con el pueblo iraquí (51).

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A menudo el único empleo posible se obtiene en puestos de trabajo para las Fuerzas de la Coalición, pero esto puede ser peligroso. Entre otros incidentes, en 2004 se disparó a un grupo de mujeres que trabajaban como personal de limpieza y planchado en una base estadounidense cerca de Bagdad, y una traductora de una agencia de noticias estadounidense encontró una nota bajo su puerta en la que se leía: “Advertencia: Aquellos que tratan con los ateos y con los infieles en el suelo de la patria no merecen sino muerte y destrucción. Por eso, te advertimos para que te apartes de los infieles y blasfemos, de los seguidores de Satán, si no lo haces así tu muerte será una bendición para los musulmanes. Aquellos que hagan caso de la advertencia serán perdonados” (52).

El creciente poder de los islamistas conservadores ha resucitado la práctica de la mutaa –una tradición de 1.400 años de antigüedad conocida alternativamente como matrimonio de placer o matrimonio temporal. Un matrimonio de placer puede durar unos minutos o una vida entera, y una mujer soltera puede aceptarlo con cualquier hombre, independientemente de su estado civil. Aunque muchos clérigos chiíes en Iraq, incluido el Gran Ayatollah Ali Sistani, creen que el matrimonio temporal se adecua a la ley islámica si cuenta con el consenso de los dos integrantes, las autoridades sunníes no lo consideran favorablemente. Esa práctica, aunque proscrita durante la presidencia de Hussein, no desapareció nunca del todo. Desde la invasión, las mujeres chiíes cada vez más están aceptando ese tipo de matrimonios. Quizá la situación económica desesperada de Iraq lleva a las mujeres solteras a confiar en que la mutaa les proporcione salvación económica, sin pararse a pensar que el hombre tiene derecho de poner fin a la relación cuando le dé la gana (53).

Desde la ocupación, la ideología que transformó para bien las vidas de las mujeres iraquíes se ha visto gravemente socavada. Por ejemplo, liberadas de las restricciones de Hussein, más mujeres chiíes se han implicado en estudios religiosos. Antes de 2003, enseñar a las mujeres el contenido del Islam, cuando se llevaba a cabo, tenía lugar de forma informal en los hogares o de forma clandestina – más debido al deseo de Hussein de controlar las actividades religiosas de los chiíes que por su oposición a la educación de las mujeres. Si un hombre era encontrado llevando a cabo prácticas religiosas fuera de directrices estrictas, podía tener que enfrentarse con un arresto; una mujer se enfrentaba al peligro de que toda su familia empezara a ser vigilada (54). En 2004, algunas de las mezquitas chiíes de Bagdad empezaron a impartir clases de religión para las mujeres y, en marzo de aquel año, una fuente estimó que se daban clases en 100 mezquitas de Bagdad. El ideario de las clases es por lo general conservador, no se permiten preguntas personales aunque las cuestiones prácticas aumenten (55). Algunas abogadas de mujeres apoyan el aumento de libertad para las prácticas religiosas pero se preocupan por sus conexiones con el conservadurismo social y con el potencial de discriminación que contra las mujeres puede suponer.

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En 2004, cuando las mujeres kurdas urbanas y las mujeres sunníes marcharon por las calles para protestar por el intento del Consejo de Gobierno Iraquí de abandonar las leyes familiares laicas y reinstaurar la Sharia, grupos de mujeres chiíes se manifestaron en Nayaf en apoyo de la acción del Consejo de Gobierno. Pero las chiíes no estaban solas – una portavoz sunní, la líder de la Unión Islámica para las Mujeres en Iraq, también defendió que las leyes familiares se debían apoyar en la Sharia (56).

Una vez que los clérigos más prestigiosos, especialmente entre los chiíes, están obteniendo gran influencia por su habilidad para construir y mantener mezquitas, escuelas, bibliotecas y otras instituciones públicas, y por mantener a estudiantes y pobres, y cuanto más fracasan la Coalición y el gobierno iraquí a la hora de satisfacer las necesidades básicas de la población, muchos más iraquíes están considerando a los clérigos como sus salvadores (57). Y por tanto van a tener cada vez más influencia en el futuro.

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Guerra continua y privaciones como fuente de inseguridad
En primer lugar, consideremos las condiciones que afectan actualmente a todos los iraquíes: violencia, inseguridad, toda clase de privaciones físicas –medicinas, nutrición, refugio, electricidad- y una caja de Pandora de privaciones y desajustes psicológicos. Más adelante intentaremos analizar las implicaciones específicas a este respecto para las mujeres.

Los mortíferos vestigios de la guerra que asolan al país –material de artillería sin explotar, incluidas minas personales y bombas de racimo, la tierra y los acuíferos contaminados por el uranio empobrecido- suponen un peligro para la salud al que van a tener que enfrentarse iraquíes de varias generaciones. En abril de 2005, doctores de Bagdad informaron de un aumento importante en el número de bebés nacidos con deformidades, especialmente en el sur, y lanzaron la hipótesis de que el uranio empobrecido arrojado desde la Guerra del Golfo de 1991 podría estar detrás de ese incremento (58). Una intensificación de la campaña estadounidense de ataques aéreos ha provocado y provocará más muertes de civiles y dejará más piezas de artillería sin explotar, mientras que los suicidas-bomba y otros ataques de la resistencia contribuirán al aumento de cifras de muertos y mutilados.

Las tácticas de EEUU a la hora de combatir a la resistencia continúan obligando a las familias iraquíes a desplazarse. En el gobernorado de Anbar, al oeste de Iraq, las ofensivas estadounidenses han desplazado a decenas de miles de familias. Miles de personas han tratado de refugiarse en campos de refugiados, en edificios abandonados o en casas de amigos. Los doctores han registrado aumentos en la frecuencia de diarreas e infecciones pulmonares entre los niños y los ancianos, incluso aún después de retornar al hogar (59). Desde que empezó la ocupación, ofensivas similares, especialmente las lanzadas contra la ciudad de Faluya, han matado probablemente a miles de iraquíes, obligando a muchos más a escapar hacia campamentos de refugiados o edificios abandonados.

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La infraestructura iraquí, bastante desintegrada ya por las guerras y las sanciones, sufre continuamente más daños a causa del mal funcionamiento de los servicios de saneamiento y cañerías, de las instituciones destruidas y saqueadas y de la escasez de electricidad. En enero de 2006, los habitantes de Bagdad contaban tan sólo con menos de cuatro horas de electricidad al día cuando antes de la guerra disponían de 16-24 horas. La situación es un poco mejor en el resto del país. Sin embargo, menos de la tercera parte de la población iraquí dispone de agua potable, comparado con el 50% de antes de la guerra. Y sólo el 20% de la población tiene servicio de alcantarillado; cuando antes de la guerra el 24% disponía del mismo. Como un habitante bagdadí señaló: “Durante la época de Saddam, siempre tuvimos energía, agua limpia y mejor comida de la que tenemos ahora” (60).

La pobreza ha inundado el país por doquier. Un estudio reciente del Programa para el Desarrollo de Naciones Unidas y del Fondo Monetario Internacional muestra que el 20% de la población ha caído bajo el umbral internacional de la pobreza de 1 dólar por persona y día (61).

