Resumen de contenidos
Durante
la etapa comprendida entre los años 1958 y 1990, Iraq
fue reconociendo más derechos y libertades a las mujeres
y niñas de su país que la mayoría de sus
estados vecinos. Si bien el gobierno dictatorial de Saddam Hussein
y los doce años de graves sanciones redujeron esas oportunidades,
las mujeres iraquíes mantenían aún una
presencia activa en muchas áreas de su sociedad antes
de que comenzara la ocupación. La situación ha
cambiado ahora de forma dramática. Aunque las mujeres
del Kurdistán iraquí han ido consiguiendo algunos
avances desde que se produjo la invasión estadounidense,
en el resto del país las mujeres tienen que enfrentar
a diario violencia, durísimas condiciones de vida y temor,
y su futuro se presenta más incierto que nunca.
Inseguridad y miedo.
El gobierno de Hussein, aunque brutal y violento, actuaba bajo
cierto estado de derecho donde la agresión y sus derivas
podían de algún modo preverse. Ese estado de derecho
ha saltado hecho añicos con la ocupación. Saqueos,
violencia e inseguridad ponen en peligro especialmente a las
mujeres, que se ven expuestas a ataques y violaciones. Las mujeres
que circulan por las calles tienen que enfrentarse a menudo
con violencia indiscriminada, agresiones, secuestros o con la
muerte, que les puede llegar de manos de los suicidas-bomba,
de las fuerzas ocupantes, de la policía iraquí,
de los grupos religiosos extremistas y de los delincuentes locales.
Destrucción
de infraestructuras. Desde la invasión estadounidense,
las infraestructuras fundamentales, que se encontraban ya francamente
deterioradas, se han venido prácticamente abajo. Los
iraquíes tienen que enfrentarse con la escasez de medicamentos,
alimentos, refugio, agua potable, electricidad y otros servicios
básicos. Las mujeres luchan por mantener a sus familias
en medio de ese caos, ellas mismas acosadas por un desempleo
vertiginoso, por pobreza, malnutrición y escasez de servicios
sociales tales como colegios dignos y atención sanitaria
adecuada.
Acceso
limitado a puestos de trabajo y a la educación.
La violencia constante ha dejado confinadas a las mujeres y
a sus hijos –particularmente a las niñas- en sus
hogares. Pocos niños se atreven a arriesgarse por las
calles para asistir a clase. El analfabetismo aumenta. Además,
a pesar de las iniciativas para introducir a las mujeres en
el mundo laboral e implicarlas en la reconstrucción,
de los 260.000 contratos de reconstrucción concedidos
en Iraq, menos de 1.000 han ido a parar a manos de mujeres.
EEUU
es parte del problema. Algunos integrantes del ejército
estadounidense han cometido delitos de abusos sexuales y asaltos
físicos contra las mujeres. Han sido muchas las mujeres
que han contado historias de violaciones y humillación
sexual ejecutadas de forma rutinaria, especialmente en los centros
de detención. Este es un hecho especialmente horrendo
en un país donde las mujeres, especialmente en las áreas
rurales, pueden ser vulnerables a los asesinatos “por
honor”, que se producen cuando los parientes masculinos
matan a una mujer que ha “profanado” el nombre de
la familia. Las tácticas militares estadounidenses han
convertido también en víctimas a las mujeres y
a sus familias – desplazándolas de sus hogares,
sometiéndolas a ataques aéreos y, en ocasiones,
utilizando a las mujeres como objeto de chantaje para intercambiarlas
por hombres de los que sospechan que pueden pertenecer a la
resistencia.
Los islamistas conservadores van ganando terreno.
Los grupos islámicos conservadores han conseguido un
poder inmenso en el Iraq post-invasión. Aunque en un
aspecto positivo la nueva constitución iraquí
garantice que las mujeres deben ocupar el 25% de los escaños
de la Asamblea Nacional, también mantiene que no se aprobará
ninguna ley que contradiga las normas islámicas. En determinadas
circunstancias, esta última disposición podría
reducir los derechos y libertades de las mujeres en aspectos
tales como los relativos al matrimonio, el divorcio y la herencia.
Hay
muchas formas de apoyar a las mujeres iraquíes. Deberíamos
permanecer vigilantes para controlar e informar al mundo de
cualquier deterioro de sus derechos. Deberíamos responder
con prontitud a cualquier petición de apoyo de los grupos
de mujeres iraquíes. Para poner fin a la violencia, deberíamos
exigir la retirada de todas las fuerzas extranjeras de Iraq
así como negociaciones de paz que incorporen a las mujeres
al proceso de paz. Y deberíamos insistir en que los países
que han destruido la economía y la infraestructura de
Iraq paguen e indemnicen para que sean los propios iraquíes
quienes lleven a cabo la reconstrucción.
“Trabajo
en una peluquería de señoras. No hay electricidad,
no hay agua, el calor nos está matando. Las clientas,
cuando escudriñan el interior, no ven más que
oscuridad. Se alejan asustadas, ¿y cuál es la
quintaesencia para una peluquera? La electricidad. Para utilizar
un generador se necesita petróleo… No soy la
dueña por eso no puedo comprarlo. La paradoja es que
cuando la dueña… ve… que no tenemos clientas
se niega a pagarnos… No hay seguridad, las amenazas
te llegan por doquier. Gracias a Dios, nuestro salón
no ha sido objeto de ningún atentado – pero…
¿qué impediría lanzar una bomba contra
nosotras? Es un riesgo que tenemos asumido. Es nuestra forma
de vida… de nosotras, de todas las mujeres iraquíes.
La mayoría de nuestros hombres se tienen que quedar
sentados en casa. Mi marido sale a buscar trabajo en vano
todos los días. Esa es la clase de vida que las mujeres
iraquíes estamos llevando en este momento.”
Um Mustafa,
peluquera
Bagdad, 7 de junio de 2005 (1)
Esas espantosas
y tristes frases sobre la lucha diaria de las mujeres iraquíes
bajo la ocupación sólo cuentan una parte de la
historia. Este informe explorará los efectos que sobre
las mujeres ha tenido la invasión de 2003 y la posterior
ocupación aún en curso. A fin de proporcionar
un contexto y poder entender mejor las consecuencias de ambas
Guerras del Golfo y de la ocupación actual, examinaremos
el camino plagado de baches por el que los derechos y libertades
de las mujeres iraquíes han ido desplazándose
desde 1958 hasta los años de la década de 1990. |
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Prefacio
No
hay mucho que celebrar
Mientras
las mujeres estadounidenses celebraremos el 8 de marzo el Día
Internacional de la Mujer, las mujeres iraquíes tienen poco
que celebrar. Esta es realmente la situación de las mujeres
iraquíes, cuyas vidas diarias se han visto reducidas a una
lucha encarnizada por la supervivencia. Cuando una mujer sale de su
casa en el Iraq de hoy en día, abraza a sus seres queridos
como si pudiera no regresar nunca. Y así ocurre en muchas ocasiones.
Las mujeres iraquíes se enfrentan con los misiles y los tiroteos
indiscriminados de las fuerzas estadounidenses y británicas,
con los terroristas kamikazes y con las bandas criminales de tipo
mafioso que secuestran de forma habitual a hombres, mujeres y niños
iraquíes.
En efecto,
las mujeres sufren, al igual que todos los iraquíes, no sólo
por la total ausencia de seguridad, por el irregular suministro eléctrico,
por la escasa agua potable, por el mínimo sistema de alcantarillado,
por la inadecuada sanidad y por los escasos puestos de trabajo en
el contexto de una crisis económica sin límites. Además,
también están expuestas a la violencia de género
y a un conservadurismo social en aumento, en gran medida consecuencia
de la forma en que los dirigentes políticos están manipulando,
en función de sus propios objetivos, las cuestiones que afectan
a las mujeres.
En cualquier
lugar del mundo, las mujeres y las ideologías de género
se utilizan para mostrar la diferencia entre 'nosotras y ellas': ‘nuestras
mujeres son mujeres liberadas mientras que vuestras mujeres son mujeres
oprimidas’. O, con otra variante: ‘vuestras mujeres están
moralmente perdidas mientras que nuestras mujeres son mujeres honradas’.
Precisamente ahora, las mujeres iraquíes se encuentran atenazadas
entre la retórica de la Casa Blanca sobre la liberación
de las mujeres y los llamamientos de los islamistas conservadores
a un retorno a la denominada tradición. El aspecto a destacar
aquí es que de la ocupación de Iraq no se ha derivado
una mayor igualdad y libertad para las mujeres. Al contrario, ha fortalecido
las fuerzas que trataban de reprimir los derechos de las mujeres.
De manera simbólica, las imágenes de mujeres-soldado
torturando y abusando de los prisioneros masculinos en la prisión
de Abu Ghraib podría, a largo plazo, afectar negativamente
las percepciones que tienen los iraquíes sobre la esencia de
los derechos de las mujeres en Occidente. Por desgracia, las mujeres
estadounidenses que con más fuerza promueven los derechos de
las mujeres en Iraq y los iraquíes perciben ese aspecto como
un elemento incluido también en la agenda de la ocupación:
potenciar las actitudes y reacciones negativas contra las mujeres
en Iraq.
Pero hay
algo que no ofrece duda: las mujeres iraquíes no son meras
víctimas que se limitan a observar pasivamente lo que está
sucediendo en su país, lo que está ocurriendo con sus
familias, con sus niños y con ellas mismas. Las mujeres iraquíes
han desempeñado siempre papeles importantes en la sociedad;
se han educado, han trabajado y se han organizado a nivel político.
Las mujeres iraquíes fueron las primeras en movilizarse una
vez que cayó el régimen de Saddam, uniéndose
como mujeres, como profesionales, como activistas, tratando de mejorar
las condiciones de vida de todos, así como de defender sus
derechos. Aunque el caos y la violencia restrinjan sus actividades
y movilidad, siguen luchando, reuniéndose en las casas de unas
y de otras, estableciendo refugios donde las mujeres puedan aprender
habilidades para seguir viviendo, proporcionando cuidados sanitarios
gratuitos, asesoramiento legal y labores de alfabetización
y clases de informática. Las mujeres iraquíes también
organizan talleres, conferencias, sentadas y manifestaciones para
hacer oír sus voces y tratar de influir en el proceso político.
La información
contenida en el presente informe, que ha sido investigada cuidadosamente,
intenta abordar algunos de los mitos, equivocadas ideas e incluso
descaradas mentiras sobre los roles y derechos de las mujeres iraquíes.
A pesar de la innegable y sistemática opresión de la
dictadura de Saddam Hussein, las mujeres iraquíes fueron una
vez las más educadas de la región, participando en todos
los sectores de la vida laboral y jugando un papel importante en la
vida pública. No eran simples criaturas oprimidas sin instituciones,
sentadas en casa, enteramente veladas y aisladas. Si cabe, esa imagen
describe más bien su difícil situación actual.
Este informe también desafía la vulgar generalización
de que las ‘mujeres iraquíes’ son una especie de
masa homogénea, un concepto que a menudo se aplica a las mujeres
en los países destrozados por la guerra. El lector conocerá
las diversas y accidentadas formas en que las mujeres se han visto
afectadas por la represión y las atrocidades del régimen
baazista, por las guerras, por las más despiadadas sanciones
jamás impuestas a un país y por la ocupación
actual. Las mujeres de Code Pink intentan proporcionar a las activistas
de todo el mundo una herramienta llena de matices, pero convincente,
que nos ayude a educarnos a nosotras mismas, a un público más
amplio, y, con un poco de suerte, que pueda influir en los políticos
que ocupan el gobierno estadounidense.
Dra. Nadje al-Ali
Catedrática de Antropología Social
Instituto de Estudios Árabes e Islámicos
Universidad de Exeter
Miembro fundador de Act Together: Women’s Action on Iraq
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Período
anterior a la guerra
Desde
1958 hasta que dio comienzo la década de 1990, Iraq proporcionó
relativamente más derechos y libertades a sus mujeres y niñas
que la mayoría de sus estados vecinos. Iraq, creado en la década
de 1920 y como estado islámico adherido en sus comienzos a
las interpretaciones de la Sharia, se convirtió en república
en 1958 (2). En aquel momento, el gobierno legisló
con independencia de los tribunales de la Sharia sobre muchos aspectos
de la vida de las mujeres. Es más, incluso una vez que Saddam
Hussein se convirtió en presidente en 1979, durante la guerra
con Irán y durante los períodos de represión
política, el acceso de las mujeres a la educación y
al trabajo asalariado continuó creciendo – debido principalmente
a que la economía en expansión necesitaba cada vez más
de sus aportaciones. No obstante, los derechos legales de las mujeres
y la posición económico-social se tambaleaban por todas
partes en una difícil relación con la tradición
que aparecía representada por la fundamental importancia de
la familia tradicional patriarcal, por las ideologías religiosas
y por las normas acerca de la reputación y del “honor”
familiar. Cuando el conflicto con Irán avanzó, esas
ideas tradicionales reconquistaron algo del terreno perdido; Hussein
buscó aliados entre grupos religiosos sunníes conservadores,
así como entre líderes tribales, y los derechos y libertades
de las mujeres empezaron a sufrir recortes. Esa tendencia se aceleró
durante los trece años de sanciones de Naciones Unidas.
En 1959,
Iraq quebrantó algunas normas de la Sharia al introducir una
Ley de Estatuto Personal (LEP) que garantizaba la igualdad de derechos
en cuanto a la herencia y al divorcio, relegaba el divorcio, la herencia
y el matrimonio a la competencia de los tribunales civiles en lugar
de los religiosos y proporcionaba protección a los niños.
A la Sharia sólo se le permitía ocuparse de aquellos
casos que la LEP no cubría y sólo se permitía
la poligamia en determinadas circunstancias (3).
En 1968,
el recién formado partido Baaz aprovechó el trabajo
femenino para ponerlo al servicio de la próspera economía
iraquí. En 1972, una vez que se nacionalizó la industria
del petróleo, la floreciente economía iraquí,
impulsada por la sed petrolífera occidental, tuvo que enfrentarse
con un problema de escasez de mano de obra, por lo que se animó
a las mujeres a cubrir el vacío (4).
La zanahoria que se ofreció fue una gran cantidad de leyes
laborales y de empleo que incluían igualdad de oportunidades
de género en la educación, puestos de trabajo en el
servicio civil, igual salario por igual trabajo, beneficios para la
maternidad y libertad para cambiar de puesto de trabajo. El éxodo
de hombres para luchar en la guerra Irán-Iraq (1980-88) provocó
una demanda aún mayor de trabajadoras. Las mujeres ocuparon
más puestos como fuerza laboral, particularmente en el servicio
civil y en profesiones anteriormente dominadas por los hombres, tales
como delineantes de proyectos petrolíferos, supervisoras de
la construcción, científicas, ingenieras, doctoras y
contables (5). Sin embargo, en los últimos
años de la guerra, aumentaron las reacciones en contra de las
mujeres que ocupaban puestos de trabajo – un movimiento que
creció de forma significativa cuando, en 1988, los hombres
regresaron de la guerra para tratar de reinsertarse en una economía
vacilante.
Como es
lógico, los valores patriarcales y conservadores de la mayoría
de los iraquíes no cambiaron automáticamente a la par
que las transformaciones acaecidas en la legislación y en la
economía. El acceso de las mujeres a todos los derechos todavía
dependía en gran medida de la clase social, de la religión
y de la residencia rural/urbana (6). Por ejemplo,
los valores religiosos y patriarcales tenían un peso mayor
entre las mujeres empobrecidas y de zonas rurales que entre sus hermanas
más laicas, educadas y residentes en zonas urbanas. Cuando
exploremos el destino de las mujeres iraquíes en el tiempo,
veremos cuán tenaces se muestran la división entre lo
urbano y lo rural, los conflictos entre religión y laicidad
y las diferencias de clase.
Aún
así, el programa del partido Baaz, que perseguía cimentar
la lealtad hacia el estado, penetró también en la educación,
la política y en la sociedad. En los primeros años de
la década de 1970, el partido estableció la Federación
General de Mujeres Iraquíes (FGMI) para cumplir la política
estatal. Como única organización de mujeres permitida,
la FGMI actuaba en niveles primarios a través de los centros
comunitarios femeninos ofreciendo programas educativos, formación
laboral y otros programas sociales. También transmitía
la propaganda estatal (7). El gobierno aprobaba
leyes para fomentar la alfabetización de toda la población,
femenina y masculina, en edades comprendidas entre los 6 y los 45
años. Se concedió el derecho al voto a las mujeres en
1980 y podían ser elegidas para la Asamblea Nacional y los
órganos de gobierno locales, aunque el número de representantes
femeninas era aún pequeño. Por la misma época,
varias leyes regulando el divorcio, la poligamia y la herencia ampliaron
aún más los derechos de las mujeres (8).
Aunque cuando
Saddam llegó a la presidencia una gran cantidad de políticas
y leyes continuaron dando ventajas a las mujeres, su voraz apetito
de poder dictatorial sobre toda la población no podía
sino socavar los beneficios conseguidos por las mujeres. Éstas,
al igual que los hombres, fueron encarceladas, torturadas, violadas
y asesinadas. Para conseguir información de los disidentes,
de los sospechosos de disidencia y de los integrantes de la oposición
en el extranjero, Hussein se aficionó a enviarles cintas de
vídeo en las que aparecían miembros de la policía
secreta violando a sus parientes femeninas (9).
La guerra
con Irán sometió a las iraquíes no sólo
a las privaciones de una guerra sino también a graves violaciones
de derechos, infligidas por su propio gobierno. Las mujeres fueron
objeto de violaciones y tráfico sexual debido a su relación
con activistas masculinos de la oposición; miles de mujeres,
niños y hombres fueron expulsados debido a su real, o supuesta,
ascendencia iraní; decenas de miles de kurdos desaparecieron
y el gobierno iraquí utilizó armas químicas contra
miles de kurdos (10).
En 1990,
Hussein empezó a cortejar el apoyo de estados islámicos
vecinos y de dirigentes tribales y religiosos para su régimen
agotado por la guerra. La pública adhesión, por parte
de Hussein, a la autoridad moral del Islam cambió muchas de
las leyes que regulaban el divorcio, la custodia de los niños
y los derechos de herencia, limitando los derechos y libertades de
las mujeres. Se aprobaron leyes que restringían la capacidad
de las mujeres para viajar al extranjero sin un pariente masculino
y se reintrodujo la separación de sexos en la educación
en los institutos. La FGMI no siguió promocionando los derechos
de las mujeres al trabajo y a la educación y se centró
fundamentalmente en la ayuda humanitaria y en los cuidados sanitarios.
Los asesinatos por honor de mujeres que eran sospechosas de haber
mantenido relaciones sexuales antes del matrimonio o que habían
sido víctimas de violaciones, y por tanto habían “deshonrado”
el nombre de la familia, aumentaron de forma dramática cuando
Hussein redujo de ocho años a nada más que seis meses
las sentencias de prisión para los hombres que los cometían
– un castigo que casi nunca llegaba a imponerse (11).
Y el gobierno
continuó tratando de embrutecer a las mujeres. La invasión
iraquí de Kuwait en 1991 y la consiguiente guerra del Golfo
terminó con el presidente estadounidense George Bush urgiendo
a kurdos y a chiíes, cuyas actividades religiosas estaban reguladas
de forma estricta por los baazistas, a levantarse contra el gobierno
de Hussein. Así lo hicieron – infructuosamente. Durante
y después de los levantamientos, las fuerzas del gobierno mataron
a miles de personas, incluidas mujeres y niños, que fueron
también supuestamente utilizados por las fuerzas gubernamentales
como “escudos humanos”. En el año 2000, una milicia
organizada por el hijo de Hussein, Uday, se dedicó a decapitar
a mujeres en una campaña contra la prostitución (12).
Según
la OMS, anteriormente a la Guerra del Golfo de 1991, las condiciones
higiénicas y el sistema sanitario de Iraq estaban entre los
mejores de Oriente Medio. El sistema y la salud de la población
empezaron a degradarse durante la guerra Irán-Iraq, acelerándose
seriamente el deterioro durante los trece años de sanciones
de Naciones Unidas que siguieron a la guerra de 1991. Entre 1991-1997,
el gobierno sólo pudo responder del 10-15% de las necesidades
médicas del país, materiales y humanas. El Programa
Petróleo por Alimentos, instituido en 1997, permitió
que el gobierno iraquí vendiera petróleo y utilizara
los ingresos para obtener ayuda humanitaria (13).
Pero el sistema sanitario no se recobró nunca y fueron las
mujeres quienes pagaron el precio. Las iraquíes embarazadas
pasaron a depender en gran medida de cuidados obstétricos de
emergencia, la atención prenatal desapareció y apenas
se disponía de personal preparado para atender los partos.
No hay que extrañarse, pues, de que la mortalidad maternal
se triplicara (14). Al mismo tiempo, aumentó
la pobreza y la malnutrición socavó la salud de todas
las mujeres, al igual que la de los hombres. Aproximadamente el 60%
de la población llegó a depender de las raciones entregadas
por el gobierno y pagadas con el programa Petróleo por Alimentos.
Las mujeres
viudas y las que habían perdidos a sus padres, hijos o posibles
maridos en las guerras se vieron especialmente empobrecidas. Encontrar
un trabajo remunerado se convirtió en algo muy complicado para
ellas y, por ende, si se ponían a trabajar el estado les retiraba
los bonos para transporte o los cuidados gratuitos para los niños.
Los salarios de las mujeres que aún trabajaban se redujeron
a toda velocidad y muchas mujeres de clase media cayeron en la pobreza.
El empobrecimiento obligó a las familias a sacar a las niñas
de la escuela y el analfabetismo se disparó. La prostitución,
los abusos domésticos y el divorcio se incrementaron en gran
medida. Dos guerras y la migración económica de los
hombres llevaron a un desequilibrio de género, por lo que el
número de matrimonios descendió en gran medida mientras
que la poligamia, que había sido por lo general confinada al
área rural o a los iraquíes de más bajo nivel
de educación, creció (15).
La deteriorada
economía, las crisis sociales y el cortejo de Hussein a religiosos
y líderes tribales se reflejaron en el apoyo por parte del
gobierno al retorno de las mujeres al área doméstica.
Se abrió una brecha generacional entre madres con buen nivel
educativo y sus hijas, más conservadoras y con menor nivel
de educación. A causa de factores diversos, jóvenes
muchachas vistiendo la hijab dejaban sentir su presencia cada vez
más por las calles iraquíes y no menos importante fue
el aumento de la religiosidad y los valores morales y culturales en
proceso de cambio (16).
Así
pues, en 2003, la posición de las mujeres en Iraq había
empeorado, especialmente para aquellas que no disfrutaban de privilegios
de clase o de afiliación baazista o de los beneficios de la
economía de mercado negro. Ante esta situación, se podría
incluso haber llegado a comprender que hubiera grupos de mujeres que
dieran la bienvenida a los “libertadores” estadounidenses
y, en definitiva, que cuando Hussein fue apartado del poder, esa acción
liberadora, si hubiera sido tal, se podía haber convertido
en una realidad para mucha gente. Sin embargo, ese momento se perdió
a la velocidad del rayo, como todo lo que pudo haberse hecho bien
y en cambio se hizo tan espantosamente mal.
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El
Kurdistán iraquí
Período
anterior a la guerra
El estudio de las vidas de las mujeres iraquíes se
complica por el hecho de que Iraq es un país conformado a partir
de varias etnias, tribus, clases sociales, e incluso religiones, todo
lo cual influye en sus vidas. Al ir siguiendo las vivencias de las
mujeres iraquíes a través de la guerra y de la ocupación,
debemos estar muy atentas tanto a las diferencias en sus experiencias
como a aquellos aspectos de sus vidas que trascienden esas diferencias.
Con ese objetivo, examinaremos el Kurdistán, situado al norte,
de forma diferenciada del centro y sur árabe de Iraq, englobándolos
cuando abordemos sus experiencias comunes.
En el norte, la inmensa mayoría de la población kurda
iraquí, compuesta por seis millones de personas, habita el
montañoso Kurdistán iraquí, una zona de unos
83.000 kilómetros cuadrados (17). Aunque
la mayor parte de los kurdos son musulmanes sunníes, una minoría,
los Failis, son chiíes; los kurdos tienen raíces indo-europeas
y presentan diferencias, en cuanto a raza, historia y cultura, con
los 19-20 millones de árabes semitas (18).
Desde 1920 hasta 1991, los kurdos se rebelaron una y otra vez contra
el gobierno central, que respondió destruyendo sus pueblos.
Además, sus represalias contra los kurdos incluyeron deportaciones,
detenciones, desapariciones, asesinatos y secuestros para tráfico
sexual. El gobierno de Saddam Hussein utilizó armas químicas
y biológicas; la campaña Anfal de 1988 exterminó
segmentos enteros de población rural. Además, la política
de arabización baazista expulsó a la fuerza a familias
kurdas, turcomanas y asirias de sus hogares del norte, reemplazándolas
con familias árabes provenientes del sur.
Después del levantamiento kurdo contra el gobierno de Saddam
en 1991, el Kurdistán iraquí fue dividido en dos partes.
Naciones Unidas declaró una zona de exclusión aérea
sobre los tres gobernorados (provincias) del noreste y el gobierno
iraquí retiró voluntariamente toda la administración
civil que allí tenía. Los dos partidos políticos
más importantes, la UPK (Unión Patriótica del
Kurdistán) y el PDK (Partido Democrático del Kurdistán)
gobiernan en los gobernorados autónomos – aunque desde
bases administrativas rivales (19). En este
momento, la mayoría de los kurdos vive en los gobernorados
autónomos y en dos de las provincias cercanas que contienen
las ciudades de Kirkuk y Mosul (20). En el Kurdistán
viven también otros grupos étnicos, incluidos árabes,
asirios-caldeos, armenios y turcomanos.
La violencia, alimentada por un conflicto casi fratricida entre la
UPK y el PDK, apenas se apaciguó después de 1991. Bajo
las sanciones de Naciones Unidas y el embargo de Hussein al comercio
con el norte, la crisis humanitaria en la zona empeoró. Sin
embargo, las áreas de autogobierno tuvieron por lo general
una represión, anarquía y caos mucho menor de los que
el resto del país soportó, por lo que, comparado con
el resto de Iraq, el Kurdistán prosperó (21).
Así, antes de 1991, las mujeres kurdas iraquíes sufrieron
miedo, desplazamientos y violencia, además de las restricciones
y brutalidad ocasional de su sociedad dominada por los hombres. Después
de 1991, el dominio masculino persistió, pero las mujeres en
la región autónoma consiguieron más libertad
de movimiento y expresión y derechos humanos básicos
que la mayoría de las mujeres de otras regiones de Iraq (22).