Los iraquíes también sufren escasez de alimentos y malnutrición. En 2004, investigaciones realizadas informaron que la malnutrición aguda entre los niños pequeños en Iraq se había casi duplicado desde la invasión del país. Es más frecuente en el sur de Iraq que en el norte. Aproximadamente 400.000 niños iraquíes sufrían de “enfermedades emaciantes”, con pérdida de masa corporal a causa de la diarrea crónica y de peligrosas deficiencias proteínicas (62).

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Continuando la tendencia que comenzó bajo el régimen de sanciones, la mayoría de los iraquíes dependen de la ayuda alimentaria. El programa del gobierno para distribuir alimentos es desastrosamente inadecuado, por eso la gente confía más en las mezquitas y las iglesias para satisfacer sus necesidades. En algunas barriadas, el personal religioso que controla el gobierno local se ha hecho cargo de la distribución que debía llevar a cabo el gobierno. Muchos iraquíes perciben que sólo las autoridades religiosas, especialmente los imanes locales, les han proporcionado seguridad o han satisfecho de forma sistemática sus necesidades básicas. La colapsada economía ha provocado extendido desempleo por todas partes, alta inflación, costes de la vivienda disparados, viviendas inadecuadas y un sistema de atención sanitaria hundido (63).

Las privaciones diarias y la inseguridad han afectado también las relaciones familiares y de género. En entrevistas a mujeres iraquíes, la Profesora Nadje al-Ali descubrió que las relaciones más estrechas dentro de las familias iraquíes se están fracturando a causa de la envidia y la competición en la lucha por la supervivencia. Las familias nucleares están haciéndose más importantes que las familias extensas. Algunas mujeres han dejado de visitar a sus familiares para evitar situaciones embarazosas a las familias más pobres que no tienen nada de comida que ofrecer a los visitantes, un aspecto importante en la cultura iraquí (64).

Las parejas casadas responden a la situación actual de diferentes formas. Algunas parejas se angustian ante la posibilidad de dar a luz niños con enfermedades congénitas o defectos de nacimiento en una sociedad donde el aborto es ilegal y el control de natalidad es inaccesible para muchos. La tasa de divorcio está aumentando y el empobrecimiento de las clases medias ha hecho que muchos “se casen con alguien de clase inferior” (65).

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Al haber tenido que presenciar a menudo arrestos violentos en sus casas, las mujeres necesitan localizar a sus parientes masculinos encarcelados, una tarea que requiere una paciencia infinita al tener que lidiar frecuentemente con autoridades inflexibles. Estas mujeres deben también proveer las necesidades básicas de la familia mientras que aquéllos que están detenidos o “desaparecidos” están ausentes durante semanas o incluso meses, si es que llegan a poder regresar al hogar (66).

Para las viudas, la vida se ha convertido en algo cada vez más duro. Durante la presidencia de Hussein, el gobierno a menudo indemnizaba a las viudas de hombres muertos en combate – especialmente durante la guerra Irán-Iraq. Algunas veces una viuda recibía tierra y educación gratis para sus niños. Estas indemnizaciones empezaron a agotarse durante el período de las sanciones pero ahora, según diferentes grupos de mujeres, la corrupción rampante y el caos general en que se encuentra inmerso Iraq han hecho que la preocupación por la situación de las viudas se deje para más adelante (67).

Pero son las mujeres, con mucha mayor frecuencia que los hombres, quienes mantienen sus hogares a la vez que intentan sobrellevar las consecuencias psicológicas de una guerra que no cesa. Hay un sin fin de hombres, mujeres y niños en Iraq que han perdido algún miembro, las manos, los ojos. Por todas partes se ven huérfanos y niños mendigando en el mercado. Esas son las heridas externas de la guerra. Mucho menos visibles son las heridas interiores que han hecho que aumente el alcoholismo, la violencia doméstica y las enfermedades psicológicas (68). Una sociedad que ha tenido que enfrentarse con años de guerra y privaciones tiene que contener a la fuerza miles de personas traumatizadas y sin embargo casi no hay recursos para atenderlas. Como fuente de fortaleza dentro del hogar, las mujeres están en siempre a la vanguardia para atender a esas personas traumatizadas e intentar que puedan recuperar la salud.

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Participación en la reconstrucción económica y política
Aquellos iraquíes que habían confiado en que la coalición aumentaría la participación de las mujeres en el proceso de reconstrucción se han visto tristemente defraudados. Por lo general, las fuerzas de la coalición encargadas de la reconstrucción han ignorado a las mujeres a la hora de repartir el dinero de la reconstrucción. Un programa, Iniciativas para las Mujeres, intentó en sus orígenes conceder algo de sus 700.000 dólares a mujeres contratistas que trataban de reparar la infraestructura de las conducciones de agua. Sin embargo, en febrero de 2006, el director del programa notó que los objetivos del mismo apenas se habían alcanzado. Efectivamente, de los 260.000 contratos de reconstrucción concedidos en Iraq, menos de 1.000 habían ido a parar a las mujeres. Y, según el director, los individuos responsables de esta negligencia son “nuestros propios chicos [EEUU]… No estaba entre las prioridades de su lista. Pasa igual en EEUU. Cuando quieres contratar a alguien, quieres contratar a alguien como tu” (69).

El récord de la coalición a la hora de incorporar a las mujeres a la reconstrucción política de Iraq es asimismo sombrío. Según el Teniente Coronel Carl E. Mundy, que se encargó de las operaciones post-conflicto en el sur de Iraq, “No prestamos mucha atención al hecho de contratar mujeres… Mi preocupación era no caminar por donde no deberíamos caminar, y no empujar a una mujer a un puesto que haría que se enfadaran los hombres de lugar” (70). Al ignorar a las mujeres, los nombramientos hechos por los estadounidenses socavaron las futuras oportunidades políticas de las mujeres, y la elección por parte de la coalición de representantes para los distintos organismos sirvió a menudo para reforzar el poder de clérigos y dirigentes tribales conservadores. Por ejemplo, en 2003, EEUU nombró sólo tres mujeres entre los veinticinco miembros del Consejo de Gobierno Iraquí; no había gobernadoras provinciales, muy pocas representantes femeninas para la ciudad, distrito y consejos de barrio fuera de Bagdad, y ninguna mujer entre los veinticuatro miembros del comité constitucional que redactó la constitución interina.

La excusa fue que EEUU no quería violentar las sensibilidades iraquíes con una petición de una cuota femenina para la Asamblea Nacional, Pero, como Safia al-Suhail, una dirigente de la tribu Bani Tamiz del centro de Iraq, señala: “Están forzando muchos cambios en esta sociedad. ¿Por qué no forzar ése también?... ¿Los derechos de la mujer suponen, de repente, cruzar la línea roja? (71).

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Así es, al ignorar a las mujeres la coalición fortaleció a los hombres conservadores al frente de las instituciones ignorando también las preocupaciones de las mujeres. Entrevistada en abril de 2005, Salam Smeasim, una asesora económica laica del Ministerio interino de Asuntos para la Mujer, declaró que le asustaban más los conservadores laicos que los poderes islámicos. “Incluso los comunistas… no quieren que las mujeres sean activistas u ocupen posiciones de poder” (72).