Dejando a un lado, por el momento, el relativo bienestar de las mujeres
kurdas iraquíes, sus vidas estuvieron de alguna forma determinadas
por las políticas de los dos partidos políticos, la
UPK y el PDK. Los críticos de esos partidos afirman que, una
vez que se hicieron con el poder, cientos de mujeres fueron asesinadas
en asesinatos de honor, se convirtió en una obligación
llevar el hijab y las niñas no pudieron asistir más
a la escuela (23). Se cuenta con amplia información
del desinterés de ambos partidos por las cuestiones que afectan
a las mujeres y de sus intentos de suprimir sus formas de organización
(24). Entre el 2000 y el 2002, ambos partidos
prohibieron los asesinatos por honor en sus separadas bases administrativas,
pero en general no hacen nada para que se apliquen las leyes. No obstante,
hay aún unas cuantas mujeres que desempeñan puestos
políticos y trabajan como juezas, y los gobiernos regionales
y locales permiten el desarrollo de centros y organizaciones de mujeres
(25). Wadi, una ONG alemana que trabaja localmente
con las mujeres desde hace más de una década, ha establecido
centros de apoyo a las mujeres con serios problemas sociales y psicológicos
para reintegrarse en la sociedad, disponen de equipos itinerantes
para tratar sanitariamente a las mujeres y han iniciado campañas
de alfabetización (26).
Al igual que en otras sociedades restrictivas, las mujeres y niñas
kurdas fueron navegando dentro de su mundo femenino hacia la autosuficiencia
y la genuina expresión de sus necesidades. Crearon grupos de
mujeres que actuaban con frecuencia clandestinamente y en zonas urbanas
pudieron aprovechar algunos de los beneficios de la Ley de Estatuto
Personal. Desde los primeros años de la década de 1990,
las organizaciones que trabajaban en el área de los derechos
de la mujer se hicieron más conscientes de los sufrimientos
causados por la violencia contra las mujeres. En 1999, Wadi trabajó
con las mujeres a nivel local para abrir el primer refugio para mujeres
iraquíes víctimas de la violencia – un movimiento
que posteriormente se fue extendiendo a otras ciudades del Kurdistán
iraquí. Algunos clérigos musulmanes apoyaron también
a los grupos de mujeres en su lucha contra la extendida mutilación
genital femenina (27).
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Guerra
y ocupación
Durante la última guerra, las fuerzas kurdas lucharon
al lado de la coalición. Para la mayoría de los kurdos
la guerra era una continuación del proceso de liberación.
En los gobernorados del noroeste, los peshmerga (milicia
kurda) vigilaban las calles y apenas se veían fuerzas de la
Coalición. De esa forma, la mayoría de los kurdos, y
las mujeres en particular, permanecieron de alguna manera a salvo
del horror vivido en el sur y centro de Iraq. Sin embargo, todavía
se informa que en el norte también se dan situaciones de terror,
caos y privaciones – suicidas-bomba, especialmente fuera de
los gobernorados autónomos; de combates entre las tropas de
la coalición y la resistencia, principalmente en el noroeste,
cerca de la frontera siria, y en las ciudades de Mosul y Kirkuk; de
ataques kurdos a familias árabes tratando de enmendar la anterior
política de arabización; y de privaciones diarias causadas
por una infraestructura colapsada. Se informa que la Suleimaniya kurda
es la ciudad más segura en Iraq, pero las familias kurdas expulsadas
en el pasado que han regresado se lamentan aún por la falta
de petróleo, electricidad, agua y por los precios cada vez
más altos de las viviendas (28).
Con todo, la vida de las mujeres kurdas difiere actualmente de forma
notable de las de sus hermanas del centro y sur de Iraq – excepto
en la persistencia de una cultura dominada por los hombres y en las
diferencias entre las zonas rurales y urbanas que abordaremos a continuación.
Por tanto, y de cierta forma, ha habido mejoras de interés.
Antes de la guerra, comparado con otras regiones de Iraq, el norte
tenía los niveles más bajos de educación de las
mujeres y niñas. Como las niñas en el norte pueden aventurarse
ahora fuera de sus hogares sin temor por su seguridad personal, asisten
a los colegios de enseñanza primaria y segundaria en cifras
relativamente mucho mayores que las niñas en el centro y sur
de Iraq (29). Se han abierto más centros
para mujeres, las mujeres kurdas han ocupado puestos en los gobiernos
interinos iraquíes y las mujeres kurdas de zonas urbanas protestaron
con fuerza cuando en 2004 el Consejo de Gobierno Iraquí trató
de deshacer las leyes laicas que regulaban la familia y reinstaurar
la Sharia para regular los asuntos relativos a las mujeres (30).
Con apoyo estadounidense, la Sra. Ala Talabani, miembro de la UPK,
ha establecido varias ONGs dedicadas a atender las necesidades de
las mujeres.
También han mejorado algo desde la invasión las vidas
de las mujeres en los remotos pueblos kurdos cercanos a la frontera
iraní. Antes de 2003, grupos radicales de islamistas habían
obligado a las mujeres a vestir de negro, a no asistir a las escuelas,
a tirar las televisiones y radios y a sufrir una vigilancia constante
por parte de los que ocupaban el poder. Atacados por fuerzas kurdo-estadounidenses,
los islamistas radicales huyeron. Las mujeres pueden vestir ahora
como siempre lo habían hecho y las ONGs se apresuraron a construir
escuelas, casas y proyectos que generaran ingresos, a ofrecer clases
de alfabetización y a abrir centros para mujeres donde se ofrecen
clases de costura e información acerca de los derechos de la
mujer (31).
Sin embargo, persiste la división entre zonas urbanas y rurales
que con tanta frecuencia influyó en el pasado en la posición
de la mujer en la sociedad kurda. Como en el resto de Iraq, es probable
que las mujeres y niñas de las zonas rurales sean analfabetas
y que asistan menos al colegio que sus hermanas de las zonas urbanas.
En las áreas rurales, los asesinatos por honor y mutilaciones,
los matrimonios a la fuerza y la circuncisión femenina persisten
en una escala mucho mayor que en los centros urbanos. La firmemente
laica UPK y el más conservador PDK obtienen gran parte de sus
apoyos de las ciudades, pero cada vez están siendo más
desafiados por determinados partidos políticos islámicos
con supuestos ideales democráticos, liberales pero con anacrónicas
creencias que se oponen a cualquier cambio importante en el rol tradicional
de la mujer (32).
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El
sur y el centro de Iraq
Gran parte del centro y sur de Iraq aparece conformado
por un terreno desértico entreverado de sistemas de ríos
y humedales. Al igual que en la geografía, su perfil demográfico
difiere radicalmente del norte del país. En el centro y sur
de Iraq, predominan los sunníes y chiíes árabes
iraquíes, salpicados de cristianos y otros grupos. La distribución
de sunníes y chiíes es aproximadamente la siguiente:
Los sunníes están mejor representados en el centro de
Iraq, donde se sitúa Bagdad con una población de seis
millones de personas, un gran porcentaje de las cuales son sunníes.
El denominado triángulo sunní –el corazón
de la resistencia iraquí- se sitúa en el oeste y norte
de Bagdad.
El sur de Iraq, entre los ríos Tigris y Eúfrates (la
antigua Mesopotamia) es predominantemente chií tanto en el
campo como en las ciudades de Bufa, Nayaf y Kerbala. Pero los chiíes
también viven fuera del área del Eúfrates, entre
una minoría sunní; aproximadamente el 69% de los iraquíes
en los nueve gobernorados del sur se identifican a sí mismos
como chiíes. La segunda ciudad más grande de Iraq, el
puerto de Basora, está en el sur (33).
La geografía y la demografía crearon más diferencias
en las vivencias de las mujeres antes de la guerra y la presente ocupación
que después. Antes de la guerra Irán-Iraq y de las sanciones,
Bagdad era un enclave sumamente laico, modernizador y de creciente
prosperidad. Había muchas mujeres con alto nivel de educación,
profesional y político; en las calles de la ciudad se veían
mujeres en mini-falda junto a otras con abayas. Basora era
también bastante cosmopolita, con modernas tiendas cuyos propietarios
eran comerciantes del sur de Asia, y locales nocturnos con barman
de Egipto y clientes kuwaitíes (34).
Debido a las alianzas de Hussein, establecidas fundamentalmente con
sunníes y con algunos dirigentes tribales y religiosos chiíes,
en especial tras la guerra con Irán, muchas mujeres sunníes
con buen nivel económico y que estaban afiliadas al Partido
Baaz, y algunas mujeres chiíes con recursos, disfrutaron de
privilegios de movilidad y estatus de los que no disponían
la mayoría de las mujeres en Iraq. Durante la guerra del Golfo
de 1991 y durante la época de las sanciones, las mujeres mantuvieron
una presencia pública en las áreas urbanas. Cuando el
gobierno reemplazó con hombres a las profesionales femeninas
en muchos puestos de trabajo a causa de la debilitada economía,
un gran número de esas mujeres se dedicó a establecer
pequeños negocios en sus hogares. Con frecuencia, los inferiores
ingresos de las mujeres representaron una parte esencial en la economía
informal, sobre todo a través del comercio callejero. En las
zonas rurales, las mujeres campesinas fueron alabadas por su productividad
(35). La clase social, el lugar de residencia,
la orientación política y la afiliación religiosa
jugaron un papel importante a la hora de determinar el estatus de
la mujer bajo el régimen baazista.
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Guerra,
ocupación e inseguridad para la mujer
Consecuentemente, las atrocidades perpetradas por el gobierno de Hussein
privaron de seguridad a sus opositores internos o supuestos enemigos.
Sin embargo, a pesar de la brutalidad y las matanzas del gobierno
y de los debilitadores efectos de las sanciones, existía un
cierto estado de derecho, donde la violencia y sus derivas podían
de alguna forma preverse (36). Con el colapso
del gobierno de Hussein, ese estado de derecho desapareció.
Existen pocas fuentes en lengua inglesa que informen detalladamente
sobre las muertes y destrucción causadas por la invasión,
aunque se ha escrito mucho sobre los extendidos tiroteos y caos que
siguieron y el fracaso de las fuerzas de la coalición a la
hora de establecer un gobierno estable. La conducta represiva y en
muchas ocasiones abusiva de las fuerzas de ocupación y de sus
aliados iraquíes, junto a la resistencia armada de grupos locales,
milicias, e insurgentes individuales, iraquíes y no iraquíes,
han conformado la carnicería que sufren actualmente los iraquíes.
Así pues, en la actualidad, el determinante más importante
de las vidas de las mujeres iraquíes es la inseguridad. La
vida diaria es caótica. Tan solo caminar por la calle, especialmente
en áreas urbanas, expone diariamente a las mujeres a la posibilidad
de sufrir violencia indiscriminada, asaltos, secuestros o muerte a
manos de suicidas-bomba, de contratistas y fuerzas de ocupación,
de la policía y guardia nacional iraquíes o de delincuentes
locales. Como consecuencia de todo ello, la movilidad de las mujeres
ha sufrido muchas más restricciones que durante el período
de las sanciones y sus posibilidades se han reducido, especialmente
si se las compara con las que muchas mujeres de la clase media urbana
tenían antes de la guerra y de la ocupación.
Fuerzas de la coalición como fuente de inseguridad
Numerosos testigos y víctimas han ofrecido testimonios, y los
investigadores así lo han confirmado, de que las fuerzas de
la coalición y los contratistas estadounidenses han cometido
crímenes horrendos que han implicado abusos sexuales, torturas
y ataques físicos. Hay copiosos informes sobre violaciones,
incluso de violaciones colectivas, y humillación sexual cometidos
de forma rutinaria, así como relatos de mujeres víctimas
de los asesinatos por honor tras abandonar los centros de detención
estadounidenses. Amal Kadhim Swadi, una abogada iraquí que
representaba a las mujeres detenidas en Abu Ghraib, afirmó
que la violencia sexual ejercida por las fuerzas estadounidenses se
estaba “llevando a cabo por todo Iraq” y que no se reducía
a unos cuantos casos aislados (37).
Mizal al-Hassan, un ingeniero de 55 años que fue arrestado
por las fuerzas estadounidenses y estuvo retenido en un centro de
detención durante 80 días, recordaba haber escuchado
desde su celda a “una joven gritando, diciéndole a un
soldado estadounidense que la dejara en paz. Ella decía ‘soy
una mujer musulmana’. Su voz era desesperada y temblorosa. Su
marido, que estaba en una celda a la entrada, gritó: ‘Es
mi esposa. No tiene nada que ver con esto.’ Golpeó los
barrotes de su celda con los puños hasta que se desvaneció.
Los estadounidenses le arrojaron agua a la cara para reanimarle. Cuando
los gritos de la mujer se hicieron más fuertes, los soldados
pusieron música en los altavoces. Finalmente, se la llevaron
a otra habitación. No pude escuchar nada más”
(38). Incluso el informe del General Antonio
Taguba confirmaba que un policía militar había violado
al menos a una prisionera en Abu Ghraib y que los guardias habían
grabado y fotografiado a detenidas desnudas (39).
Los ataques de los estadounidenses contra mujeres iraquíes
no se han reducido a abusos sexuales. Los soldados estadounidenses
han utilizado a las iraquíes como “objetos de negociación”
para conseguir que hombres iraquíes se entregaran o confesaran
que estaban ayudando a la resistencia. Personal estadounidense ha
atacado físicamente a detenidas. Huda Hafez Amad, una de las
últimas prisioneras liberadas de Abu Ghraib, testificó
que los interrogadores estadounidenses la habían golpeado en
el rostro y le habían hecho estar de pie durante doce horas
de cara a la pared. En 2003, a una mujer iraquí de unos 70
años de edad, tras ser arrestada, le pusieron arreos y se la
llevaron como si fuera un burro. Selwa (un pseudónimo), una
mujer detenida en Abu Ghraib, declaró: “En una ocasión
ví como los guardias golpeaban a una mujer, probablemente de
unos 30 años. La colocaron en una zona abierta y pidieron a
todos que salieran a verla. La arrastraron por el cabello y le tiraron
agua helada. Chillaba y lloraba cuando le metían agua por la
boca. La dejaron allí toda la noche. Había también
otra muchacha; los soldados decían que no estaba siendo honesta
con ellos. Decían que les daba información equivocada.
Cuando la ví, tenía quemaduras de descargas eléctricas
por todo el cuerpo” (40).
No respetaron ni a las chicas más jóvenes. Un reportero
de la televisión iraquí, Suhaib Badr-Addin al-Baz, pudo
ver el ala para niños de Abu Ghraib tras ser arrestado por
los estadounidenses. Al-Baz recordaba una noche en que los guardias
metieron en la celda a una niña de doce años que gritaba:
“Me han desnudado. Me han arrojado agua encima.” Declaró
que la niña gritaba y se quejaba todos los días (41).
Sin importar quién perpetre la violencia sexual –las
fuerzas estadounidenses, los contratistas o incluso hombres iraquíes-,
es especialmente difícil poner remedio a esas situaciones en
Iraq porque muchas mujeres y niñas no quieren contar sus experiencias.
Las razones varían: el “perenne estigma cultural y vergüenza
que va unido a las posiciones de las víctimas de violaciones
y los agresores. Y también frecuentemente a las excusas o actitudes
de indulgencia con quienes las cometen”; a los obstáculos
para rellenar informes policiales o conseguir un examen forense; al
temor a las venganzas bajo la forma de asesinatos por “honor”
o a la estigmatización social; y a los relatos sobre mujeres
que buscaron ayuda y que o bien se la negaron o fueron tratadas inadecuadamente,
a causa algunas veces de la situación de desbordamiento del
personal de los hospitales que hace que se dé muy escasa prioridad
a los asaltos sexuales (42).
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Delincuentes
locales como fuente de inseguridad
Las fuerzas de la coalición y los contratistas extranjeros
no son los únicos que cometen actos de violencia contra las
mujeres. En 2003, Human Rights Watch informó que bandas iraquíes
de tipo mafioso vagabundean por Bagdad y otras zonas urbanas sobre
todo por la noche acosando a los ciudadanos iraquíes. Un inspector
de la policía iraquí testificó que “algunas
bandas se especializan en secuestrar muchachas para venderlas en los
países del Golfo. Esto también sucedía antes
de la guerra, pero ahora se ha agravado, las pueden sacar del país
sin pasaporte”. Otros entrevistados declararon que antes de
la invasión no se producían raptos (43).
Grupos religiosos radicales como fuente de inseguridad
Algunos grupos religiosos radicales están utilizando supuestos
principios de la Sharia para justificar los asaltos a las mujeres.
Liberados del ojo vengativo de Hussein y controlando cada vez más
los gobiernos regionales y locales y los recursos locales, varios
clérigos radicales, partidos políticos conservadores
chiíes y fuerzas paramilitares han conseguido adeptos e influencia
en el centro y sur de Iraq. Como consecuencia, grupos religiosos radicales
pueden acosar más abiertamente a las mujeres que desafían
sus interpretaciones de la Sharia. Muchas niñas y mujeres de
zonas urbanas que podían antes vestir ropas occidentales no
se aventuran ahora fuera de sus hogares sin llevar la hiyab
o la abaya. Aunque la elección de ropa no significa
necesariamente inseguridad o pérdida de libertad, la abogada
de los derechos de la mujer Yanar Mohammed afirma: “Si vas sin
la protección de la pañoleta, [hombres armados] pueden
pararte y puedes ser asaltada… Si eres buena y casta tienes
que ponerte un velo. Te dicen que es voluntario, pero ¿cómo
puede ser un acto voluntario con tanta presión alrededor tuyo?
(44) Incluso las mujeres cristianas del sur
han decidido llevar la hiyab (45).
Las tácticas de los chiíes radicales que se dedican
a aterrorizar a los iraquíes, sobre todo en el sur, recaen
a menudo con mayor dureza sobre las mujeres. En marzo de 1995, un
grupo de milicianos chiíes con rifles, pistolas, gruesos cables
y palos aparecieron en un picnic estudiantil muy numeroso en Basora.
Las transgresiones de los estudiantes consistían en: hombres
danzando y cantando, música sonando y parejas hablando juntas.
La mayoría de las mujeres iban veladas, aunque algunas, incluidas
algunas cristianas, estaban con la cabeza al descubierto. Especialmente
duros con las mujeres, los milicianos que eran leales al clérigo
militante chií Moqtada Sadr, dispararon perdigones, golpearon
a los estudiantes y se llevaron a algunos de ellos en furgonetas (46).
Los grupos religiosos son también aparentemente culpables de
más crímenes graves contra las mujeres. Un grupo de
hombres de Mosul lanzó ácido a la cara de una abogada
cristiana a la que habían advertido previamente que se pusiera
velo o tendría que enfrentarse con la muerte (47).
En 2005, en una autopista cercana a Bagdad apareció el cuerpo
de la farmacéutica y activista por los derechos de la mujer
Zina Al-Qushtaini, diez días después de que unos agresores
la raptaran a punta de pistola. Al-Qushtaini tenía dos agujeros
de bala cerca de los ojos y según se informó estaba
vestida con una abaya; normalmente, ella llevaba ropas occidentales.
Prendido con alfileres a la abaya había un mensaje
en el que se leía: “Colaboraba en contra del Islam.”
En Latifya, una ciudad al sur de Bagdad, los radicales sunníes
han cubierto paredes advirtiendo a las mujeres y a las niñas
que no se presenten en público sin cubrir sus cabezas y rostros
y amenazando de muerte a los violadores (48).
La violencia pública, las penurias económicas y una
infraestructura desmoronada han transformado la vida laboral de las
mujeres. La violencia pública ha provocado que las mujeres
que tenían actividades comerciales en puestos callejeros hayan
visto disminuidos sus ingresos y hayan tenido que volver a sus hogares,
y pocos niños, especialmente las niñas, se arriesgan
por las calles para asistir al colegio (49).
Las mujeres de más edad, con buen nivel educativo, que habían
creado pequeños negocios en sus hogares durante la época
de las sanciones no pueden trabajar debido a la falta de electricidad.
Las que eran cabeza de familia en sus hogares han perdido el trabajo,
ya que los sectores económicos formales se han venido abajo.
Es probable que las mujeres que más dinero estén ganando
ahora sean las mujeres de la ciudad que tienen un nivel más
alto de educación y que trabajan en la educación y en
la administración pública, y las mujeres campesinas
con poca o ninguna educación que llevan a cabo trabajos agrícolas.
Sin embargo, se ha producido una ola no sectaria de asesinatos contra
académicos, periodistas y científicos que no ha discriminado
positivamente a las mujeres (50).
La privatización de los negocios y la introducción estadounidense
de “reformas de libre comercio” están también
haciendo pagar un peaje muy alto a las mujeres. En la fábrica
de ropa Agras de Bagdad, 600 modistas que en su mayoría mantenían
a sus familias han perdido su trabajo desde que en 2003 las autoridades
estadounidenses rebajaron drásticamente las tarifas que cobraban
por sus trabajos. Agras envía ahora sus diseños a China
e importa el producto terminado. Como las políticas de libre
mercado van a pegar duro el próximo año incidiendo sobre
el fuel barato, las materias primas baratas y los puestos de trabajo
en el sector público, están condenados a desaparecer
todos aquellos aspectos del régimen baazista que suponían
antes de la guerra un contrato social con el pueblo iraquí
(51).
A menudo el único empleo posible se obtiene en puestos de trabajo
para las Fuerzas de la Coalición, pero esto puede ser peligroso.
Entre otros incidentes, en 2004 se disparó a un grupo de mujeres
que trabajaban como personal de limpieza y planchado en una base estadounidense
cerca de Bagdad, y una traductora de una agencia de noticias estadounidense
encontró una nota bajo su puerta en la que se leía:
“Advertencia: Aquellos que tratan con los ateos y con los infieles
en el suelo de la patria no merecen sino muerte y destrucción.
Por eso, te advertimos para que te apartes de los infieles y blasfemos,
de los seguidores de Satán, si no lo haces así tu muerte
será una bendición para los musulmanes. Aquellos que
hagan caso de la advertencia serán perdonados” (52).
El creciente poder de los islamistas conservadores ha resucitado la
práctica de la mutaa –una tradición de
1.400 años de antigüedad conocida alternativamente como
matrimonio de placer o matrimonio temporal. Un matrimonio de placer
puede durar unos minutos o una vida entera, y una mujer soltera puede
aceptarlo con cualquier hombre, independientemente de su estado civil.
Aunque muchos clérigos chiíes en Iraq, incluido el Gran
Ayatollah Ali Sistani, creen que el matrimonio temporal se adecua
a la ley islámica si cuenta con el consenso de los dos integrantes,
las autoridades sunníes no lo consideran favorablemente. Esa
práctica, aunque proscrita durante la presidencia de Hussein,
no desapareció nunca del todo. Desde la invasión, las
mujeres chiíes cada vez más están aceptando ese
tipo de matrimonios. Quizá la situación económica
desesperada de Iraq lleva a las mujeres solteras a confiar en que
la mutaa les proporcione salvación económica,
sin pararse a pensar que el hombre tiene derecho de poner fin a la
relación cuando le dé la gana (53).
Desde la ocupación, la ideología que transformó
para bien las vidas de las mujeres iraquíes se ha visto gravemente
socavada. Por ejemplo, liberadas de las restricciones de Hussein,
más mujeres chiíes se han implicado en estudios religiosos.
Antes de 2003, enseñar a las mujeres el contenido del Islam,
cuando se llevaba a cabo, tenía lugar de forma informal en
los hogares o de forma clandestina – más debido al deseo
de Hussein de controlar las actividades religiosas de los chiíes
que por su oposición a la educación de las mujeres.
Si un hombre era encontrado llevando a cabo prácticas religiosas
fuera de directrices estrictas, podía tener que enfrentarse
con un arresto; una mujer se enfrentaba al peligro de que toda su
familia empezara a ser vigilada (54). En 2004,
algunas de las mezquitas chiíes de Bagdad empezaron a impartir
clases de religión para las mujeres y, en marzo de aquel año,
una fuente estimó que se daban clases en 100 mezquitas de Bagdad.
El ideario de las clases es por lo general conservador, no se permiten
preguntas personales aunque las cuestiones prácticas aumenten
(55). Algunas abogadas de mujeres apoyan el
aumento de libertad para las prácticas religiosas pero se preocupan
por sus conexiones con el conservadurismo social y con el potencial
de discriminación que contra las mujeres puede suponer.
En 2004, cuando las mujeres kurdas urbanas y las mujeres sunníes
marcharon por las calles para protestar por el intento del Consejo
de Gobierno Iraquí de abandonar las leyes familiares laicas
y reinstaurar la Sharia, grupos de mujeres chiíes se manifestaron
en Nayaf en apoyo de la acción del Consejo de Gobierno. Pero
las chiíes no estaban solas – una portavoz sunní,
la líder de la Unión Islámica para las Mujeres
en Iraq, también defendió que las leyes familiares se
debían apoyar en la Sharia (56).
Una vez que los clérigos más prestigiosos, especialmente
entre los chiíes, están obteniendo gran influencia por
su habilidad para construir y mantener mezquitas, escuelas, bibliotecas
y otras instituciones públicas, y por mantener a estudiantes
y pobres, y cuanto más fracasan la Coalición y el gobierno
iraquí a la hora de satisfacer las necesidades básicas
de la población, muchos más iraquíes están
considerando a los clérigos como sus salvadores (57).
Y por tanto van a tener cada vez más influencia en el futuro.
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Guerra
continua y privaciones como fuente de inseguridad
En primer lugar, consideremos las condiciones que afectan
actualmente a todos los iraquíes: violencia, inseguridad, toda
clase de privaciones físicas –medicinas, nutrición,
refugio, electricidad- y una caja de Pandora de privaciones y desajustes
psicológicos. Más adelante intentaremos analizar las
implicaciones específicas a este respecto para las mujeres.
Los mortíferos vestigios de la guerra que asolan al país
–material de artillería sin explotar, incluidas minas
personales y bombas de racimo, la tierra y los acuíferos contaminados
por el uranio empobrecido- suponen un peligro para la salud al que
van a tener que enfrentarse iraquíes de varias generaciones.
En abril de 2005, doctores de Bagdad informaron de un aumento importante
en el número de bebés nacidos con deformidades, especialmente
en el sur, y lanzaron la hipótesis de que el uranio empobrecido
arrojado desde la Guerra del Golfo de 1991 podría estar detrás
de ese incremento (58). Una intensificación
de la campaña estadounidense de ataques aéreos ha provocado
y provocará más muertes de civiles y dejará más
piezas de artillería sin explotar, mientras que los suicidas-bomba
y otros ataques de la resistencia contribuirán al aumento de
cifras de muertos y mutilados.
Las tácticas de EEUU a la hora de combatir a la resistencia
continúan obligando a las familias iraquíes a desplazarse.
En el gobernorado de Anbar, al oeste de Iraq, las ofensivas estadounidenses
han desplazado a decenas de miles de familias. Miles de personas han
tratado de refugiarse en campos de refugiados, en edificios abandonados
o en casas de amigos. Los doctores han registrado aumentos en la frecuencia
de diarreas e infecciones pulmonares entre los niños y los
ancianos, incluso aún después de retornar al hogar (59).