Muchas mujeres se han dirigido a algunos clérigos pidiéndoles ayuda para garantizar sus derechos políticos. Según Hind Makiya, la directora fundadora de la Fundación para las Mujeres Iraquíes, con sede en el Reino Unido: “Tenemos que confiar que un dirigente religioso moderado como el Gran Ayatollah Ali al-Sistani luche por nuestros derechos, ya que los denominados liberales iraquíes han malvendido nuestros derechos entre ellos mismos.” Algunas mujeres iraquíes han buscado y recibido apoyo de al-Sistani para participar en el gobierno (73). Por ejemplo, la coalición nombró una jueza para un lugar en el sur más conservador, sin embargo, no pudo tomar posesión después de las protestas que se produjeron. Tras entrevistarse la posible jueza con al-Sistani y recibir su aprobación para el nombramiento, la coalición rechazó nombrarla por temor a las reacciones de la gente (74).

En el Iraq actual es peligroso para una mujer ser un personaje político. En las elecciones de diciembre de 2005 para los escaños del Parlamento, Maha al Duri, una candidata de una lista minoritaria chií puso su rostro en los carteles de la campaña y habló de los derechos de las mujeres. Empezó a recibir amenazas. Esto no era sorprendente: antes del referéndum constitucional de 2005, los carteles de la campaña mostrando un rostro de mujer en zonas conservadoras –como símbolo del rostro de un nuevo Iraq- fueron rasgados o emborronados y denunciados como algo vergonzoso. En diciembre de 2005, la candidata Huda al-Un’aimi no llegó a exponer ninguno de sus carteles de campaña, incluyendo los carteles que mostraban su cara. Como otras candidatas, algunas de las cuales tenían miedo de aparecer en público, al-Un’aimi temía que los insurgentes pudieran desprestigiarla acusándola de colaborar con las fuerzas estadounidenses (75).

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Desgraciadamente, hay fisuras entre las mujeres iraquíes: no hablan con una sola voz. Por ejemplo, entre los chiíes hay mujeres comunistas y laicas y muchas profesionales con alto nivel de educación; pero es más probable que las mujeres chiíes manifiesten más lealtad hacia su religión que hacia su género. Para muchas, pero ciertamente no para todas las mujeres chiíes, los derechos de las mujeres no ocupan un lugar muy alto en su agenda política. Hay multitud de ejemplos de actitudes chiíes conservadoras sobre el papel de la mujer en la sociedad: una vez que una mujer se casa (lo que se espera que haga cada mujer chií respetable), su trabajo fundamental es el trabajo de la casa. Abandona el “segundo trabajo”, i.e. el trabajo fuera del hogar, incluso en el caso de profesionales de alto nivel. En junio de 2004, los Médicos por los Derechos Humanos (PHR, en sus siglas en inglés) investigaron a 200 familias, el 96,7% eran chiíes, en tres ciudades del sur de Iraq; más de la mitad de los hombres y mujeres aprobaban que se golpeara a la esposa que fuera desobediente. Significativamente, la muestra de la investigación era urbana, no rural, donde se podía haber anticipado la respuesta (76).

A pesar de las poderosas actitudes patriarcales y del peligro de ser acusadas de violar la Sharia, las mujeres chiíes han tratado de alcanzar cargos políticos. En 2004, Thanaa Salman, una directora de colegio de 27 años en Hilla, encaminó sus pasos hacia la política local. Una vez que fue elegida para el consejo de barrio, se celebraron elecciones para nombrar presidente sin su conocimiento. Se puso en contacto con los estadounidenses que habían organizado la votación y pidió una nueva elección. Se celebró y ella ganó la presidencia por un estrecho margen. Raghad Ali, de 25 años, intentó dirigir el consistorio local en Hilla, pero los hombres de la oficina de registro de candidatos insistieron en que las mujeres no podían ser candidatas. Después, Raghad declaró: “Tenía miedo de la gente de mi barrio… Me miraban de forma muy extraña, porque yo pensaba que era igual a los hombres. Todo me llena de temor ahora, desde los cotilleos a la violencia. He tenido que ahogar todas las ambiciones que llevaba dentro” (77). Pero al igual que otras muchas mujeres iraquíes, Raghad y su hermana organizaron una campaña para conseguir que un gran número de escaños de la Asamblea Nacional fueran para las mujeres. Según la Constitución iraquí, ratificada en octubre de 2005, se garantiza a las mujeres una cuarta parte de los escaños. Más adelante se abordará en este informe un análisis más en profundidad sobre el impacto de la Constitución en las vidas de las mujeres.

En una curiosa dicotomía familiar en Occidente, algunas mujeres chiíes están dispuestas a asumir riesgos considerables para participar en política pero, al mismo tiempo, niegan estar interesadas en los derechos de la mujer. En enero de 2005, en Nayaf, mujeres que llevaban la abaya estaban deseando que las fotografiaran y las citaran, al contrario que muchas mujeres que se presentaban como candidatas. Esas candidatas, que defendían ideas religiosas conservadoras, parecían no tener interés en absoluto en hacer progresar los derechos de la mujer; como señaló una mujer, no quería ser candidata para intervenir en cuestiones relativas a las mujeres sino “para proporcionar oportunidades de trabajo… para ayudar a las viudas y a la gente pobre” (78).

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Moldeando una sociedad civil estable y viable
A pesar del peligro, la violencia, la inseguridad y las privaciones, las mujeres iraquíes continúan tratando de protagonizar sus propias vidas y de crear una sociedad más estable. Las ONGs locales llenan algunos vacíos aunque cada vez tienen mayores dificultades de funcionamiento, especialmente en el sur. Antes de la invasión, Al Marifa (Conocimiento para la Sociedad de Mujeres Iraquíes), había proporcionado servicios comunitarios por todas las mezquitas de Bagdad. Cuando cayó Hussein, Al Marifa se registró como ONG y en junio de 2003 abrió su primer centro para mujeres. En ese centro, las mujeres tomaban clases de informática, costura y cocina. En 2004, Al Marifa abrió otro centro en Al Dora, una barriada pobre en las afueras de Bagdad (79). La Organización por la Libertad de las Mujeres en Iraq (OWFI, en sus siglas en inglés), una conocida organización para los derechos de la mujer que distribuye suministros en los campos de refugiados de Bagdad, publica un periódico que denuncia casos de violación y asesinatos por honor, y ha abierto refugios en Bagdad y en Kirkuk para las mujeres que huyen de malos tratos domésticos y de posibles asesinatos por honor (80).

Las mujeres, también a nivel individual, están tratando de controlar sus destinos. Women to Women International ha documentado varias historias heroicas, incluida una sobre Nawal, quien con 52 años es el único sostén de su hogar:

“Anteriormente había estado empleada en una fábrica de conservas de alimentos hasta que, como otras muchas fábricas, cerró. La principal queja que ella y sus vecinas compartían era la falta de agua en su zona. Pidió una reunión con las autoridades oficiales encargadas de la cuestión del agua en su provincia. El administrador con el que habló estuvo de acuerdo en que se trabajara en la reparación de las cañerías y la envió a entrevistarse con el ingeniero principal. Impresionado por su tenacidad, el ingeniero estuvo de acuerdo en trabajar para la barriada. Sin embargo, Nawal necesitaba la aprobación del director para que el trabajo pudiera dar comienzo y este pidió 175.000 dinares iraquíes por la obra. La idea de estar fomentando el ciclo de la corrupción la hizo sentirse desolada y, a pesar de los riesgos, volvió a ver al primer director con el que había hablado y le explicó la corrupción. El director escribió una orden oficial administrativa para que los trabajos en las cañerías de su barriada dieran comienzo y Nawal pudo devolver a sus vecinas los 100.000 dinares recogidos. Ahora que goza del respeto de la gente de su barriada, ha centrado su atención en el problema del suministro eléctrico” (81).


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La constitución iraquí

“Estamos presenciando el desarrollo de un suceso sorprendente, que es el de la redacción de una constitución que garantiza los derechos de las minorías, los derechos de las mujeres, la libertad de culto en un país que sólo había conocido dictadura.”
George Bush
23 de agosto de 2005


Contrariamente a las proclamas de George Bush, la nueva constitución iraquí, aprobada el 15 de octubre de 2005, no garantiza los derechos de la mujer. De hecho, en el corazón de la Constitución existe una ambigüedad que muchos críticos consideran puede representar un paso atrás importante para las mujeres iraquíes.

La Constitución afirma que los iraquíes son iguales ante la ley, “sin discriminación de sexo”, y que “ninguna ley puede contradecir los principios democráticos que puedan establecerse.” Sin embargo, la Constitución también consagra al Islam como religión oficial del estado y fuente básica de legislación – no podrá aprobarse ninguna ley, se afirma, que pueda contradecir las “normas establecidas por el Islam”. Para personas críticas con la Constitución como Yanar Muhammad, presidenta de la Organización para la Libertad de las Mujeres en Iraq (OLMI), las disposiciones islámicas convertirán al país en una especie de “Afganistán bajo los talibanes, donde se institucionalizará la opresión y discriminación hacia las mujeres” (82).

Como hemos visto en este informe, las “normas del Islam”, la Sharia, a la cual se refiere la Constitución, pueden ser objeto de amplias interpretaciones (83). Riverbend, el pseudónimo de la blogger más famosa de Iraq, señala lo siguiente: “Soy una mujer musulmana practicante. Creo en los principios y normas del Islam que practico – de otra forma no los practicaría. El problema no es el Islam; el problema son las docenas de interpretaciones de las normas y principios islámicos. En Iraq vivimos esta situación de primera mano porque tenemos muchos ejemplos de las diversas interpretaciones islámicas de dos vecinos – Irán y Arabia Saudí. ¿Quién decidirá qué principios y normas son los que no deberían entrar en contradicción con la constitución?”

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La Constitución no especifica quién decidirá qué “normas del Islam” prevalecerán. El órgano que resolverá cómo interpretar la Constitución es el nuevo Tribunal Supremo, compuesto de jueces y expertos en la Sharia, incluidos los clérigos. Como el nuevo Parlamento iraquí tiene que determinar aún el método de elección del Tribunal Supremo y tiene también poder para elaborar las leyes que constituirán el meollo de las directrices de la Constitución, quienes controlen el Parlamento serán probablemente quienes determinen qué “normas del Islam” serán las que prevalezcan.

Los derechos concedidos al Parlamento preocupan particularmente a los críticos de la Constitución por el aumento de poder político que han obtenido los clérigos y grupos conservadores chiíes. Si estos grupos controlan el Parlamento, “las normas islámicas” seguirán interpretaciones conservadoras de los derechos de las mujeres (84). Un ejemplo que viene al caso, los críticos señalan el éxito de los islamistas conservadores cuando bloquearon la designación de Nidal Nasser Hussein como jueza en Niyaf, a pesar del hecho de que las mujeres han trabajado como jueces en Iraq desde que Zakia Hakki fue nombrada en 1959.

Otra parte de la Constitución que puede ser motivo de preocupación se refiere a asuntos importantes sobre las “leyes personales”, que son las que regulan temas como el matrimonio, el divorcio y la herencia. El Artículo 39 de la nueva Constitución declara que los iraquíes son “libres en su estatuto personal, de acuerdo con su religión, secta, creencia o posibilidades”. Legislación posterior determinará el alcance de ese artículo. Los críticos argumentan que si los asuntos de familia son juzgados según la ley seguida por la secta o según la religión de la familia, la Constitución puede anular gran parte de la ley iraquí sobre el estatuto personal que proporcionó a sus mujeres los derechos legales más amplios en Oriente Medio. Además, la Constitución no deja claro qué sucedería en caso de que el marido y la mujer no pertenezcan a la misma secta. Y aunque algunos dicen que los iraquíes serían libres para rechazar un papel de los clérigos en las disputas familias y optar por un tribunal laico, ¿qué es lo que sucede cuando una de las partes en disputa es laica y la otra religiosa?

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Muchos musulmanes que apoyan los derechos de la mujer creen que las leyes laicas nunca reemplazarán completamente a la Sharia. Defienden que en lugar de intentar deshacerse o trabajar fuera de la Sharia, las defensoras de la igualdad de las mujeres deben reconocer y trabajar dentro de las diversas interpretaciones de la Sharia. Estos musulmanes señalan a países que han ampliado los derechos de las mujeres a la vez que se adherían a los principios islámicos. En 2003, Marruecos revisó su código de familia para elevar la edad de matrimonio de 15 a 18 años, abolir la poligamia, igualar el derecho al divorcio y dar a las mujeres el derecho a conservar la custodia de sus niños. En Indonesia, donde existen tribunales de la Sharia, un grupo llamado Fatayat forma a sus miembros femeninos en la fiqh (jurisprudencia) islámica para que puedan defender sus derechos en los debates religiosos. También, en Indonesia, una ONG conocida como P3M utiliza la fiqh para fomentar en las escuelas religiosas el conocimiento de normas de salud reproductiva de la mujer y la planificación familiar. Y más recientemente, en Malasia, un estado islámico, un grupo de defensa de las mujeres, Hermanas en el Islam, obligó al gobierno a retirar leyes que facilitaban que los hombres practicaran la poligamia y el divorcio (85).

Pero los grupos y clérigos islamistas conservadores que han obtenido un poder inmenso tras la invasión de Iraq, que se encuentran sobre todo en el sur chií y mantienen estrechos lazos con los clérigos iraníes, han mostrado actitudes “anti-mujeres”. En las secuelas de la revolución iraní de 1979, el nuevo gobierno islámico suspendió la progresista ley que sobre la familia había en el país e intentó acabar con los derechos y libertades de la mujer: prohibieron que hubiera juezas, obligaron a llevar el hijab, disminuyeron la edad para contraer matrimonio a nueve años, permitieron la poligamia, concedieron a los padres el derecho a decidir con quién se debían casar sus hijas, permitieron el divorcio unilateral para los hombres pero no para las mujeres, y dieron a los padres la custodia única de los hijos en caso de divorcio (86). Por temor a que se pueda utilizar también esta situación como pretexto para iniciar una acción militar contra Irán por parte de EEUU, permítasenos indicar también que muchas mujeres iraníes están fortaleciéndose para subvertir la autoridad de los clérigos – mediante participación política, protestas, grupos clandestinos de mujeres y el uso de tecnología, especialmente televisión por satélite y blogs en Internet. Es más, la subversión se hace evidente en temas aparentemente insignificantes, tales como el uso de cosméticos, comprar en tiendas a la última moda y en tiendas de lencería y pasar el número del móvil a eventuales pretendientes. Muchas mujeres iraquíes, especialmente aquellas que están más secularizadas, temen todavía que su país cambie en la misma dirección que Irán.