Desde que empezó la ocupación, ofensivas similares,
especialmente las lanzadas contra la ciudad de Faluya, han matado
probablemente a miles de iraquíes, obligando a muchos más
a escapar hacia campamentos de refugiados o edificios abandonados.
La infraestructura iraquí, bastante desintegrada ya por las
guerras y las sanciones, sufre continuamente más daños
a causa del mal funcionamiento de los servicios de saneamiento y cañerías,
de las instituciones destruidas y saqueadas y de la escasez de electricidad.
En enero de 2006, los habitantes de Bagdad contaban tan sólo
con menos de cuatro horas de electricidad al día cuando antes
de la guerra disponían de 16-24 horas. La situación
es un poco mejor en el resto del país. Sin embargo, menos de
la tercera parte de la población iraquí dispone de agua
potable, comparado con el 50% de antes de la guerra. Y sólo
el 20% de la población tiene servicio de alcantarillado; cuando
antes de la guerra el 24% disponía del mismo. Como un habitante
bagdadí señaló: “Durante la época
de Saddam, siempre tuvimos energía, agua limpia y mejor comida
de la que tenemos ahora” (60).
La pobreza ha inundado el país por doquier. Un estudio reciente
del Programa para el Desarrollo de Naciones Unidas y del Fondo Monetario
Internacional muestra que el 20% de la población ha caído
bajo el umbral internacional de la pobreza de 1 dólar por persona
y día (61).
Los iraquíes también sufren escasez de alimentos y malnutrición.
En 2004, investigaciones realizadas informaron que la malnutrición
aguda entre los niños pequeños en Iraq se había
casi duplicado desde la invasión del país. Es más
frecuente en el sur de Iraq que en el norte. Aproximadamente 400.000
niños iraquíes sufrían de “enfermedades
emaciantes”, con pérdida de masa corporal a causa de
la diarrea crónica y de peligrosas deficiencias proteínicas
(62).
Continuando la tendencia que comenzó bajo el régimen
de sanciones, la mayoría de los iraquíes dependen de
la ayuda alimentaria. El programa del gobierno para distribuir alimentos
es desastrosamente inadecuado, por eso la gente confía más
en las mezquitas y las iglesias para satisfacer sus necesidades. En
algunas barriadas, el personal religioso que controla el gobierno
local se ha hecho cargo de la distribución que debía
llevar a cabo el gobierno. Muchos iraquíes perciben que sólo
las autoridades religiosas, especialmente los imanes locales, les
han proporcionado seguridad o han satisfecho de forma sistemática
sus necesidades básicas. La colapsada economía ha provocado
extendido desempleo por todas partes, alta inflación, costes
de la vivienda disparados, viviendas inadecuadas y un sistema de atención
sanitaria hundido (63).
Las privaciones diarias y la inseguridad han afectado también
las relaciones familiares y de género. En entrevistas a mujeres
iraquíes, la Profesora Nadje al-Ali descubrió que las
relaciones más estrechas dentro de las familias iraquíes
se están fracturando a causa de la envidia y la competición
en la lucha por la supervivencia. Las familias nucleares están
haciéndose más importantes que las familias extensas.
Algunas mujeres han dejado de visitar a sus familiares para evitar
situaciones embarazosas a las familias más pobres que no tienen
nada de comida que ofrecer a los visitantes, un aspecto importante
en la cultura iraquí (64).
Las parejas casadas responden a la situación actual de diferentes
formas. Algunas parejas se angustian ante la posibilidad de dar a
luz niños con enfermedades congénitas o defectos de
nacimiento en una sociedad donde el aborto es ilegal y el control
de natalidad es inaccesible para muchos. La tasa de divorcio está
aumentando y el empobrecimiento de las clases medias ha hecho que
muchos “se casen con alguien de clase inferior” (65).
Al haber tenido que presenciar a menudo arrestos violentos en sus
casas, las mujeres necesitan localizar a sus parientes masculinos
encarcelados, una tarea que requiere una paciencia infinita al tener
que lidiar frecuentemente con autoridades inflexibles. Estas mujeres
deben también proveer las necesidades básicas de la
familia mientras que aquéllos que están detenidos o
“desaparecidos” están ausentes durante semanas
o incluso meses, si es que llegan a poder regresar al hogar (66).
Para las viudas, la vida se ha convertido en algo cada vez más
duro. Durante la presidencia de Hussein, el gobierno a menudo indemnizaba
a las viudas de hombres muertos en combate – especialmente durante
la guerra Irán-Iraq. Algunas veces una viuda recibía
tierra y educación gratis para sus niños. Estas indemnizaciones
empezaron a agotarse durante el período de las sanciones pero
ahora, según diferentes grupos de mujeres, la corrupción
rampante y el caos general en que se encuentra inmerso Iraq han hecho
que la preocupación por la situación de las viudas se
deje para más adelante (67).
Pero son las mujeres, con mucha mayor frecuencia que los hombres,
quienes mantienen sus hogares a la vez que intentan sobrellevar las
consecuencias psicológicas de una guerra que no cesa. Hay un
sin fin de hombres, mujeres y niños en Iraq que han perdido
algún miembro, las manos, los ojos. Por todas partes se ven
huérfanos y niños mendigando en el mercado. Esas son
las heridas externas de la guerra. Mucho menos visibles son las heridas
interiores que han hecho que aumente el alcoholismo, la violencia
doméstica y las enfermedades psicológicas (68).
Una sociedad que ha tenido que enfrentarse con años de guerra
y privaciones tiene que contener a la fuerza miles de personas traumatizadas
y sin embargo casi no hay recursos para atenderlas. Como fuente de
fortaleza dentro del hogar, las mujeres están en siempre a
la vanguardia para atender a esas personas traumatizadas e intentar
que puedan recuperar la salud.
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Participación
en la reconstrucción económica y política
Aquellos
iraquíes que habían confiado en que la coalición
aumentaría la participación de las mujeres en el proceso
de reconstrucción se han visto tristemente defraudados. Por
lo general, las fuerzas de la coalición encargadas de la reconstrucción
han ignorado a las mujeres a la hora de repartir el dinero de la reconstrucción.
Un programa, Iniciativas para las Mujeres, intentó en sus orígenes
conceder algo de sus 700.000 dólares a mujeres contratistas
que trataban de reparar la infraestructura de las conducciones de
agua. Sin embargo, en febrero de 2006, el director del programa notó
que los objetivos del mismo apenas se habían alcanzado. Efectivamente,
de los 260.000 contratos de reconstrucción concedidos en Iraq,
menos de 1.000 habían ido a parar a las mujeres. Y, según
el director, los individuos responsables de esta negligencia son “nuestros
propios chicos [EEUU]… No estaba entre las prioridades de su
lista. Pasa igual en EEUU. Cuando quieres contratar a alguien, quieres
contratar a alguien como tu” (69).
El récord
de la coalición a la hora de incorporar a las mujeres a la
reconstrucción política de Iraq es asimismo sombrío.
Según el Teniente Coronel Carl E. Mundy, que se encargó
de las operaciones post-conflicto en el sur de Iraq, “No prestamos
mucha atención al hecho de contratar mujeres… Mi preocupación
era no caminar por donde no deberíamos caminar, y no empujar
a una mujer a un puesto que haría que se enfadaran los hombres
de lugar” (70). Al ignorar a las mujeres,
los nombramientos hechos por los estadounidenses socavaron las futuras
oportunidades políticas de las mujeres, y la elección
por parte de la coalición de representantes para los distintos
organismos sirvió a menudo para reforzar el poder de clérigos
y dirigentes tribales conservadores. Por ejemplo, en 2003, EEUU nombró
sólo tres mujeres entre los veinticinco miembros del Consejo
de Gobierno Iraquí; no había gobernadoras provinciales,
muy pocas representantes femeninas para la ciudad, distrito y consejos
de barrio fuera de Bagdad, y ninguna mujer entre los veinticuatro
miembros del comité constitucional que redactó la constitución
interina.
La excusa fue que
EEUU no quería violentar las sensibilidades iraquíes
con una petición de una cuota femenina para la Asamblea Nacional,
Pero, como Safia al-Suhail, una dirigente de la tribu Bani Tamiz del
centro de Iraq, señala: “Están forzando muchos
cambios en esta sociedad. ¿Por qué no forzar ése
también?... ¿Los derechos de la mujer suponen, de repente,
cruzar la línea roja? (71).
Así es, al ignorar a las mujeres la coalición fortaleció
a los hombres conservadores al frente de las instituciones ignorando
también las preocupaciones de las mujeres. Entrevistada en
abril de 2005, Salam Smeasim, una asesora económica laica del
Ministerio interino de Asuntos para la Mujer, declaró que le
asustaban más los conservadores laicos que los poderes islámicos.
“Incluso los comunistas… no quieren que las mujeres sean
activistas u ocupen posiciones de poder” (72).
Muchas mujeres se han dirigido a algunos clérigos pidiéndoles
ayuda para garantizar sus derechos políticos. Según
Hind Makiya, la directora fundadora de la Fundación para las
Mujeres Iraquíes, con sede en el Reino Unido: “Tenemos
que confiar que un dirigente religioso moderado como el Gran Ayatollah
Ali al-Sistani luche por nuestros derechos, ya que los denominados
liberales iraquíes han malvendido nuestros derechos entre ellos
mismos.” Algunas mujeres iraquíes han buscado y recibido
apoyo de al-Sistani para participar en el gobierno (73).
Por ejemplo, la coalición nombró una jueza para un lugar
en el sur más conservador, sin embargo, no pudo tomar posesión
después de las protestas que se produjeron. Tras entrevistarse
la posible jueza con al-Sistani y recibir su aprobación para
el nombramiento, la coalición rechazó nombrarla por
temor a las reacciones de la gente (74).
En el Iraq actual es peligroso para una mujer ser un personaje político.
En las elecciones de diciembre de 2005 para los escaños del
Parlamento, Maha al Duri, una candidata de una lista minoritaria chií
puso su rostro en los carteles de la campaña y habló
de los derechos de las mujeres. Empezó a recibir amenazas.
Esto no era sorprendente: antes del referéndum constitucional
de 2005, los carteles de la campaña mostrando un rostro de
mujer en zonas conservadoras –como símbolo del rostro
de un nuevo Iraq- fueron rasgados o emborronados y denunciados como
algo vergonzoso. En diciembre de 2005, la candidata Huda al-Un’aimi
no llegó a exponer ninguno de sus carteles de campaña,
incluyendo los carteles que mostraban su cara. Como otras candidatas,
algunas de las cuales tenían miedo de aparecer en público,
al-Un’aimi temía que los insurgentes pudieran desprestigiarla
acusándola de colaborar con las fuerzas estadounidenses (75).
Desgraciadamente, hay fisuras entre las mujeres iraquíes: no
hablan con una sola voz. Por ejemplo, entre los chiíes hay
mujeres comunistas y laicas y muchas profesionales con alto nivel
de educación; pero es más probable que las mujeres chiíes
manifiesten más lealtad hacia su religión que hacia
su género. Para muchas, pero ciertamente no para todas las
mujeres chiíes, los derechos de las mujeres no ocupan un lugar
muy alto en su agenda política. Hay multitud de ejemplos de
actitudes chiíes conservadoras sobre el papel de la mujer en
la sociedad: una vez que una mujer se casa (lo que se espera que haga
cada mujer chií respetable), su trabajo fundamental es el trabajo
de la casa. Abandona el “segundo trabajo”, i.e. el trabajo
fuera del hogar, incluso en el caso de profesionales de alto nivel.
En junio de 2004, los Médicos por los Derechos Humanos (PHR,
en sus siglas en inglés) investigaron a 200 familias, el 96,7%
eran chiíes, en tres ciudades del sur de Iraq; más de
la mitad de los hombres y mujeres aprobaban que se golpeara a la esposa
que fuera desobediente. Significativamente, la muestra de la investigación
era urbana, no rural, donde se podía haber anticipado la respuesta
(76).
A pesar de las poderosas actitudes patriarcales y del peligro de ser
acusadas de violar la Sharia, las mujeres chiíes han tratado
de alcanzar cargos políticos. En 2004, Thanaa Salman, una directora
de colegio de 27 años en Hilla, encaminó sus pasos hacia
la política local. Una vez que fue elegida para el consejo
de barrio, se celebraron elecciones para nombrar presidente sin su
conocimiento. Se puso en contacto con los estadounidenses que habían
organizado la votación y pidió una nueva elección.
Se celebró y ella ganó la presidencia por un estrecho
margen. Raghad Ali, de 25 años, intentó dirigir el consistorio
local en Hilla, pero los hombres de la oficina de registro de candidatos
insistieron en que las mujeres no podían ser candidatas. Después,
Raghad declaró: “Tenía miedo de la gente de mi
barrio… Me miraban de forma muy extraña, porque yo pensaba
que era igual a los hombres. Todo me llena de temor ahora, desde los
cotilleos a la violencia. He tenido que ahogar todas las ambiciones
que llevaba dentro” (77). Pero al igual
que otras muchas mujeres iraquíes, Raghad y su hermana organizaron
una campaña para conseguir que un gran número de escaños
de la Asamblea Nacional fueran para las mujeres. Según la Constitución
iraquí, ratificada en octubre de 2005, se garantiza a las mujeres
una cuarta parte de los escaños. Más adelante se abordará
en este informe un análisis más en profundidad sobre
el impacto de la Constitución en las vidas de las mujeres.