La Dra. Rajaa al-Khuzai, miembro secular chií de la Asamblea Nacional Transitoria, una de las pocas mujeres del comité de redacción de la Constitución, denunció amargamente que la nueva Constitución ponía en manos de los clérigos conservadores todos los derechos de la mujer“ (87). Tuvimos la mejor ley sobre la familia de todo Oriente Medio. Ahora volvemos a estar en manos de los clérigos”, se lamentó. La Dra. al-Khuzai, que llamó una vez a Bush “Mi Liberador” estaba tan preocupada por las perspectivas de futuro de las mujeres que decidió abandonar el país.

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Los defensores de la Constitución dicen que uno de sus componentes representa un avance real para las mujeres iraquíes: la garantía de que el 25% de los escaños de la Asamblea Nacional se reservará a las mujeres. En Iraq, entre el 55-65% de la población son mujeres. La cuota constitucional para las representantes de las mujeres es el resultado de un intenso trabajo por parte de los grupos feministas, pero también tiene algunos precedentes en la historia iraquí. En 1980, los baazistas dieron a las mujeres el voto y el derecho a presentarse como candidatas. En dos décadas, las mujeres fueron ocupando hasta el 20% de los escaños en el Parlamento iraquí (comparado con la media de un 3,5% en la región) y algunos puestos importantes en el gabinete de gobierno (88).

Ante la insistencia de las mujeres iraquíes, ayudadas por los británicos, se estableció una cuota del 25% para la Asamblea Nacional Transitoria que fue elegida el 30 de enero de 2005 y que se encargó de redactar la Constitución. Durante el proceso de redacción, las feministas pidieron que la representación se centrara en mantener esa cuota del 25%, mientras que las mujeres conservadoras trataron de que se retirara. Al final, se conservó la cuota en la redacción última de la Constitución, dando así a las mujeres de Iraq uno de los más altos niveles de representación en el mundo. (Recuerden, las mujeres en el Congreso estadounidense suponen algo menos del 15% de sus integrantes) (89).

Pero es un error asumir que únicamente por tener un número importante de mujeres en el gobierno va a haber una legislación “amistosa hacia las mujeres”. Después de todo, casi la mitad de las mujeres elegidas forman parte de la lista de candidatos de la Alianza Unida Iraquí, la conservadora coalición chií improvisada por el Ayatollah Ali al-Sistani, y se han atenido a las instrucciones conservadoras de su partido. Por ejemplo, la diputada Dra. Jenan al-Ubaedey, defiende la poligamia y que se pueda golpear a las mujeres, mientras el marido “no deje señales” (90).

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A largo plazo, la educación femenina puede ser el mejor camino para avanzar en la situación de la mujer. Pero, aunque la Constitución proclama la educación gratuita en todos los niveles, sólo la educación primaria es obligatoria. Algunos grupos de mujeres en Iraq, preocupadas por el deterioro de los niveles educativos entre las mujeres, intentaron que se declarara también obligatoria la enseñanza secundaria pero fueron derrotadas (91).

Desgraciadamente, aunque el contenido de la Constitución es muy grave para el futuro de las mujeres iraquíes, la mayoría de ellas estaban demasiado abrumadas por las dificultades de la vida diaria como para poder siquiera participar en el debate. “La gente está tan angustiada tratando de sobrevivir y conseguir un trabajo y poder enviar a los niños al colegio por la mañana, que la constitución les supone una cuestión menor”, escribe la blogger iraquí Riverbend. Al hablar de la gente que habita en zonas sunníes con fuertes combates, dice: “Cuando tu ciudad está bajo el fuego y estás desplazada con tu familia en medio del desierto en alguna tienda de campaña del Creciente Rojo, lo último que te preocupa es la Constitución”.

De esta forma, mientras las mujeres iraquíes estén ocupadas tratando de mantenerse a flote ellas mismas y sus familias, esta Constitución post-invasión puede bien hundir sus posibilidades de igualdad en el nuevo Iraq liberado. Todo quedará en manos de quién interprete las “normas islámicas”.

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Conclusión

Las mujeres iraquíes han pagado un precio muy alto por la guerra y la ocupación de su país. A pesar de la retórica de la administración Bush de que la vida de las mujeres ha mejorado desde el derrocamiento de Saddam Hussein, las mujeres se enfrentan a una nueva serie de desafíos que han hecho retroceder décadas de lucha de la mujer iraquí por la igualdad de sus derechos. Y la nueva Constitución iraquí, aunque garantiza un aumento de su participación política, deja abierta la posibilidad de que los clérigos conservadores pueden pronto tener más control que nunca sobre las vidas de las mujeres de Iraq.

Desde marzo de 2003, como este informe documenta, las mujeres iraquíes se han visto sitiadas por la violencia. La falta de seguridad en Iraq y el aumento de delitos tales como violaciones, asesinatos y secuestros han hecho que muchas mujeres tengan miedo de salir de sus hogares y traten de mantener en casa a sus niños, especialmente a las niñas, con el consiguiente absentismo escolar. En el centro y sur de Iraq, donde la violencia y el caos son más extremos, los actos violentos contra las mujeres están siendo cometidos por las tropas estadounidenses, los contratistas extranjeros, los oficiales de policía iraquí, los insurgentes, las milicias y los delincuentes comunes. Además, grupos religiosos radicales, que utilizan la violencia para reforzar su interpretación conservadora, están agrediendo también a las mujeres.

Aunque es difícil conseguir estadísticas en el Iraq actual sobre violaciones, raptos y otros delitos de agresión, las mujeres han estado informando al menos desde el verano de 2003 sobre el impacto de estos crímenes en sus vidas. Un informe de julio de 2003 de Human Rights Watch afirmaba que “mujeres y niñas han contado a Human Rights Watch que la inseguridad y el miedo a la violencia sexual y a los secuestros están manteniéndolas encerradas en sus hogares, ausentes de los colegios y de los puestos de trabajo y de la búsqueda de empleo” (92). Otro estudio, publicado en noviembre de 2004 en la revista médica The Lancet, estimaba que la guerra y la ocupación habían causado 98.000 muertes más y que, según se informó, “en la mayoría de los casos, las personas asesinadas por las fuerzas de la coalición eran mujeres y niños” (93).

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Este alto nivel de violencia ha constreñido las vidas de las mujeres y limitado sus posibilidades. También ha dejado en sus manos la inmensa tarea de tratar los efectos psicológicos que la guerra ha causado sobre ellas mismas y sobre el resto de los miembros de sus familias afectados psicológicamente por los traumas que supone un conflicto de tal volumen.

En medio de la violencia, las mujeres tienen que asegurar la satisfacción de las necesidades básicas humanas de sus familias, una tarea que ha devenido extraordinariamente difícil por la devastación que la guerra ha causado en la economía e infraestructuras iraquíes. El extendido desempleo, la falta de recursos básicos como agua potable y electricidad, la escasez de alimentos y de gasolina y un sistema de atención sanitaria hecho jirones suponen gran parte de la realidad diaria que han de enfrentar las iraquíes. En algunos casos, las mujeres y sus parientes masculinos pueden luchar juntos para superar esta carencia de recursos básicos; en otros casos, las mujeres deben ser ellas solas quienes proporcionen a sus familias los medios básicos de subsistencia, porque sus maridos, sus hijos y sus padres han sido asesinados, detenidos o están desaparecidos.

En algunos casos, las mujeres han tenido que dirigirse para pedir asistencia a grupos religiosos que se han organizado para proporcionar la ayuda que el gobierno y las fuerzas de la coalición han sido incapaces, o no han querido, proporcionar. El aumento de poder de estos grupos, especialmente de aquellos que comulgan con doctrinas radicales bajo las cuales las libertades de las mujeres van a sufrir graves restricciones, es un fenómeno que las defensoras de los derechos de las mujeres temen pueda llevar a una situación de restricciones para las mujeres iraquíes similar a la que se impuso en Irán.

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Sin duda alguna, en Iraq ha aumentado la presión sobre las mujeres para que lleven puesta la hijab o abaya, siendo acosadas y algunas veces atacadas si no van cubiertas. Por otra parte, hay muchas mujeres iraquíes que apoyan el creciente papel de los principios islámicos en la sociedad iraquí e incluso las interpretaciones conservadoras del Islam.

Una cuestión vital es ¿hasta dónde los clérigos conservadores chiíes y sunníes, que han conseguido últimamente un poder inmenso en Iraq, intentarán explotar la ambigüedad de la nueva Constitución sobre el papel del Islam para restringir los derechos y libertades de la mujer? Es también preocupante el hecho de que bajo la nueva Constitución el poder de los tribunales religiosos podría extenderse y pasar a regular muchas otras situaciones personales más, como el matrimonio, el divorcio, la custodia de los niños y la herencia de propiedades.

De la información presentada en este informe se deduce que la guerra contra Iraq no ha supuesto progreso alguno para las mujeres iraquíes. Más bien al contrario, lo único que ha conseguido es sustituir la brutalidad del régimen de Saddam Hussein con una brutalidad nueva que desafía la seguridad y el bienestar de las mujeres y sus familias a través de multitud de variables. Aunque hay esperanza de que aumente la participación política de las mujeres en el nuevo Iraq, las mujeres iraquíes nunca podrán desarrollar el conjunto completo de derechos humanos mientras su país siga acosado por la guerra y la ocupación.

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Como la guerra y la ocupación no se detienen, las mujeres de todo el mundo deberíamos considerar qué acciones podríamos emprender para apoyar a las mujeres iraquíes. Como mínimo, deberíamos permanecer vigilantes, siguiendo e informando al mundo de cualquier deterioro en la situación de los derechos de nuestras hermanas iraquíes. Deberíamos responder a las peticiones de apoyo por parte de los grupos de mujeres iraquíes, dando publicidad a esas peticiones. Las mujeres debemos también insistir en que los países que han destrozado la economía y la infraestructura iraquíes paguen para que sean los propios iraquíes quienes lleven a cabo la reconstrucción de su país.

Y lo más importante de todo, las mujeres de todo el mundo, especialmente aquellas que habitan en países que han participado en la ocupación de Iraq, deberían presionar a sus gobiernos para que dejen de apoyar esa guerra. Ninguna de nosotras puede sentarse para hablar de cómo conseguir poder para las mujeres iraquíes mientras la ocupación continúe despojando al pueblo de Iraq.

Gracias a Rose Glickman por la soberbia edición de este informe, a Elizabeth Baribeau y Tovis Page por las investigaciones, a Nadje al-Ali y Assaf Kfoury por la agudeza de sus críticas y a Nadje al-Ali por su motivador prefacio.

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Notas

1. BBC News: “One Day in Iraq: Daily Lives”, 7 de junio de 2005.

2. La Sharia es un término al que se refieren frecuentemente los clérigos y eruditos islámicos a la hora de delimitar el papel de la mujer en el mundo musulmán. Las interpretaciones literales del término Sharia varían, pero parece que se deriva de una laguna o de un camino que lleva a una laguna. Actualmente la mayoría de la gente equipara el término Sharia con la ley islámica que los legisladores y juristas islámicos han interpretado desde ciertos principios o enseñanzas religiosos. Estas interpretaciones de la Sharia fueron y son utilizadas para regular los rituales religiosos y todos los aspectos de la vida societaria.

Sin embargo, todos los musulmanes no están de acuerdo en las interpretaciones ni siquiera en el proceso de interpretación. Los sunníes y los chiíes utilizan fuentes diferentes para interpretar la Sharia, aunque ambos grupos utilizan principios del Corán y diversas prácticas o enseñanzas del Profeta Mahoma. Tras la muerte del Profeta y durante la Edad Media se desarrollaron cinco escuelas diferentes de desarrollo de la Sharia – cuatro en la tradición sunní y una en la chií. Esas escuelas se formaron a partir de un grupo de sabios que desarrollaron interpretaciones específicas de la ley islámica y, con el paso de los siglos, fueron haciéndose teóricamente vinculantes. Pero, incluso entonces hubo grupos que se separaron de esas escuelas de la Sharia y las interpretaciones de la ley islámica pueden diferir actualmente dependiendo del liderazgo clerical, el país de residencia u otras variables. La práctica de la mutaa, el matrimonio temporal, cada vez más popular entre muchos chiíes en Iraq, proporciona un ejemplo de diferentes interpretaciones. Muchos clérigos chiíes en Iraq mantienen que esos matrimonios están de acuerdo con la ley islámica; las autoridades sunníes normalmente no están de acuerdo con ese entendimiento y mantienen que esas relaciones sexuales están fuera de la conducta religiosa. Más aún, incluso en la extensión del mundo chií no hay una única interpretación acerca de la práctica de la mutaa: en Irán, el matrimonio temporal es muy practicado, pero entre los chiíes del Líbano, Siria y Turquía esa práctica casi no existe. Marla Bertagnolli: “Policy and Management: Women’s Rights in the Middle East: Will Iraq Follow Saudi Arabia’s Example?” The Heinz School Review, otoño de 2005; Sharon Otterman, “Islam: Governing under Sharia”, Council of Foreign Relations, 14 de marzo de 2005; Isobel Coleman, “Women, Islam and the New Iraq”, Foreign Affairs, enero/febrero 2006; Solomon Moore, “Vows of Matrimony Spoken in Passing”, LATimes.com, 15 de enero de 2006.

3. Se podría continuar practicando la poligamia con autorización judicial si el hombre demuestra o bien su capacidad financiera para mantener una relación polígama o que de ella se podría desprender un beneficio legal. Lucy Brown y David Romano: “Women in Post-Saddam Iraq: One Step Forward or Two Steps Back?” McGill University Press, 204.

4. Nadje al-Ali: “Reconstructing Gender: Iraqi Women between dictatorship, war, sanctions and occupation”, Third World Quaterly, Vol. 26, No. 4-5, pág. 7.

5. “Background on Women’s Status in Iraq Prior to the Fall of the Saddam Hussein Gobernment” Human Rights News, noviembre de 2003; Leslie Abdela, “Iraq’s War on Women”, Open Democracy, 18 de julio de 2005.

6. Nadje al-Ali, “The Impact of Economic Sanctions on Women in Iraq”, The Institute of Arab&Islamic Studies, Universidad de Exeter, UK.

7. Brown y Romano; Human Rights News.

8. Por ejemplo, a las madres divorciadas se les garantizaba la custodia de sus hijos hasta que los niños llegaban a los 10 años o, a discreción de un juez funcionario del estado, hasta la edad de 15.