En una curiosa dicotomía familiar en Occidente, algunas mujeres
chiíes están dispuestas a asumir riesgos considerables
para participar en política pero, al mismo tiempo, niegan estar
interesadas en los derechos de la mujer. En enero de 2005, en Nayaf,
mujeres que llevaban la abaya estaban deseando que las fotografiaran
y las citaran, al contrario que muchas mujeres que se presentaban
como candidatas. Esas candidatas, que defendían ideas religiosas
conservadoras, parecían no tener interés en absoluto
en hacer progresar los derechos de la mujer; como señaló
una mujer, no quería ser candidata para intervenir en cuestiones
relativas a las mujeres sino “para proporcionar oportunidades
de trabajo… para ayudar a las viudas y a la gente pobre”
(78).
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Moldeando
una sociedad civil estable y viable
A pesar
del peligro, la violencia, la inseguridad y las privaciones, las mujeres
iraquíes continúan tratando de protagonizar sus propias
vidas y de crear una sociedad más estable. Las ONGs locales
llenan algunos vacíos aunque cada vez tienen mayores dificultades
de funcionamiento, especialmente en el sur. Antes de la invasión,
Al Marifa (Conocimiento para la Sociedad de Mujeres Iraquíes),
había proporcionado servicios comunitarios por todas las mezquitas
de Bagdad. Cuando cayó Hussein, Al Marifa se registró
como ONG y en junio de 2003 abrió su primer centro para mujeres.
En ese centro, las mujeres tomaban clases de informática, costura
y cocina. En 2004, Al Marifa abrió otro centro en Al Dora,
una barriada pobre en las afueras de Bagdad (79).
La Organización por la Libertad de las Mujeres en Iraq (OWFI,
en sus siglas en inglés), una conocida organización
para los derechos de la mujer que distribuye suministros en los campos
de refugiados de Bagdad, publica un periódico que denuncia
casos de violación y asesinatos por honor, y ha abierto refugios
en Bagdad y en Kirkuk para las mujeres que huyen de malos tratos domésticos
y de posibles asesinatos por honor (80).
Las mujeres,
también a nivel individual, están tratando de controlar
sus destinos. Women to Women International ha documentado varias historias
heroicas, incluida una sobre Nawal, quien con 52 años es el
único sostén de su hogar:
“Anteriormente
había estado empleada en una fábrica de conservas
de alimentos hasta que, como otras muchas fábricas, cerró.
La principal queja que ella y sus vecinas compartían era
la falta de agua en su zona. Pidió una reunión con
las autoridades oficiales encargadas de la cuestión del agua
en su provincia. El administrador con el que habló estuvo
de acuerdo en que se trabajara en la reparación de las cañerías
y la envió a entrevistarse con el ingeniero principal. Impresionado
por su tenacidad, el ingeniero estuvo de acuerdo en trabajar para
la barriada. Sin embargo, Nawal necesitaba la aprobación
del director para que el trabajo pudiera dar comienzo y este pidió
175.000 dinares iraquíes por la obra. La idea de estar fomentando
el ciclo de la corrupción la hizo sentirse desolada y, a
pesar de los riesgos, volvió a ver al primer director con
el que había hablado y le explicó la corrupción.
El director escribió una orden oficial administrativa para
que los trabajos en las cañerías de su barriada dieran
comienzo y Nawal pudo devolver a sus vecinas los 100.000 dinares
recogidos. Ahora que goza del respeto de la gente de su barriada,
ha centrado su atención en el problema del suministro eléctrico”
(81).
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La
constitución iraquí
“Estamos
presenciando el desarrollo de un suceso sorprendente, que es el de
la redacción de una constitución que garantiza los derechos
de las minorías, los derechos de las mujeres, la libertad de
culto en un país que sólo había conocido dictadura.”
George Bush
23 de agosto de 2005
Contrariamente a las proclamas de George Bush, la nueva constitución
iraquí, aprobada el 15 de octubre de 2005, no garantiza los
derechos de la mujer. De hecho, en el corazón de la Constitución
existe una ambigüedad que muchos críticos consideran puede
representar un paso atrás importante para las mujeres iraquíes.
La Constitución afirma que los iraquíes son iguales
ante la ley, “sin discriminación de sexo”, y que
“ninguna ley puede contradecir los principios democráticos
que puedan establecerse.” Sin embargo, la Constitución
también consagra al Islam como religión oficial del
estado y fuente básica de legislación – no podrá
aprobarse ninguna ley, se afirma, que pueda contradecir las “normas
establecidas por el Islam”. Para personas críticas con
la Constitución como Yanar Muhammad, presidenta de la Organización
para la Libertad de las Mujeres en Iraq (OLMI), las disposiciones
islámicas convertirán al país en una especie
de “Afganistán bajo los talibanes, donde se institucionalizará
la opresión y discriminación hacia las mujeres”
(82).
Como hemos visto en este informe, las “normas del Islam”,
la Sharia, a la cual se refiere la Constitución, pueden ser
objeto de amplias interpretaciones (83). Riverbend,
el pseudónimo de la blogger más famosa de Iraq, señala
lo siguiente: “Soy una mujer musulmana practicante. Creo en
los principios y normas del Islam que practico – de otra forma
no los practicaría. El problema no es el Islam; el problema
son las docenas de interpretaciones de las normas y principios islámicos.
En Iraq vivimos esta situación de primera mano porque tenemos
muchos ejemplos de las diversas interpretaciones islámicas
de dos vecinos – Irán y Arabia Saudí. ¿Quién
decidirá qué principios y normas son los que no deberían
entrar en contradicción con la constitución?”
La Constitución no especifica quién decidirá
qué “normas del Islam” prevalecerán. El
órgano que resolverá cómo interpretar la Constitución
es el nuevo Tribunal Supremo, compuesto de jueces y expertos en la
Sharia, incluidos los clérigos. Como el nuevo Parlamento iraquí
tiene que determinar aún el método de elección
del Tribunal Supremo y tiene también poder para elaborar las
leyes que constituirán el meollo de las directrices de la Constitución,
quienes controlen el Parlamento serán probablemente quienes
determinen qué “normas del Islam” serán
las que prevalezcan.
Los derechos concedidos al Parlamento preocupan particularmente a
los críticos de la Constitución por el aumento de poder
político que han obtenido los clérigos y grupos conservadores
chiíes. Si estos grupos controlan el Parlamento, “las
normas islámicas” seguirán interpretaciones conservadoras
de los derechos de las mujeres (84). Un ejemplo
que viene al caso, los críticos señalan el éxito
de los islamistas conservadores cuando bloquearon la designación
de Nidal Nasser Hussein como jueza en Niyaf, a pesar del hecho de
que las mujeres han trabajado como jueces en Iraq desde que Zakia
Hakki fue nombrada en 1959.
Otra parte de la Constitución que puede ser motivo de preocupación
se refiere a asuntos importantes sobre las “leyes personales”,
que son las que regulan temas como el matrimonio, el divorcio y la
herencia. El Artículo 39 de la nueva Constitución declara
que los iraquíes son “libres en su estatuto personal,
de acuerdo con su religión, secta, creencia o posibilidades”.
Legislación posterior determinará el alcance de ese
artículo. Los críticos argumentan que si los asuntos
de familia son juzgados según la ley seguida por la secta o
según la religión de la familia, la Constitución
puede anular gran parte de la ley iraquí sobre el estatuto
personal que proporcionó a sus mujeres los derechos legales
más amplios en Oriente Medio. Además, la Constitución
no deja claro qué sucedería en caso de que el marido
y la mujer no pertenezcan a la misma secta. Y aunque algunos dicen
que los iraquíes serían libres para rechazar un papel
de los clérigos en las disputas familias y optar por un tribunal
laico, ¿qué es lo que sucede cuando una de las partes
en disputa es laica y la otra religiosa?
Muchos musulmanes que apoyan los derechos de la mujer creen que las
leyes laicas nunca reemplazarán completamente a la Sharia.
Defienden que en lugar de intentar deshacerse o trabajar fuera de
la Sharia, las defensoras de la igualdad de las mujeres deben reconocer
y trabajar dentro de las diversas interpretaciones de la Sharia. Estos
musulmanes señalan a países que han ampliado los derechos
de las mujeres a la vez que se adherían a los principios islámicos.
En 2003, Marruecos revisó su código de familia para
elevar la edad de matrimonio de 15 a 18 años, abolir la poligamia,
igualar el derecho al divorcio y dar a las mujeres el derecho a conservar
la custodia de sus niños. En Indonesia, donde existen tribunales
de la Sharia, un grupo llamado Fatayat forma a sus miembros femeninos
en la fiqh (jurisprudencia) islámica para que puedan
defender sus derechos en los debates religiosos. También, en
Indonesia, una ONG conocida como P3M utiliza la fiqh para
fomentar en las escuelas religiosas el conocimiento de normas de salud
reproductiva de la mujer y la planificación familiar. Y más
recientemente, en Malasia, un estado islámico, un grupo de
defensa de las mujeres, Hermanas en el Islam, obligó al gobierno
a retirar leyes que facilitaban que los hombres practicaran la poligamia
y el divorcio (85).
Pero los grupos y clérigos islamistas conservadores que han
obtenido un poder inmenso tras la invasión de Iraq, que se
encuentran sobre todo en el sur chií y mantienen estrechos
lazos con los clérigos iraníes, han mostrado actitudes
“anti-mujeres”. En las secuelas de la revolución
iraní de 1979, el nuevo gobierno islámico suspendió
la progresista ley que sobre la familia había en el país
e intentó acabar con los derechos y libertades de la mujer:
prohibieron que hubiera juezas, obligaron a llevar el hijab,
disminuyeron la edad para contraer matrimonio a nueve años,
permitieron la poligamia, concedieron a los padres el derecho a decidir
con quién se debían casar sus hijas, permitieron el
divorcio unilateral para los hombres pero no para las mujeres, y dieron
a los padres la custodia única de los hijos en caso de divorcio
(86). Por temor a que se pueda utilizar también
esta situación como pretexto para iniciar una acción
militar contra Irán por parte de EEUU, permítasenos
indicar también que muchas mujeres iraníes están
fortaleciéndose para subvertir la autoridad de los clérigos
– mediante participación política, protestas,
grupos clandestinos de mujeres y el uso de tecnología, especialmente
televisión por satélite y blogs en Internet. Es más,
la subversión se hace evidente en temas aparentemente insignificantes,
tales como el uso de cosméticos, comprar en tiendas a la última
moda y en tiendas de lencería y pasar el número del
móvil a eventuales pretendientes. Muchas mujeres iraquíes,
especialmente aquellas que están más secularizadas,
temen todavía que su país cambie en la misma dirección
que Irán.
La Dra. Rajaa al-Khuzai, miembro secular chií de la Asamblea
Nacional Transitoria, una de las pocas mujeres del comité de
redacción de la Constitución, denunció amargamente
que la nueva Constitución ponía en manos de los clérigos
conservadores todos los derechos de la mujer“ (87).
Tuvimos la mejor ley sobre la familia de todo Oriente Medio. Ahora
volvemos a estar en manos de los clérigos”, se lamentó.
La Dra. al-Khuzai, que llamó una vez a Bush “Mi Liberador”
estaba tan preocupada por las perspectivas de futuro de las mujeres
que decidió abandonar el país.
Los defensores de la Constitución dicen que uno de sus componentes
representa un avance real para las mujeres iraquíes: la garantía
de que el 25% de los escaños de la Asamblea Nacional se reservará
a las mujeres. En Iraq, entre el 55-65% de la población son
mujeres. La cuota constitucional para las representantes de las mujeres
es el resultado de un intenso trabajo por parte de los grupos feministas,
pero también tiene algunos precedentes en la historia iraquí.
En 1980, los baazistas dieron a las mujeres el voto y el derecho a
presentarse como candidatas. En dos décadas, las mujeres fueron
ocupando hasta el 20% de los escaños en el Parlamento iraquí
(comparado con la media de un 3,5% en la región) y algunos
puestos importantes en el gabinete de gobierno (88).
Ante la insistencia de las mujeres iraquíes, ayudadas por los
británicos, se estableció una cuota del 25% para la
Asamblea Nacional Transitoria que fue elegida el 30 de enero de 2005
y que se encargó de redactar la Constitución. Durante
el proceso de redacción, las feministas pidieron que la representación
se centrara en mantener esa cuota del 25%, mientras que las mujeres
conservadoras trataron de que se retirara. Al final, se conservó
la cuota en la redacción última de la Constitución,
dando así a las mujeres de Iraq uno de los más altos
niveles de representación en el mundo. (Recuerden, las mujeres
en el Congreso estadounidense suponen algo menos del 15% de sus integrantes)
(89).
Pero es un error asumir que únicamente por tener un número
importante de mujeres en el gobierno va a haber una legislación
“amistosa hacia las mujeres”. Después de todo,
casi la mitad de las mujeres elegidas forman parte de la lista de
candidatos de la Alianza Unida Iraquí, la conservadora coalición
chií improvisada por el Ayatollah Ali al-Sistani, y se han
atenido a las instrucciones conservadoras de su partido. Por ejemplo,
la diputada Dra. Jenan al-Ubaedey, defiende la poligamia y que se
pueda golpear a las mujeres, mientras el marido “no deje señales”
(90).
A largo plazo, la educación femenina puede ser el mejor camino
para avanzar en la situación de la mujer. Pero, aunque la Constitución
proclama la educación gratuita en todos los niveles, sólo
la educación primaria es obligatoria. Algunos grupos de mujeres
en Iraq, preocupadas por el deterioro de los niveles educativos entre
las mujeres, intentaron que se declarara también obligatoria
la enseñanza secundaria pero fueron derrotadas (91).