9. Brown y Romano.

10. Amnistía Internacional: “Iraq: Decades of suffering, Now women deserve better”, 22 de febrero de 2005.

11. Women for Women International, “Windows of Opportunity: The Pursuit of Gender Equality in Post-War Iraq”, enero de 2005, p. 14; Freedom House.org, “Iraq”; Brown y Romano, Human Rights News; Nadje al-Ali, “Reconstructing Gender”, pág. 754.

12. Human Rights Watch, “Genocide in Iraq: The Anfal Campaign Against the Kurds”, julio de 1993.

13. Organización Mundial de la Salud,“Historical Perspective on the Health of Iraq’s People”, 2003.

14. Megan McKenna, “Preparing for war in Iraq: Making Reproductive Health Care a Priority”, Women’s Commission for Refugee Women and Children, n.d.; Lynn L. Aronowitz, et al, “Human Righsts Abuses and Concerns About Women’s Health and Human Rights in Southern Iraq”, Journal of America Medical Association, 24/31 de marzo de 2004, vol. 291, No. 12, pág. 1471; IRIN News.org, “Women Afraid to seek health care in the south”, 5 de abril de 2004.

15. Brown y Romano, Human Rights News, Amnistía Internacional, Nadje al-Ali, “Reconstructing Gender”, pág. 746, wadi, “Violence Against Women in Iraqi Kurdistan”, 2004.

16. Amnistía Internacional, Nadje al-Ali, “The Impact of Economic Sanctions”. Este informe coincide con los análisis de Lila Abu-Lughod sobre el significado del velo: “Primero, necesitamos trabajar contra la interpretación reduccionista del velo como indicador fundamental de la falta de libertad de las mujeres, incluso aunque rechacemos su imposición a nivel estatal… Segundo, debemos tener cuidado con no reducir las diversas situaciones y actitudes de millones de mujeres musulmanas a un único tema acerca del vestido”. Lila Abu-Lughod, “Saving Women or Standing with Them: On Images, Ethics and War in Our Times”, Insaniyaat, Primavera de 2003, Vol. 1, Tema 1.

En 2003 Nadje Al-Ali entrevistó a una chica de 15 años de Bagdad que pensaba que algunas mujeres y chicas llevaban el hijab porque ya no se podían permitir ropa y cosas bonitas y existía una gran presión para protegerse de las habladurías. Nadje Al-Ali, "Reconstructing Gender", p. 751.

17. Los datos demográficos de Iraq son notoriamente inexactos. Las cifras actuales se extrapolan a menudo de los censos del año 1997 y las estimaciones sobre toda la población de 2004 oscilan entre 25 y 27,1 millones, con una población menor de 15 años que supone aproximadamente un 39% del total. Central Organization for Statistics and Information Technology (Iraq) y Fafo Institute for Aplied International Studies (Noruega), “Iraqi Living Conditions Survey 2004”, Vol. II: Analytical Report, págs. 42-45.

El Departamento de Estado de EEUU estima el desglose siguiente de grupos étnicos: Árabes 75-80%, kurdos 15-20%, turcomanos, caldeos, asirios u otros menos del 5%. Además, el desglose por religiones es: musulmanes chiíes 60-65%; musulmanes sunníes 32-37%; cristianos 3%; otros menos del 1%. Departamento de Estado de EEUU, Departamento de Asuntos de Oriente Próximo: “Background Note”, agosto de 2005.

18. Carole A. O’Leary: “The Kurds of Iraq: Recent History, Future Prospects, Middle East Review of International Affairs, Vol. 6, No. 4 (diciembre 2002), págs. 18-19.

19. De los 18 gobernorados de Iraq, los autónomos son los de Dahuk, Erbin y Suleimaniya; las dos provincias cercanas son Tamim y Nínive.

20. Bill Park: “Iraq’s Kurds and Turkey: Challenges for U.S. Policy”, Parameters, Otoño de 2004, pág. 20.

21. Carole O’Leary, págs. 19-20.

22. Véase entrevista con Khayal Ibrahim, miembro de la Organization of Women’s Freedom in Iraq (OWFI), quien aunque nacida en el Kurdistán iraquí ha vivido en Toronto, Canadá, desde 1995. Bill Weinbrg: “Interview: The Civil Opposition in Iraq, Part 1” electroniciraq.net, 1 de junio de 2004.

23. Brown y Romano mencionan el relato de Houzan Mahmoud sobre la clausura de una organización de mujeres kurdas en el año 2000 como prueba de la oposición de la UPK a los movimientos de mujeres. Sin embargo, según Brown y Romano, la UPK estaba actuando contra el Partido Comunista de los Trabajadores, con el cual estaba alineada la organización de mujeres. Houzan Mahmoud: “An Empty Sort of Freedom”, 8 de marzo de 2004, The Guardian.

24. Brown y Romano; Amnistía Internacional.

25. Véase: http://www.wadinet.de/news/dokus/livingconditions2004.htm

26. Pamela Stone, "The Doubly Bound World of Kurdish Women", noviembre de 2003 (vol. 6, no. 1); Amnistía Internacional; wadi: “Assistance for Women in Distress Iraq and Iraqi-Kurdistan”.

27. Aziz Mahmoud: “Culture Clash for Returning Kurdish Women”, Kurdish Media, 30 de noviembre de 2005.

28. Central Organization for Statistics and Information Technology (Iraq) and Fafo Institute for Aplied International Studies (Noruega), pág. 92.

29. “Iraqi Women Divided over Family Law”, Aljazeera.net, 21 de enero de 2004.

30. Brown y Romano: Peace Women, “NGO works to boost Women’s Literacy in the North”, 8 de marzo de 2004.

31. Nicholas Birch, “Genital Mutilation is traditional in Iraq’s Kurdistan”, Women’s eNews, 1 de octubre de 2004; Peace Women: “Iraq: Survey Suggest Widespread Female Circumcision in North”, 6 de enero de 2005.

32. ABC News Poll: “Most Shia Arabs Oppose Attacks; Islamic State Not Preferred”, 5 de abril de 2004.

33. George Packer: “Testing Ground”, The New Yorker, 28 de febrero de 2005.

34. Women to Women International Briefing Paper: “Windows of Opportunity The Pursuit of Gender Equality in Post-war Iraq”, enero de 2005, pág. 18.

35. Women to Women International Briefing Paper, pág. 14.

36. Ghali Hassan: “Iraqi Women Under Occupation”, 9 de mayo de 2005, countercurrents.org.

37. Ibid; Luke Harding: “The Other Prisoners”, The Guardian, 20 de mayo de 2004; Tara McKelvey: “Unusual Suspects”, The American Prospect Online Edition, 1 de febrero de 2005.

38. Chris Shumway: “Rise of Extremism, Islamic Law Threaten Iraqi Women”, The New Standard, 30 de marzo de 2005.

39. Rory Carroll: “US accused of seizing Iraqi women to force fugitive relatives to give up”, The Guardian, 11 de abril de 2005; Luke Harding.

40. Ibid.

41. Neil Mackay: “Iraq’s Child Prisoners”, Sunday Herald, 1 de agosto de 2004.

42. Human Rights Watch: “Sexual Violence and Abduction of Women and Girls in Baghdad”, Julio de 2003, Vol. 15, No. 7 (E).