Desgraciadamente, aunque el contenido de la Constitución es
muy grave para el futuro de las mujeres iraquíes, la mayoría
de ellas estaban demasiado abrumadas por las dificultades de la vida
diaria como para poder siquiera participar en el debate. “La
gente está tan angustiada tratando de sobrevivir y conseguir
un trabajo y poder enviar a los niños al colegio por la mañana,
que la constitución les supone una cuestión menor”,
escribe la blogger iraquí Riverbend. Al hablar de la gente
que habita en zonas sunníes con fuertes combates, dice: “Cuando
tu ciudad está bajo el fuego y estás desplazada con
tu familia en medio del desierto en alguna tienda de campaña
del Creciente Rojo, lo último que te preocupa es la Constitución”.
De esta forma, mientras las mujeres iraquíes estén ocupadas
tratando de mantenerse a flote ellas mismas y sus familias, esta Constitución
post-invasión puede bien hundir sus posibilidades de igualdad
en el nuevo Iraq liberado. Todo quedará en manos de quién
interprete las “normas islámicas”.
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Conclusión
Las mujeres iraquíes han pagado un precio muy
alto por la guerra y la ocupación de su país. A pesar
de la retórica de la administración Bush de que la vida
de las mujeres ha mejorado desde el derrocamiento de Saddam Hussein,
las mujeres se enfrentan a una nueva serie de desafíos que
han hecho retroceder décadas de lucha de la mujer iraquí
por la igualdad de sus derechos. Y la nueva Constitución iraquí,
aunque garantiza un aumento de su participación política,
deja abierta la posibilidad de que los clérigos conservadores
pueden pronto tener más control que nunca sobre las vidas de
las mujeres de Iraq.
Desde marzo de 2003, como este informe documenta, las mujeres iraquíes
se han visto sitiadas por la violencia. La falta de seguridad en Iraq
y el aumento de delitos tales como violaciones, asesinatos y secuestros
han hecho que muchas mujeres tengan miedo de salir de sus hogares
y traten de mantener en casa a sus niños, especialmente a las
niñas, con el consiguiente absentismo escolar. En el centro
y sur de Iraq, donde la violencia y el caos son más extremos,
los actos violentos contra las mujeres están siendo cometidos
por las tropas estadounidenses, los contratistas extranjeros, los
oficiales de policía iraquí, los insurgentes, las milicias
y los delincuentes comunes. Además, grupos religiosos radicales,
que utilizan la violencia para reforzar su interpretación conservadora,
están agrediendo también a las mujeres.
Aunque es difícil conseguir estadísticas en el Iraq
actual sobre violaciones, raptos y otros delitos de agresión,
las mujeres han estado informando al menos desde el verano de 2003
sobre el impacto de estos crímenes en sus vidas. Un informe
de julio de 2003 de Human Rights Watch afirmaba que “mujeres
y niñas han contado a Human Rights Watch que la inseguridad
y el miedo a la violencia sexual y a los secuestros están manteniéndolas
encerradas en sus hogares, ausentes de los colegios y de los puestos
de trabajo y de la búsqueda de empleo” (92).
Otro estudio, publicado en noviembre de 2004 en la revista médica
The Lancet, estimaba que la guerra y la ocupación habían
causado 98.000 muertes más y que, según se informó,
“en la mayoría de los casos, las personas asesinadas
por las fuerzas de la coalición eran mujeres y niños”
(93).
Este alto nivel de violencia ha constreñido las vidas de las
mujeres y limitado sus posibilidades. También ha dejado en
sus manos la inmensa tarea de tratar los efectos psicológicos
que la guerra ha causado sobre ellas mismas y sobre el resto de los
miembros de sus familias afectados psicológicamente por los
traumas que supone un conflicto de tal volumen.
En medio de la violencia, las mujeres tienen que asegurar la satisfacción
de las necesidades básicas humanas de sus familias, una tarea
que ha devenido extraordinariamente difícil por la devastación
que la guerra ha causado en la economía e infraestructuras
iraquíes. El extendido desempleo, la falta de recursos básicos
como agua potable y electricidad, la escasez de alimentos y de gasolina
y un sistema de atención sanitaria hecho jirones suponen gran
parte de la realidad diaria que han de enfrentar las iraquíes.
En algunos casos, las mujeres y sus parientes masculinos pueden luchar
juntos para superar esta carencia de recursos básicos; en otros
casos, las mujeres deben ser ellas solas quienes proporcionen a sus
familias los medios básicos de subsistencia, porque sus maridos,
sus hijos y sus padres han sido asesinados, detenidos o están
desaparecidos.
En algunos casos, las mujeres han tenido que dirigirse para pedir
asistencia a grupos religiosos que se han organizado para proporcionar
la ayuda que el gobierno y las fuerzas de la coalición han
sido incapaces, o no han querido, proporcionar. El aumento de poder
de estos grupos, especialmente de aquellos que comulgan con doctrinas
radicales bajo las cuales las libertades de las mujeres van a sufrir
graves restricciones, es un fenómeno que las defensoras de
los derechos de las mujeres temen pueda llevar a una situación
de restricciones para las mujeres iraquíes similar a la que
se impuso en Irán.
Sin duda alguna, en Iraq ha aumentado la presión sobre las
mujeres para que lleven puesta la hijab o abaya,
siendo acosadas y algunas veces atacadas si no van cubiertas. Por
otra parte, hay muchas mujeres iraquíes que apoyan el creciente
papel de los principios islámicos en la sociedad iraquí
e incluso las interpretaciones conservadoras del Islam.
Una cuestión vital es ¿hasta dónde los clérigos
conservadores chiíes y sunníes, que han conseguido últimamente
un poder inmenso en Iraq, intentarán explotar la ambigüedad
de la nueva Constitución sobre el papel del Islam para restringir
los derechos y libertades de la mujer? Es también preocupante
el hecho de que bajo la nueva Constitución el poder de los
tribunales religiosos podría extenderse y pasar a regular muchas
otras situaciones personales más, como el matrimonio, el divorcio,
la custodia de los niños y la herencia de propiedades.
De la información presentada en este informe se deduce que
la guerra contra Iraq no ha supuesto progreso alguno para las mujeres
iraquíes. Más bien al contrario, lo único que
ha conseguido es sustituir la brutalidad del régimen de Saddam
Hussein con una brutalidad nueva que desafía la seguridad y
el bienestar de las mujeres y sus familias a través de multitud
de variables. Aunque hay esperanza de que aumente la participación
política de las mujeres en el nuevo Iraq, las mujeres iraquíes
nunca podrán desarrollar el conjunto completo de derechos humanos
mientras su país siga acosado por la guerra y la ocupación.
Como la guerra y la ocupación no se detienen, las mujeres de
todo el mundo deberíamos considerar qué acciones podríamos
emprender para apoyar a las mujeres iraquíes. Como mínimo,
deberíamos permanecer vigilantes, siguiendo e informando al
mundo de cualquier deterioro en la situación de los derechos
de nuestras hermanas iraquíes. Deberíamos responder
a las peticiones de apoyo por parte de los grupos de mujeres iraquíes,
dando publicidad a esas peticiones. Las mujeres debemos también
insistir en que los países que han destrozado la economía
y la infraestructura iraquíes paguen para que sean los propios
iraquíes quienes lleven a cabo la reconstrucción de
su país.
Y lo más importante de todo, las mujeres de todo el mundo,
especialmente aquellas que habitan en países que han participado
en la ocupación de Iraq, deberían presionar a sus gobiernos
para que dejen de apoyar esa guerra. Ninguna de nosotras puede sentarse
para hablar de cómo conseguir poder para las mujeres iraquíes
mientras la ocupación continúe despojando al pueblo
de Iraq.
Gracias a Rose Glickman por la soberbia edición de este informe,
a Elizabeth Baribeau y Tovis Page por las investigaciones, a Nadje
al-Ali y Assaf Kfoury por la agudeza de sus críticas y a Nadje
al-Ali por su motivador prefacio.
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Notas
1. BBC News: “One
Day in Iraq: Daily Lives”, 7 de junio de 2005.
2.
La Sharia es un término al que se refieren frecuentemente los
clérigos y eruditos islámicos a la hora de delimitar
el papel de la mujer en el mundo musulmán. Las interpretaciones
literales del término Sharia varían, pero parece que
se deriva de una laguna o de un camino que lleva a una laguna. Actualmente
la mayoría de la gente equipara el término Sharia con
la ley islámica que los legisladores y juristas islámicos
han interpretado desde ciertos principios o enseñanzas religiosos.
Estas interpretaciones de la Sharia fueron y son utilizadas para regular
los rituales religiosos y todos los aspectos de la vida societaria.
Sin embargo,
todos los musulmanes no están de acuerdo en las interpretaciones
ni siquiera en el proceso de interpretación. Los sunníes
y los chiíes utilizan fuentes diferentes para interpretar la
Sharia, aunque ambos grupos utilizan principios del Corán y
diversas prácticas o enseñanzas del Profeta Mahoma.
Tras la muerte del Profeta y durante la Edad Media se desarrollaron
cinco escuelas diferentes de desarrollo de la Sharia – cuatro
en la tradición sunní y una en la chií. Esas
escuelas se formaron a partir de un grupo de sabios que desarrollaron
interpretaciones específicas de la ley islámica y, con
el paso de los siglos, fueron haciéndose teóricamente
vinculantes. Pero, incluso entonces hubo grupos que se separaron de
esas escuelas de la Sharia y las interpretaciones de la ley islámica
pueden diferir actualmente dependiendo del liderazgo clerical, el
país de residencia u otras variables. La práctica de
la mutaa, el matrimonio temporal, cada vez más popular
entre muchos chiíes en Iraq, proporciona un ejemplo de diferentes
interpretaciones. Muchos clérigos chiíes en Iraq mantienen
que esos matrimonios están de acuerdo con la ley islámica;
las autoridades sunníes normalmente no están de acuerdo
con ese entendimiento y mantienen que esas relaciones sexuales están
fuera de la conducta religiosa. Más aún, incluso en
la extensión del mundo chií no hay una única
interpretación acerca de la práctica de la mutaa:
en Irán, el matrimonio temporal es muy practicado, pero entre
los chiíes del Líbano, Siria y Turquía esa práctica
casi no existe. Marla Bertagnolli: “Policy
and Management: Women’s Rights in the Middle East: Will Iraq
Follow Saudi Arabia’s Example?” The Heinz School Review,
otoño de 2005; Sharon Otterman, “Islam:
Governing under Sharia”, Council of Foreign Relations, 14
de marzo de 2005; Isobel Coleman, “Women,
Islam and the New Iraq”, Foreign Affairs, enero/febrero
2006; Solomon Moore, “Vows
of Matrimony Spoken in Passing”, LATimes.com, 15 de enero
de 2006.
3.
Se podría continuar practicando la poligamia con autorización
judicial si el hombre demuestra o bien su capacidad financiera para
mantener una relación polígama o que de ella se podría
desprender un beneficio legal. Lucy Brown y David Romano: “Women
in Post-Saddam Iraq: One Step Forward or Two Steps Back?”
McGill University Press, 204.
4. Nadje al-Ali: “Reconstructing Gender:
Iraqi Women between dictatorship, war, sanctions and occupation”,
Third World Quaterly, Vol. 26, No. 4-5, pág. 7.
5. “Background
on Women’s Status in Iraq Prior to the Fall of the Saddam Hussein
Gobernment” Human Rights News, noviembre de 2003; Leslie
Abdela, “Iraq’s
War on Women”, Open Democracy, 18 de julio de 2005.
6. Nadje al-Ali, “The
Impact of Economic Sanctions on Women in Iraq”, The Institute
of Arab&Islamic Studies, Universidad de Exeter, UK.
7. Brown y Romano; Human Rights News.
8. Por ejemplo, a las madres divorciadas se les
garantizaba la custodia de sus hijos hasta que los niños llegaban
a los 10 años o, a discreción de un juez funcionario
del estado, hasta la edad de 15.
9. Brown
y Romano.
10. Amnistía Internacional: “Iraq:
Decades of suffering, Now women deserve better”, 22 de febrero
de 2005.
11.
Women for Women International, “Windows
of Opportunity: The Pursuit of Gender Equality in Post-War Iraq”,
enero de 2005, p. 14; Freedom House.org, “Iraq”;
Brown y Romano, Human Rights News; Nadje al-Ali, “Reconstructing
Gender”, pág. 754.
12.
Human Rights Watch, “Genocide
in Iraq: The Anfal Campaign Against the Kurds”, julio de
1993.
13. Organización Mundial de la Salud,“Historical
Perspective on the Health of Iraq’s People”, 2003.
14. Megan McKenna, “Preparing
for war in Iraq: Making Reproductive Health Care a Priority”,
Women’s Commission for Refugee Women and Children, n.d.; Lynn
L. Aronowitz, et al, “Human Righsts Abuses and Concerns About
Women’s Health and Human Rights in Southern Iraq”, Journal
of America Medical Association, 24/31 de marzo de 2004, vol.
291, No. 12, pág. 1471; IRIN News.org, “Women
Afraid to seek health care in the south”, 5 de abril de
2004.
15. Brown y Romano, Human Rights News,
Amnistía Internacional, Nadje al-Ali, “Reconstructing
Gender”, pág. 746, wadi, “Violence
Against Women in Iraqi Kurdistan”, 2004.