43. Ibid.

44. Chris Shumway.

45. IRIN News.org: “Female harassment from religious conservatives”, 14 de abril de 2004.

46. Anthony Shahid: “Picnic is No Party in the New Basra”, Washington Post, 29 de marzo de 2005, pág. A09.

47. Leslie Abdela.

48. Chris Shumway: “Iraq: Focus on threats against progressive Women”, IRIN News.org, 21 de marzo de 2005.

49. Women for Women International, Briefing Paper, pág.7.

50. Women for Women International, Briefing Paper, págs. 14 y 17; Central Organization for Statistics and Information Technology (Iraq) y Fafo Institute for Applied International Studies (Noruega), pág. 116.

51. Charles Levinson: “Ordinary Iraqis feel pinch of free-market reforms”, San Francisco Chronicle, 23 de enero de 2006, pág. A1, 7.

52. Véase nota nº 2; “Iraq Women Gunned Down”, BBC News, 22 de enero de 2004; UNIFEM: “The Impact of the Conflict on Iraqi Women”, 7 de octubre de 2005; Haifa Zangana: “Quiet, or I’ll Call Democracy”, The Guardian, 22 de diciembre de 2004.

53. Solomon Moore.

54. Usama Hashem Rida, “Women Join Shia Revival”, Institute for War and Peace Reporting, 3 de diciembre de 2003.

55. Ashraf Khali: “Iraq’s Shiite Mosques Reach Out to Women”, Women’seNews, 12 de marzo de 2004.

56. “Iraqi Women Divided Over Family Law”

57. Amatzia Baram: “Post-Saddam Iraq: The Shiite Factor”, Iraq Memo #15, The Brookings Institution, 30 de abril de 2003.

58. IRIN News.org: “Doctors warn of increasing deformities in newborn babies”, 27 de abril de 2005.

59. IRIN News.org: “Iraq: Many displaced in the west fear returning home”, 13 de diciembre de 2005;
IRIN News.org: “Iraq: New Offensive in Anbar leads to more displacement”, 19 de enero de 2006.

60. Special Inspector for Iraq Reconstruction (EEUU): “Summary IRRF Reconstruction Fact Sheet” (31 de diciembre de 2005); IRIN, 19 de enero de 2006.

61. Ahmad Fadam & Nafia Abdul Jabbar, Agence France Presse, 26 de enero de 2006.

62. Central Organization for Statistics and Information Technology (Iraq) y Fafo Institute for Applied International Studies (Noruega), págs. 58-63.

63. Nadjie al-Ali, “Reconstructing Gender", págs. 746, 748 y 749.

64. Ibid, pág. 750.

65. Ibid.

66. UNIFEM.

67. Deepa Babington: “Iraqi Widows Feel Lost in Land that Cannot Provide”, Reuters, 9 de enero de 2006.

68. Sheila Provencher: “Suffering and Strength: Women of Iraq”, invierno de 2005 (Catholic Peace Fellowship.org).

69. Anita Powell: “Women face uphill struggle for rights in Iraq”, Stars and Stripes, 9 de diciembre de 2005.

70. Swanee Hunt y Cristina Posa: “Iraq’s Excluded Women”, Foreign Policy, julio/agosto de 2004.

71. Ibid.

72. “In Jeans or Veil, Iraqi Women are Split on New Political Power”, New York Times, 12 de abril de 2005.

73. Ibid.

74. “Backlash in Baghdad: An Interview with Manal Omar”, entrevistada por Dave Gilson, Mother Jones, 28 de enero de 2005.

75. Huda Ahmed: “Women Face enormous Obstacles in Iraqi Politics”, Knight Ridder Newspapers, 3 de enero de 2006.

76. Lynn L. Aronowitz, et al.

77. Neela Banerjee, “Iraqi Women’s Window of Opportunity for Political Gains is Closing”, New York Times, 26 de febrero de 2004.

78. Scott Peterson, “Women Make Pitch to Iraqi Voters”, The Christian Science Monitor, 27 de enero de 2005.

79. American Friends Service Committee: “AFSC helps Iraq Create Its Own New Society”, 18 de junio de 2004.

80. “AFSC Helps Iraq Create Its Own New Society”; U.S. Women Without Borders: Ending Violence Against Women & Girls Worldwide, “Bagdad: Iraqi Feminist Yanar Mohammed Takes to the Airwaves”, 2005.

81. Women to Women International Briefing Paper, pág. 21.

82. Coleman.

83. Véase Nota no. 2 de este informe.

84. Los resultados finales de las elecciones de diciembre de 2005 muestran que, de 275 escaños parlamentarios, la coalición chií, la Alianza Unida Iraquí, gano 128; la Coalición Kurda de Partidos 53; y dos bloques sunníes árabes, el Frente para el Acuerdo Iraquí y el Frente Iraquí para el Diálogo Nacional, recibieron 44 y 11 respectivamente. La Lista Nacional Iraquí, laica, ganó 25. A otros partidos y a los independientes les correspondieron 14 escaños. La Alianza Unida Iraquí se ha convertido en el bloque parlamentario más amplio pero carece de la necesaria mayoría para poder legislar. Además, la coalición chií no es un grupo cohesionado. Por tanto, la interpretación y traducción de las “normas islámicas” a leyes depende mucho de la evolución de las alianzas parlamentarias.

85. La organización Women Living Under Muslim Laws (WLUML) trabaja por todo el mundo árabe intentado hacer avanzar los derechos de las mujeres desde dentro de los principios islámicos, promoviendo una interpretación de la Sharia “amistosa con las mujeres”.

86. Coleman.

87. Dexter Filkins: “The Struggle for Iraq: The Charter; Secular Iraqis Say New Charter May Curb Rights”, New York Times, 24 de agosto de 2005, Sección A, pág. 1.

88. Coleman.

89. Ibid. Un comité de 71 personas redactó la constitución, de las cuales ocho eran mujeres. De las ocho, cinco representaban a la coalición chií, la Alianza Unida Iraquí; dos eran representantes kurdas y sólo una, la Dra. Rajaa al-Khuzai, era independiente. No obstante, la situación fue aún peor en la primera redacción de la Constitución Interina, cuando en el comité de 24 personas no había ni una sola mujer.

90. Catherine Philp: “Iraq’s women of power who tolerate wife-beating and promote polygamy”, The Times of London, 31 de marzo de 2005. La periodista citó a la Dr. al-Ubaedey diciendo: “Si no permites que tu marido tenga otra mujer, entonces tendrá un affair”.

91. Durante la terrible década de sanciones en los años 90, las tasas de asistencia de las niñas al colegio en Iraq descendieron significativamente, haciendo en la actualidad de Iraq uno de los pocos países en el mundo donde las madres están por lo general mejor educadas que sus hijas.

92. Human Rights Watch: “Climate of Fear: Sexual Violence and Abduction of Women and Girls in Baghdad”.

93. Les Roberts et al: “Mortality before and after the 2003 invasion of Iraq: cluster simple survey”.

Traducido del inglés para Rebelión y Code Pink por Sinfo Fernández, en honor de la valiente y sobrecogedora resistencia de las mujeres iraquíes y en apoyo del trabajo de defensa y solidaridad que están llevando a cabo hacia ellas, y hacia todo el pueblo iraquí, sus hermanas estadounidenses de Code Pink: Women for Peace and Global Exchange.

Texto original en inglés:
http://www.codepinkalert.org/downloads/IraqiWomenReport.pdf

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