16. Amnistía Internacional, Nadje al-Ali,
“The Impact of Economic Sanctions”. Este informe coincide
con los análisis de Lila Abu-Lughod sobre el significado del
velo: “Primero, necesitamos trabajar contra la interpretación
reduccionista del velo como indicador fundamental de la falta de libertad
de las mujeres, incluso aunque rechacemos su imposición a nivel
estatal… Segundo, debemos tener cuidado con no reducir las diversas
situaciones y actitudes de millones de mujeres musulmanas a un único
tema acerca del vestido”. Lila Abu-Lughod, “Saving
Women or Standing with Them: On Images, Ethics and War in Our Times”,
Insaniyaat, Primavera de 2003, Vol. 1, Tema 1.
En 2003 Nadje Al-Ali entrevistó a una chica de 15 años
de Bagdad que pensaba que algunas mujeres y chicas llevaban el hijab
porque ya no se podían permitir ropa y cosas bonitas y existía
una gran presión para protegerse de las habladurías.
Nadje Al-Ali, "Reconstructing Gender", p. 751.
17. Los datos demográficos de Iraq son
notoriamente inexactos. Las cifras actuales se extrapolan a menudo
de los censos del año 1997 y las estimaciones sobre toda la
población de 2004 oscilan entre 25 y 27,1 millones, con una
población menor de 15 años que supone aproximadamente
un 39% del total. Central Organization for Statistics and Information
Technology (Iraq) y Fafo Institute for Aplied International Studies
(Noruega), “Iraqi
Living Conditions Survey 2004”, Vol. II: Analytical Report,
págs. 42-45.
El Departamento de Estado de EEUU estima el desglose siguiente de
grupos étnicos: Árabes 75-80%, kurdos 15-20%, turcomanos,
caldeos, asirios u otros menos del 5%. Además, el desglose
por religiones es: musulmanes chiíes 60-65%; musulmanes sunníes
32-37%; cristianos 3%; otros menos del 1%. Departamento de Estado
de EEUU, Departamento de Asuntos de Oriente Próximo: “Background
Note”, agosto de 2005.
18.
Carole A. O’Leary: “The Kurds of Iraq: Recent History,
Future Prospects, Middle East Review of International Affairs,
Vol. 6, No. 4 (diciembre 2002), págs. 18-19.
19. De los 18 gobernorados de Iraq, los autónomos
son los de Dahuk, Erbin y Suleimaniya; las dos provincias cercanas
son Tamim y Nínive.
20. Bill Park: “Iraq’s
Kurds and Turkey: Challenges for U.S. Policy”, Parameters,
Otoño de 2004, pág. 20.
21. Carole O’Leary, págs. 19-20.
22. Véase entrevista con Khayal Ibrahim,
miembro de la Organization of Women’s Freedom in Iraq (OWFI),
quien aunque nacida en el Kurdistán iraquí ha vivido
en Toronto, Canadá, desde 1995. Bill Weinbrg: “Interview:
The Civil Opposition in Iraq, Part 1” electroniciraq.net,
1 de junio de 2004.
23. Brown
y Romano mencionan el relato de Houzan Mahmoud sobre la clausura de
una organización de mujeres kurdas en el año 2000 como
prueba de la oposición de la UPK a los movimientos de mujeres.
Sin embargo, según Brown y Romano, la UPK estaba actuando contra
el Partido Comunista de los Trabajadores, con el cual estaba alineada
la organización de mujeres. Houzan Mahmoud: “An
Empty Sort of Freedom”, 8 de marzo de 2004, The Guardian.
24.
Brown y Romano; Amnistía Internacional.
25. Véase: http://www.wadinet.de/news/dokus/livingconditions2004.htm
26. Pamela Stone, "The Doubly Bound World
of Kurdish Women", noviembre de 2003 (vol. 6, no. 1); Amnistía
Internacional; wadi: “Assistance
for Women in Distress Iraq and Iraqi-Kurdistan”.
27. Aziz Mahmoud: “Culture
Clash for Returning Kurdish Women”, Kurdish Media,
30 de noviembre de 2005.
28. Central Organization for Statistics and Information
Technology (Iraq) and Fafo Institute for Aplied International Studies
(Noruega), pág. 92.
29. “Iraqi
Women Divided over Family Law”, Aljazeera.net, 21
de enero de 2004.
30. Brown y Romano: Peace Women, “NGO
works to boost Women’s Literacy in the North”, 8 de
marzo de 2004.
31. Nicholas Birch, “Genital
Mutilation is traditional in Iraq’s Kurdistan”, Women’s
eNews, 1 de octubre de 2004; Peace Women: “Iraq: Survey
Suggest Widespread Female Circumcision in North”, 6 de enero
de 2005.
32. ABC News Poll: “Most
Shia Arabs Oppose Attacks; Islamic State Not Preferred”,
5 de abril de 2004.
33. George Packer: “Testing Ground”,
The New Yorker, 28 de febrero de 2005.
34. Women to Women International Briefing Paper:
“Windows of Opportunity The Pursuit of Gender Equality in Post-war
Iraq”, enero de 2005, pág. 18.
35. Women to Women International Briefing Paper,
pág. 14.
36. Ghali Hassan: “Iraqi
Women Under Occupation”, 9 de mayo de 2005, countercurrents.org.
37. Ibid; Luke Harding: “The
Other Prisoners”, The Guardian, 20 de mayo de 2004;
Tara McKelvey: “Unusual
Suspects”, The American Prospect Online Edition,
1 de febrero de 2005.
38. Chris Shumway: “Rise
of Extremism, Islamic Law Threaten Iraqi Women”, The
New Standard, 30 de marzo de 2005.
39. Rory Carroll: “US
accused of seizing Iraqi women to force fugitive relatives to give
up”, The Guardian, 11 de abril de 2005; Luke Harding.
40.
Ibid.
41.
Neil Mackay: “Iraq’s
Child Prisoners”, Sunday Herald, 1 de agosto de
2004.
42. Human Rights Watch: “Sexual
Violence and Abduction of Women and Girls in Baghdad”, Julio
de 2003, Vol. 15, No. 7 (E).
43. Ibid.
44. Chris Shumway.
45. IRIN News.org: “Female
harassment from religious conservatives”, 14 de abril de
2004.
46. Anthony Shahid: “Picnic is
No Party in the New Basra”, Washington Post, 29 de
marzo de 2005, pág. A09.
47. Leslie Abdela.
48. Chris Shumway: “Iraq:
Focus on threats against progressive Women”, IRIN News.org,
21 de marzo de 2005.
49. Women for Women International,
Briefing Paper, pág.7.
50. Women for Women International,
Briefing Paper, págs. 14 y 17; Central Organization for Statistics
and Information Technology (Iraq) y Fafo Institute for Applied International
Studies (Noruega), pág. 116.
51. Charles
Levinson: “Ordinary Iraqis feel pinch of free-market reforms”,
San Francisco Chronicle, 23 de enero de 2006, pág.
A1, 7.
52. Véase nota nº 2; “Iraq
Women Gunned Down”, BBC News, 22 de enero de 2004; UNIFEM:
“The
Impact of the Conflict on Iraqi Women”, 7 de octubre de
2005; Haifa Zangana: “Quiet,
or I’ll Call Democracy”, The Guardian, 22
de diciembre de 2004.
53. Solomon Moore.
54. Usama Hashem Rida, “Women
Join Shia Revival”, Institute for War and Peace Reporting,
3 de diciembre de 2003.
55. Ashraf Khali: “Iraq’s
Shiite Mosques Reach Out to Women”, Women’seNews,
12 de marzo de 2004.
56.
“Iraqi Women Divided Over Family Law”
57. Amatzia Baram: “Post-Saddam
Iraq: The Shiite Factor”, Iraq Memo #15, The Brookings Institution,
30 de abril de 2003.
58. IRIN News.org: “Doctors
warn of increasing deformities in newborn babies”, 27 de
abril de 2005.
59. IRIN News.org: “Iraq:
Many displaced in the west fear returning home”, 13 de diciembre
de 2005;
IRIN News.org: “Iraq:
New Offensive in Anbar leads to more displacement”, 19 de
enero de 2006.
60.
Special Inspector for Iraq Reconstruction (EEUU): “Summary
IRRF Reconstruction Fact Sheet” (31 de diciembre de 2005);
IRIN, 19 de enero de 2006.
61. Ahmad Fadam & Nafia Abdul Jabbar,
Agence France Presse, 26 de enero de 2006.
62. Central Organization for Statistics
and Information Technology (Iraq) y Fafo Institute for Applied International
Studies (Noruega), págs. 58-63.
63. Nadjie al-Ali, “Reconstructing
Gender", págs. 746, 748 y 749.
64. Ibid, pág. 750.
65. Ibid.
66. UNIFEM.
67. Deepa Babington: “Iraqi
Widows Feel Lost in Land that Cannot Provide”, Reuters,
9 de enero de 2006.
68. Sheila Provencher: “Suffering
and Strength: Women of Iraq”, invierno de 2005 (Catholic
Peace Fellowship.org).
69. Anita Powell: “Women
face uphill struggle for rights in Iraq”, Stars and
Stripes, 9 de diciembre de 2005.
70.
Swanee Hunt y Cristina Posa: “Iraq’s Excluded Women”,
Foreign Policy, julio/agosto de 2004.
71. Ibid.
72. “In
Jeans or Veil, Iraqi Women are Split on New Political Power”,
New York Times, 12 de abril de 2005.
73. Ibid.
74.
“Backlash
in Baghdad: An Interview with Manal Omar”, entrevistada
por Dave Gilson, Mother Jones, 28 de enero de 2005.
75. Huda Ahmed: “Women
Face enormous Obstacles in Iraqi Politics”, Knight Ridder
Newspapers, 3 de enero de 2006.
76.
Lynn L. Aronowitz, et al.
77. Neela Banerjee, “Iraqi
Women’s Window of Opportunity for Political Gains is Closing”,
New York Times, 26 de febrero de 2004.
78. Scott Peterson, “Women
Make Pitch to Iraqi Voters”, The Christian Science Monitor,
27 de enero de 2005.
79. American Friends Service Committee:
“AFSC
helps Iraq Create Its Own New Society”, 18 de junio de 2004.
80. “AFSC Helps Iraq Create Its
Own New Society”; U.S. Women Without Borders: Ending Violence
Against Women & Girls Worldwide, “Bagdad:
Iraqi Feminist Yanar Mohammed Takes to the Airwaves”, 2005.
81. Women to Women International Briefing
Paper, pág. 21.
82. Coleman.
83. Véase Nota no. 2 de este
informe.
84. Los resultados finales de las
elecciones de diciembre de 2005 muestran que, de 275 escaños
parlamentarios, la coalición chií, la Alianza Unida
Iraquí, gano 128; la Coalición Kurda de Partidos 53;
y dos bloques sunníes árabes, el Frente para el Acuerdo
Iraquí y el Frente Iraquí para el Diálogo Nacional,
recibieron 44 y 11 respectivamente. La Lista Nacional Iraquí,
laica, ganó 25. A otros partidos y a los independientes les
correspondieron 14 escaños. La Alianza Unida Iraquí
se ha convertido en el bloque parlamentario más amplio pero
carece de la necesaria mayoría para poder legislar. Además,
la coalición chií no es un grupo cohesionado. Por tanto,
la interpretación y traducción de las “normas
islámicas” a leyes depende mucho de la evolución
de las alianzas parlamentarias.
85. La
organización Women Living Under Muslim Laws (WLUML) trabaja
por todo el mundo árabe intentado hacer avanzar los derechos
de las mujeres desde dentro de los principios islámicos, promoviendo
una interpretación de la Sharia “amistosa con las mujeres”.
86. Coleman.
87. Dexter Filkins: “The Struggle
for Iraq: The Charter; Secular Iraqis Say New Charter May Curb Rights”,
New York Times, 24 de agosto de 2005, Sección A, pág.
1.
88. Coleman.
89. Ibid. Un comité de 71
personas redactó la constitución, de las cuales ocho
eran mujeres. De las ocho, cinco representaban a la coalición
chií, la Alianza Unida Iraquí; dos eran representantes
kurdas y sólo una, la Dra. Rajaa al-Khuzai, era independiente.
No obstante, la situación fue aún peor en la primera
redacción de la Constitución Interina, cuando en el
comité de 24 personas no había ni una sola mujer.
90. Catherine Philp: “Iraq’s
women of power who tolerate wife-beating and promote polygamy”,
The Times of London, 31 de marzo de 2005. La periodista citó
a la Dr. al-Ubaedey diciendo: “Si no permites que tu marido
tenga otra mujer, entonces tendrá un affair”.
91. Durante la terrible década
de sanciones en los años 90, las tasas de asistencia de las
niñas al colegio en Iraq descendieron significativamente, haciendo
en la actualidad de Iraq uno de los pocos países en el mundo
donde las madres están por lo general mejor educadas que sus
hijas.
92. Human Rights Watch: “Climate
of Fear: Sexual Violence and Abduction of Women and Girls in Baghdad”.
93. Les Roberts et al: “Mortality
before and after the 2003 invasion of Iraq: cluster simple survey”.
Traducido del inglés para Rebelión y Code Pink por Sinfo
Fernández, en honor de la valiente y sobrecogedora resistencia
de las mujeres iraquíes y en apoyo del trabajo de defensa y
solidaridad que están llevando a cabo hacia ellas, y hacia
todo el pueblo iraquí, sus hermanas estadounidenses de Code
Pink: Women for Peace and Global Exchange.
Texto original en inglés:
http://www.codepinkalert.org/downloads/IraqiWomenReport.pdf |